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El Madrid, pobre niño rico

Si Di Stéfano y Bernabéu hubiesen vivido lo del sábado, hubiesen vuelto a morir.

JORGE BARRAZA
“El fútbol es demasiado negocio para ser solamente un deporte, pero es demasiado deporte para ser solamente un negocio”. La frase, cuyo autor se fue perdiendo en la alcantarilla del anonimato, tiene ya visos de axioma. Es brillante. En el Real Madrid como que la recuerdan, pero con el orden invertido: el marketing primero, la pelota después. Es el club número uno del mundo en ingresos desde la presidencia de Florentino Pérez, pero se le escapan los títulos, uno tras otro. Y al hincha no le hablen de economía cuando el equipo pierde; al diablo con la prosperidad, quiere campeonatos. “Nadie sale a festejar balances en la 18 de Julio”, dicen en Uruguay; es la avenida principal de Montevideo, donde los hinchas de Peñarol y Nacional hacen caravanas para celebrar sus conquistas. “El Madrid debe ganar todo siempre”, reza un viejo eslogan futbolero. Habría que actualizarlo. Podría ser “casi siempre”. Al menos es más modesto.
“La Liga está acabada”, declaró, lacónico, Zinedine Zidane tras la nueva derrota ante el ahora combativo y fiero Atlético de Madrid. Zidane es otra de las víctimas de este “modelo de autodestrucción”, como lo definió Santiago Segurola, director adjunto de Marca. Tomó el barco semihundido y en su inexperiencia hizo lo que pudo: poco. El efecto bienhechor de su designación duró cuatro partidos, luego empezó a brotar agua otra vez. Sólo le queda la Champions para salvar la nave y su propia carrera como entrenador. No es fácil. Puede que pase a la Roma (ya ganó 2-0 de visita), sin embargo queda lo más duro: cuartos de final en adelante. Si no, a Zizou le habrá explotado la granada en la mano y en junio se tendrá que ir también él. “La trituradora del Real Madrid trabaja a toda máquina y no respeta a nadie. Es un sálvese quien pueda”, agrega Segurola. A propósito, Ottmar Hitzfeld, el multicampeón conductor del Bayern Munich durante años, había definido la designación de Zinedine como “una locura”. No estaba loco.
Fue un sábado cruento como el madridismo no recuerda, tal vez en 114 años de historia. Derrota en el clásico con el Atlético (por tercera vez consecutiva en casa), el equipo dando lástima, la liga perdida, gritos estentóreos de “Florentino dimisión”, el público dejando las gradas semivacías a falta diez minutos, jugadores silbados (James el más), peleas en los alrededores del estadio y Cristiano Ronaldo que en el cénit de su vanidad lanza una bomba: “Si todos estuviesen a mi nivel a lo mejor estaríamos primeros”. Un combo incendiario. Se le pasó por alto al portugués el gol insólito que perdió estando totalmente sólo frente al arquero Oblak, que como los reos en el patíbulo, ya había cerrado los ojos y pedido su último deseo. La mandó afuera. Ahí, sus compañeros no le dijeron nada.
El domingo a la mañana, trabajadores del Ayuntamiento de Madrid recogían los escombros de la temporada 2015-2016: la Copa del Rey perdida por la mala inclusión de Cherysev, un jugador que nadie sabe para qué fue y que ya no está. Apenas jugó unos minutos, los suficientes como para que le protestaran el partido: tenía una fecha de suspensión y nadie, en semejante estructura, lo advirtió. Como si en Microsoft alguien se olvidara de pagar la factura de la luz y le cortaran el suministro. La Liga se le soltó de la mano. El Barça navega a una velocidad que el Madrid no puede seguir. Hasta se le despegó el Atlético, que desde la llegada de Simeone, dejó de ser el pan dulce navideño. Cuando termine el presente torneo habrá hilvanado apenas una liga sobre ocho. Con una nómina valuada en 600 millones de euros. El plantel de las superestrellas galácticas que, luego se ve, son bastante terrenales, como el caso de Kroos, un sobrio volante que da correctos pases de cinco o diez metros a ambos costados, pero al que jamás se le cae una idea, una gambeta, un gol, una asistencia, alguna profundización del juego. Tampoco una gota de rebeldía; cuando faltan tres minutos y se les está yendo la liga, cuando hace falta una patriada, un acto de heroísmo futbolero, sigue con sus pases correctos de moderado recorrido hacia un costado. Pero ese mundo parafernálico que es el Real Madrid lo vende como si fuese Beckenbauer más Overath más Lothar Matthaus. “Sí, es todo eso, y está aquí, es nuestro, disfrutadlo…!” Luego vienen las confusiones. “¿Cómo con semejantes monstruos no ganamos nada…?” se preguntan los hinchas. Son las deformaciones generadas por el marketing y la mediatización en dosis desmesuradas.
El diario Sport, de Barcelona, se dio un festín. Hizo una portada gigante con la proa del Titanic a punto de hundirse y a ambos costados las caras de CR7 y de Florentino Pérez. Tituló simplemente “El Titanic”. Marca y As, madrileños, fueron contemplativos (hay que seguir vendiendo). Marca puso apenas “Vaya destrozo”, As directamente trató de esconder la grave crisis: “En la capital manda el Atlético”. En Italia, sin compromisos, La Gazzetta dello Sport tituló: "Caos Real, CR7 contra sus compañeros".
Claro que, en los momentos de crisis, todos los jugadores se deslucen. Kroos tal vez sea una gotita más que esto que está mostrando. Lo mismo le pasa a James, que cayó en desgracia con la tribuna. La silbatina cuando se iba fue sonora, clara. Como es claro que no está bien, ni anímica ni futbolística ni físicamente. Se lo ve lento, lejos del arco, sin gravitación y hay rumores que lo colocan fuera del Madrid en junio. También dicen que se van Sergio Ramos y el propio Ronaldo.
Es muy difícil para un joven canterano lograr minutos en el equipo superior del Madrid, siempre plagado de figuras foráneas. El sábado, Zidane apeló a tres muchachos de la casa a ver si le apagaban el fuego: Jesé, Lucas Vázquez y Borja Mayoral. El Madrid ya era una ensalada y los entusiastas pasaron a ser un elemento más en el revoltijo. Si la pelota les quema a los consagrados, imaginemos a los chicos.
“Necesitamos dos centrales de calidad, pero es que no hay centrales en el mundo”, dice una alta fuente de la Casa Blanca. Al margen de la escasez, los cracks de otros equipos ya no se deslumbran por las luces del Bernabéu, todos declaran sin pudores: “Me gustaría ir al Barsa”. Saben que allí, pese a todos los problemas institucionales de los últimos años (muchos) en el vestuario reina la calma y la amistad, ganan títulos seguidos, hay armonía en el césped, se juega buen fútbol.
Además, muchos le escapan a la interna, al célebre y temido vestuario del Madrid. De afuera se advierten grandes egos, mucha ínfula, mucho traje caro… Si Di Stéfano y Bernabéu hubiesen vivido lo del sábado, hubiesen vuelto a morir, pero de una muerte nueva: muerte por indignación.
Último tango...
JORGE BARRAZA
Para EL TIEMPO
JORGE BARRAZA
JORGE BARRAZA
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