Por estos días nos visitó el presidente de la Fundación Alemana para la investigación (DFG), institución similar a Colciencias. Por invitación de la Academia de Ciencias dictó una conferencia sobre el sistema de investigación alemán. No resisto la tentación de reproducir acá algunos de mis comentarios a su conferencia.
Conozco el sistema de ciencias alemán, y es admirable la forma como ellos han mantenido su política por largo tiempo, independientemente de los cambios en los partidos y las personas del Gobierno. Estabilidad, no inamovilidad: hay permanentes mejoras y la inversión aumenta año por año.
Una de las características de esa política es la coherencia entre las palabras y los números. Un ejemplo bastará para explicar lo que quiero decir. El año 2014 la DFG (que representa el 4 % de la inversión alemana en investigación) financió 30.000 proyectos con un costo de 3.000 millones de euros. Colciencias, ese mismo año, financió 431 proyectos (en todas las áreas y en todo el país) con una inversión de unos cincuenta millones de euros. Prioridad es una palabra que se debe escribir con números.
Muy interesante es también la forma como abordan la innovación. Distinguió el conferencista entre lo ‘novedoso viejo’ y lo ‘novedoso nuevo’. Lo primero es una innovación predecible. No es menor y requiere un gran esfuerzo investigativo, pero no va a sorprender. Alguien la desarrollará si uno no lo hace antes. Esas innovaciones, de todas formas, tienen un importante impacto y ellos fomentan su desarrollo con decisión.
Por otro lado, lo ‘novedoso nuevo’ es algo que no existe, y que muy difícilmente imaginamos. Genera cambios radicales para la gente y la economía. Ese tipo de innovación solo se logra con una investigación profunda y fundamental. La DFG la llama “investigación impulsada por la curiosidad”. Denominación que entre nosotros es una blasfemia. Nuestras convocatorias exigen, cada día más, proyectos con objetivos de corto plazo y que puedan generar un producto inmediatamente comercializable. Incluso los de ciencias básicas deben definir con precisión las poblaciones que se beneficiarán. Propuestas menos predecibles son descartadas como inútiles y desperdiciadoras. Las describen despectivamente como juegos con electrones.
Comentaba también el presidente de DFG que un secreto del éxito de su sistema es la división de labores, única y funcional. Unas agencias financian la investigación impulsada por la curiosidad; otras, la impulsada por objetivos misionales. Así mismo, las universidades y los institutos de investigación Max Planck se concentran en las investigaciones básicas; otras organizaciones, ministerios y empresas, en las aplicadas. Contrasta con nuestra tendencia de unificación. En América Latina impusimos el término siamés de Ciencia y Tecnología. Nosotros, en la Ley le incorporamos la innovación como parte inseparable, y en el último plan de desarrollo las fusionamos con la competitividad y las pusimos bajo su control.
Curiosamente el conferencista no mencionó ni una vez nuestro mantra de moda: competitividad. Tiene claro el papel que juegan la ciencia y la tecnología en el fortalecimiento económico. Pero sabe que la competitividad depende de la productividad del trabajo, de la educación, de la fortaleza de la moneda, del acceso a mercados y de mil factores más, no solo de la ciencia. Igualmente le resulta claro que, aunque hay resultados de la ciencia que potencialmente mejoran la competitividad, la mayoría tienen poco que ver con ella.
Fue duro para los oyentes confrontar el hecho de que el éxito de uno de los sistemas de ciencias de mayor impacto en el mundo se explica por unas políticas y una filosofía diametralmente opuestas a las nuestras.
Moisés Wasserman
@mwassermannl