“Érase una vez un hombre llamado Robert Khalipa, que vivía de la política en su país, pero que por no estar de acuerdo con el apartheid debió exiliarse”. John Kani no es dramaturgo ni actor. Se autodefine como “un contador de historias”.
Pero su nombre figura como autor o protagonista –o ambas cosas– de varias obras teatrales en las que el sudafricano ha puesto fragmentos de su propia vida. Sucede en Missing, la pieza que lo trae como invitado al XV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. (Vea también: Especial multimedia La fiesta del teatro)
Kani charla con este diario, mientras gesticula y sonríe en el lobby del hotel Tequendama.
Es la primera vez que pisa suelo suramericano, pero sabe de las dictaduras, los genocidios y las atrocidades que marcaron el continente; de la lucha de las minorías en Colombia por ser reconocidas, y de la sangre que ha corrido por culpa del conflicto armado de este país.
“Vengo de un lugar marcado por la segregación, en donde personajes como Nelson Mandela buscaron la reconciliación para poder avanzar, en donde se generó un espacio en el que se confesaron los pecados del pasado, cómo nos odiamos unos con otros. Y Missing habla más de la humanidad que de la forma como nos matamos en Sudáfrica”.
La obra, que dirige la coequipera habitual de Kani, la también sudafricana Janice Honeyman, explora la tragedia de Khalipa.
Él solo espera poder volver a Sudáfrica, después de que ha hecho una vida en Suecia junto a su esposa, Anna, una mujer blanca, con quien tiene una hija. Ellas no entienden cómo este otrora activista político quiere regresar a la patria que lo expulsó y le quitó todo.
“Missing explora la importancia de mantener unida a la familia. Hasta cuando la escribí, nunca había notado que esas memorias las tenía guardadas. En los años 70, conocí a muchos sudafricanos que solamente hablaban de su hogar, pero ¿dónde era ese lugar? ¿Dónde naciste? ¿Dónde estás ahora? ¿Dónde echaste raíces? Lo mío es una celebración de la africanidad. Nada más”.
¿Y usted ya se respondió dónde está su hogar?
“Estoy orgulloso de ser africano, pero soy un ciudadano del mundo. Hoy estoy en Bogotá, donde me cruzo con gente que me hace sentir como en casa. Y cuando voy a Puerto Elizabeth, donde nací, me siento en casa también. Te diría que siento que mi casa está en cualquier rincón del mundo”.
La fama
Radicado en Johannesburgo, casado, padre de siete hijos y cerca de los 73 años (en agosto próximo), Bonisile John Kani empezó a actuar cuando apenas había cumplido los 20.
Medio siglo después, una treintena de películas, telefilmes y series de televisión, así como una decena de obras teatrales, le han dado numerosos premios y notoriedad internacional.
“En el 2002, cuando estaba presentando Nothing But the Truth, en el Market Theater de Johannesburgo (que en el 2014 fue renombrado en su honor), recibimos una llamada para hacerle una función especial al entonces presidente Mandela, pero esa noche no teníamos función. Después de muchos intentos yo atendí el teléfono para sacar de una vez al insistente. Al otro lado de la línea estaba el mismísimo Mandela: ‘John, por favor, salgo de viaje mañana y me gustaría ver la obra esta noche’.
“Dos horas después, Madiba –como llamaban a Mandela– estaba en la primera fila, sentado con tres nietos y seis guardaespaldas, comiendo papas fritas.
“Al finalizar, me tendió la mano y me dijo: ‘John, este es un drama familiar increíble. Aquí la política no importa. Estoy muy orgulloso de ti’. Después de eso, nada más me importa, y eso que me gané un Tony”, bromea el actor.
Así fue: en 1975, Kani compartió el premio más importante del teatro mundial con su colega y amigo Winston Ntshona.
