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El ciclista kamikaze

Comienza a hacerse imperativo algún código de tránsito ciclístico.

En la jungla de cemento de la capital acaba de descender una nueva especie de primate, que se desplaza sin piedad entre los vórtices del tráfico peatonal y vehicular por las calles o los andenes a la máxima velocidad que sus piernas logran imprimirle al artefacto de transporte más bello y eficaz que haya inventado el hombre: la bicicleta.
Esta nueva especie de animal urbano tiene un solo objetivo: dejar manifiesta su superioridad física, llegar primero a cualquier cruce, brincarse aceras, serpentear entre carros, árboles, postes, transeúntes, sobrepasar por la derecha o la izquierda. Si alguna adversidad lo obliga a detenerse (llámese anciana arrastrando carrito con frunas o ejecutivo distraído mandando ‘guasaps’), el ciclista kamikaze responde con pitazos de árbitro cuando no con insultos hacia el cuerpo extraño que tuvo la mala idea de atravesarle el camino. ¡Urge cultura ciudadana en las concurridas ciclorrutas de Bogotá!
Crecen a diario los accidentes casi mortales, en donde los victimarios siempre salen mejor librados, porque los ve uno despedirse álgidos del enjambre de hierros y llantas que causaron, subirse al caballete y partir raudos hacia el próximo desafío, dejando atrás charcos de sangre y de ‘ayayáis’. Todo esto, ante la mirada atónita del policía bachiller, que no sabe por dónde empezar: ¿será que este episodio contempla una multa? ¿Tendré que hacer un croquis?
Tanta improvisación conmueve, pero con cifras que rondan los cientos de miles diarios, comienza a hacerse imperativo algún código de tránsito ciclístico sin hablar de la rehabilitación urgente de los trazados que cumplieron 15 años de abandono.
El puente peatonal, la banca, el charco, la pileta, el semáforo o el trancón no son impedimentos para el despliegue de la audacia malabarista del ciclista kamikaze. Entre más sencillo es el vehículo (la moda dicta: debe ser sin cambios y con manubrio de carreras), tanto más se acrece el desafío por la velocidad. Hombres y mujeres, a la par, se disputan la pista causando envidia entre sus símiles por tanto despliegue de fuerza y de indiferencia hacia el peligro, pero alguien debería explicarles que se trata de circulación democrática y que las calles distan mucho de ser las aguas de Hawái, donde un puñado de surfistas se disputan la supremacía de una ola.
La ciclovía que la Alcaldía acaba de trazar sobre la carrera 11 ha sido un regalo para este sector de la ciudad. Cumpliendo con su promesa de retornar al sentido norte-sur de esta importante arteria, Peñalosa aprovecha para enviarles una recomendación saludable al estrato 6 y a toda la ciudad: carro en el garaje, bicicletas a la calle y transporte público. Pero lo más importante es que por un tramo largo se acaba la guerra por las aceras entre ciclistas y peatones. Toca perseverar, para cortarles el paso a los ciclistas kamikaze y devolverle al peatón su derecho exclusivo a caminar distraído, de afán o como mejor le antoje.
Esta Administración demuestra que tiene claro los cuatro niveles de prioridad que deben regir cualquier política de movilidad urbana, y que en orden descendente son: primero el peatón, segundo la bicicleta, tercero el transporte público y, de últimas, el vehículo particular. ¿Cómo se insertará en esta variable el metro? Esa es la cuestión que debe de estar desvelando al nuevo inquilino del Palacio Liévano.
Buscarle espacio exclusivo a cada tipología de desplazamiento es un desafío mayúsculo de diseño urbano y requerirá una coordinación entre entidades nunca vista en nuestras administraciones. Mientras tanto, al ciclista kamikaze le seguiremos ofreciendo un ramo de olivo para que cambie su actitud.
Camilo Ayerbe Posada
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