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París cumple tres meses de lucha contra el miedo

Aunque el turismo ha disminuido después del 13-N, la capital francesa pelea por su recuperación.

EDUARD SOTO
Un canto alegre y armonioso desciende por las escaleras de una de las bocas de la estación de metro de Oberkampf, en el centro-este de París. Parece algo religioso, una melodía negra de góspel que se hace más clara y fuerte a medida que sus intérpretes descienden hacia la plataforma. Son cuatro –dos hombres y dos mujeres–, lucen elegantes trajes oscuros y no paran de cantar. Es la 1:10 de la madrugada, hay unos 7 grados centígrados, su fiesta apenas parece iniciar.
Hace tres meses, el pasado 13 de noviembre, el ambiente era completamente diferente en esta misma estación, una de las más cercanas a la sala de conciertos Bataclan, sobre el bulevar Voltaire. Ese día, tres yihadistas ingresaron al concierto de la banda estadounidense de rock Eagles of Death Metal y desplegaron sus armas contra los asistentes, en un lugar con capacidad para 1.500 personas. Noventa jóvenes perdieron la vida en la pesadilla más larga que la historia reciente de Francia recuerda.
Al menos otros 40 también cayeron en distintos lugares de la ciudad como fruto de la más coordinada acción en Europa del grupo terrorista Estado Islámico, o Daesh, como prefieren llamarlo en los medios de comunicación de este país. Si ya los ataques de enero de ese año contra la revista satírica Charlie Hebdo y contra el supermercado judío kósher habían encendido las alarmas, el ataque del 13-N al corazón de París desató una nueva guerra contra el terrorismo.
“Algo ha cambiado. Yo intento no variar mis rutinas, pero he venido introduciendo algunas medidas que antes no tomaba, como por ejemplo salir lo más rápido que pueda del vagón del metro, pues siento que las aglomeraciones pueden ser lugar propicio para un atentado, y evito por ahora los conciertos o estar en eventos muy masivos”, dijo a EL TIEMPO Vincianne, una universitaria de 22 años.
En la París de hoy no se perciben temores, al menos de manera evidente, pero los parisinos toman sus precauciones. La ciudad se empeña por todos sus medios en recuperarse del golpe y los habitantes se han venido acostumbrando, de a poco, a la presencia de militares fuertemente armados en sus lugares emblemáticos, y a los piquetes de policía que con sus radios de comunicación se mueven no muy sigilosos por el metro.
“Miren, este es el café Les Deux Magots y está casi vacío”, se queja en español uno de los meseros del local ubicado en el sector de Saint-Germain, célebre por ser uno de los lugares de reunión de la intelectualidad y el mundo del arte de finales del siglo XIX y bien avanzado el XX. “Mi novia es colombiana, viajo todos los años a Cartagena. Ya esperamos que llegue pronto la recuperación”, añade amistoso.
Tanto quiere París regresar a la normalidad que lanzó su candidatura para los Juegos Olímpicos del 2024. Competirá con Budapest, Los Ángeles y Roma. / Foto: AFP.
No ha sido fácil. Según cifras oficiales, el sector de la hostelería, uno de los más importantes para la economía de la ciudad, tuvo un descenso del 20 por ciento en la segunda quincena de noviembre, es decir justo después de los atentados. En diciembre la caída fue del 10, y del 7 por ciento en la primera quincena de enero, lo que a juicio de la Alcaldía hace pensar que ha habido una atenuación progresiva del impacto y que la recuperación viene en camino.
Pero en los lugares turísticos se siente más lo sucedido. Si en otros tiempos las filas para subir a la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo podían demandar horas, ahora se asciende rápido y sin mayores aglomeraciones. Igual pasa con la percepción en los comercios con motivo de la temporada de rebajas que está por terminar. “Muchos de los japoneses o coreanos que viajaban en grandes grupos cancelaron o aplazaron sus viajes. Ya no los ves con las manos repletas de bolsas de tiendas de diseñador ni tampoco colmando los lugares turísticos con sus guías y sus diminutas cámaras de video”, dice Ana María, una estudiante colombiana, a punto de terminar su maestría. (Además: Asamblea Nacional de Francia aprueba una revisión constitucional)
La cultura en general y las empresas culturales francesas también han sentido el impacto por algunas de las medidas del estado de excepción impuesto que limitan sus actividades. “Nos han paralizado un poco en lo cultural, nos han puesto obstáculos mayores. A veces nos prohíben nuestras representaciones y esto tiene consecuencias económicas importantes porque se suben los costes al también tener que garantizar la seguridad. Han prohibido hasta pequeños partidos de rugby, que es un deporte muy popular acá”, comenta en la Casa de América Latina Marc Bonduel, delegado general del Festival de Biarritz.