Esto ocurrió un año después de que juntos emprendieron una gira por Nueva York, hasta donde llevaron sus obras Sizwe Banzi is Dead y The Island. Los montajes tuvieron 52 presentaciones en el Edison Theater de Broadway, en Manhattan.
Otras de sus producciones teatrales más famosas son Statements After an Arrest Under the Immorality Act, The Tempest y My Children My Africa!, esta última, que protagonizó y por la que recibió una nominación al Olivier (galardones de la Society of London Theater).
Al momento de escribir, Kani busca un lugar en su casa. Y una hoja y un esfero. “Sí, es que no me gustan los computadores, porque los autocorrectores me cambian las palabras”, dice.
“Cuando escribo, soy como una mujer embarazada, que durante nueve meses espera con deseo la llegada de su bebé”.
Instalado en el estudio, encuentra su entorno de paz. Si a eso se le puede considerar tranquilidad.
“Me encanta escribir rodeado de ruido: mi esposa cantando y haciendo la comida en la cocina, mi hija pidiendo dinero para salir, mi hijo preguntándome por su cámara y los carros pasando afuera. Ese es mi entorno de paz, con mi familia al lado, en una ciudad violenta como aquella donde vivo”.
El perdón
Cuando Kani se sienta a escribir está enojado. Las ideas se atropellan con ira al pensar en las injusticias, la gente inocente que estuvo presa, la posición indiferente del gobierno. Sus dolorosos recuerdos familiares.
“Yo perdí a mi hermano. Lo mataron mientras recitaba poemas en un escenario ¿Cómo puedo perdonar y olvidar? Es muy difícil. Lo que hago es usar esos recuerdos trágicos para avanzar y construir la nueva Sudáfrica. La vida es eso.
Y el teatro es eso”.
¿Aún siente el mismo dolor?
“Es que el dolor nunca se fue. Nunca. Tiene un lugar en mi corazón y es donde busco cuando interpreto a un personaje. La gente joven en Sudáfrica se hace preguntas. El teatro es un vehículo para educar y contar, para dar esperanza. Al final, mi mensaje es que la familia es el eje de todo. Incluso, por encima de los discursos políticos”.
Kani bota el papel en el que apuntó sus primeras ideas de un próximo argumento. Le hace caso a Janice, su directora, quien le recomienda que imprima más amor que activismo a lo que escribe.
Missing es el resultado de los valores que él mismo profesa y con los que condimenta el drama familiar de un hombre exiliado, desubicado en el mundo.
“Cuando Nelson Mandela fue presidente se generó otro gran problema y fue el regreso de los exiliados a Sudáfrica, a su casa. Pero ya no había casa. Y la gente con la que hablaba, ¿qué se hizo? ¿Dónde están los árboles con los que crecí? En su lugar, unas moles de edificios representan el progreso, y eso es hermoso. Pero lo que solía estar ahí se ha ido. Los recuerdos pueden ser un arma poderosa de destrucción porque te aferran a las cosas que tuviste”, dice el sudafricano.
A Kani le gusta reírse. Reinventarse. Su palabra favorita es adaptación. “La mejor forma de hacer comedia es cuando parece que no la estás haciendo”, recomienda en su oficio.
A su regreso a Sudáfrica seguirá con un nuevo proyecto y presentará Missing en algunas ciudades de su país natal. “Es que el poder del arte radica en tomar una verdad y presentarla en su pureza; permitir que la gente la examine y encuentre su propia verdad allí”.
Como muchos actores y dramaturgos, no vive del teatro, pero para él es un acto sagrado. Intocable.
“Puedo prostituirme haciendo TV o cine, porque necesito vivir de algo. Tengo una familia que mantener”, se ríe.
Saborea el último sorbo de su café, que endulzó con tres sobres de panela. Promete que volverá para hacer una temporada en el teatro Fanny Mikey, donde se ve Missing, durante el Iberoamericano.
“Actuar es un lenguaje universal, un idioma que todos entienden”, asegura.
Sofía Gómez G.
Cultura y Entretenimiento
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