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¿Y si China se enreda?

Tiene que moverse de una economía de inversión a un modelo de crecimiento del sector servicios.

MOISÉS NAÍM
Por 35 años, la economía china creció a más de 10 % cada año. Esto significó que cada siete años los ingresos del gigante asiático se duplicaron. China ha cambiado drásticamente en las últimas tres décadas. Y eso se ve no solo en sus modernas ciudades, carreteras, trenes y aeropuertos, sino también en la expansión de su sector industrial y de sus exportaciones. Pero lo más importante ha sido la disminución de la abrumadora pobreza. Lo que pasó en China en los últimos 30 años no tiene precedentes en la historia de la humanidad: 500 millones de chinos dejaron de ser pobres. No obstante, el progreso también se irradió al resto del mundo. China se convirtió en el principal comprador de materias primas, uno de los principales exportadores de productos manufacturados, el principal comprador de bonos de deuda emitidos por gobiernos y empresas del mundo occidental y en un importante inversionista. Ahora se le puede aplicar a China lo que tantas veces se dijo de EE. UU.: si China estornuda, el mundo coge un resfriado. Y en estos tiempos la economía china no solo está estornudando, sino que está enferma.
Los síntomas son muchos. El más obvio es que en el 2015 su economía creció a la tasa más baja en 25 años. Y desde hace cuatro años el crecimiento es más lento que el del año previo. Luego vinieron un colapso en la bolsa de valores y una caótica devaluación de la moneda. A esto le siguió una masiva y persistente fuga de capitales. Una población que en promedio ahorra el 30 % de sus ingresos ve cómo el valor de su moneda cae y prefiere guardar sus ahorros fuera de su país y en otras monedas.
Otro síntoma preocupante es la inmensa y creciente deuda que se ha venido acumulando. En el 2007 era equivalente a una vez y media el tamaño de toda la economía china, ahora ha aumentado hasta alcanzar tres veces ese tamaño. Enorme y poco transparente, sigue creciendo; y lo que es más grave, un sustancial volumen es incobrable. Hay una enorme cantidad de edificaciones de todo tipo que son económicamente injustificables, que han quedado sin usar o sin terminar y cuya construcción fue financiada con créditos de los gobiernos locales. ¿Cómo llegó la exitosa economía china a complicarse tanto? La respuesta se resume en dos palabras: bonanza y crisis. Cuando una economía crece a alta velocidad durante tres décadas, también crecen el derroche y el desperdicio, las malas inversiones, la corrupción y muchos errores que la bonanza permite tapar o ignorar. Por otro lado, la crisis mundial del 2008 llevó a las autoridades chinas a lanzar el mayor estímulo económico jamás conocido. El objetivo era que los problemas de EE. UU. y Europa no los contagiasen; mantener el alto crecimiento a cualquier costo. Y así fue: el gasto público se disparó, al igual que el crédito y la inyección de dinero en la economía. El esfuerzo tuvo éxito en impedir que la economía cayera, pero creó las distorsiones que hoy la plagan.
¿Qué va a pasar? China tiene que moverse de una economía basada en la inversión y las exportaciones de manufacturas a un modelo donde los motores sean el consumo doméstico y el crecimiento del sector servicios. Ello requiere que el Gobierno lleve adelante reformas que, a corto plazo, son impopulares, pero que pondrían al país en una senda sostenible.
Lamentablemente, no pareciera que esto va a pasar; al menos, no muy pronto.
Hace pocos días el primer ministro Li Kegian ordenó a los ministerios hacer una intensa campaña de “información” explicando que la economía estaba bien y que los problemas ocurren principalmente por mala comunicación.
Entonces, ¿se enreda China? Sí. Ya está enredada. Y se va a enredar aún más.
MOISÉS NAÍM
@MoisesNaim
MOISÉS NAÍM
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