Reforma constitucional
Las autoridades tienen un punto de vista un poco diferente: “Los parisinos no hemos cambiado nuestros hábitos de vida por el terrorismo. Esa es una forma de resiliencia. Hemos reforzado nuestras políticas de seguridad, porque no solo somos resilientes sino también prudentes. Ser parisino no es solo nacer acá sino renacer”, dijo a EL TIEMPO y a otros medios de comunicación colombianos invitados por el ministerio de Asuntos Exteriores francés, Patrick Klugman, adjunto de la Alcaldía de París encargado de las relaciones internacionales. (Vea aquí: 'El estado de emergencia en Francia debe limitarse en el tiempo')
Pero las medidas van mucho más allá. Avanza con no pocos sobresaltos en el Legislativo un proyecto del gobierno del presidente socialista François Hollande de modificar la Constitución para introducir en ella una forma expresa de estado de emergencia, que puede ser prorrogado otros tres meses; y la muy polémica medida de despojar de la nacionalidad a aquellos condenados por delitos graves contra la nación, lo que pone a Francia, el país de las libertades, en un lugar incómodo o al menos extraño a su naturaleza histórica.
“Es ridículo, porque los terroristas no dicen ‘ah, ya no tengo mi pasaporte francés, puedo morir e ir al cielo’ ”, explica el sociólogo Michel Wieviorka, de la Maison des Sciences de l’Homme, que tiene estrechos lazos en Colombia con el Centro de Memoria Histórica de Bogotá. “Es una medida política que no tiene que ver en sí misma con la lucha antiterrorista sino que es algo simbólico. Es el resultado en parte del clima de derechización del país que dice que no hay que entender el fenómeno, sino que hay que reprimir, pues explicar es un poco como justificar. No hay que perder el tiempo con estos intelectuales que te hablan de discriminación, de gueto, de política social. Hay que tomar medidas de excepción”, añade con ironía.
Para Wieviorka, el problema del terrorismo en Francia tiene dos dimensiones. “Por una parte hablamos de personas que vienen de África del Norte o de otros países que llegaron a Francia en los años 60, 70 u 80 y que viven en los suburbios de las grandes ciudades. Sus hijos tienen problemas económicos, no tienen empleo, sufren de exclusión social, racismo, discriminación, viven en familias desestructuradas y terminan en la delincuencia. Al ir a la cárcel alguien les habla del islam, de un islam radical, muy muy básico. Se sabe que los extremistas apenas si conocen una o dos suras del Corán”.
Y la segunda lógica, según el mismo sociólogo, tiene que ver con jóvenes, incluyendo mujeres, que no tienen que ver nada con la inmigración ni con los suburbios, en regiones como Normandía, donde casi no hay contacto con inmigrantes, y que terminan en el yihadismo. La religión viene por lo general al final, a veces al principio.
“Uno se encuentra con jóvenes que dicen que le quieren dar un sentido a su vida. ‘Lo que me ofrece mi familia, el sistema, los políticos, las perspectivas de futuro no me interesa, no hay nada’. Entonces en esta búsqueda hay visiones un poco románticas de juventud en las que se piensa que se van a Siria a ayudar a enfrentar a Bashar al Asad, el dictador que ha asesinado a miles. Algo así como las brigadas internacionales que fueron a España a luchar contra el franquismo. En este proceso es clave internet y los pescadores que abundan en las redes que les quieren ayudar a construir una historia de amor, a promover un viaje romántico, épico, iniciático”.
Por eso es que analistas y expertos creen que no todo se soluciona con medidas de choque: “La lucha antiterrorista es un problema de seguridad, pero también es un problema social, de políticas públicas. Por eso, en vez de prolongar un estado de emergencia habría que devolverles la esperanza a estos jóvenes, que están viviendo en guetos o que están desempleados. Lo principal es implantarles la esperanza en sus mentes”, asegura Bonduel.
De víctimas a verdugos
Los sociólogos en el país hablan de que mientras la gente en general ve a los yihadistas como monstruos asesinos, ellos mismos se ven como víctimas. El sociólogo Farhad Khosrokhavar, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), y el psiquiatra y criminólogo Roland Coutanceau se internaron en las prisiones francesas para hablar con islamistas radicales y simpatizantes del EI. “Aquellos que vienen de suburbios convertidos en mayor o menor medida en guetos se sienten muy rechazados, estigmatizados”, dijo a la AFP Khosrokhavar. “Es lo que llamo la victimización”.
Es sus charlas, los investigadores concluyeron que por una parte los yihadistas se construyen una visión paranoica del mundo y por otra la viven como una injusticia social: “Soy una víctima (...) en la medida en que me niegan humanidad, tengo el derecho de ser profundamente injusto y cruel, de matar a desconocidos (…). Nos tratan como insectos, como el ejército israelí hace con los palestinos, por nuestro acento, por nuestra forma de ser”.
Khosrokhavar lo resume en una frase: “Un Mohamed tiene tres veces menos posibilidades de obtener un empleo que un Didier”. Y añade Coutanceau: “Presentan una forma casi clínica del carácter paranoico (…) Los análisis de sangre de los atacantes del Bataclan demostraron que no estaban drogados. Para matar de esa manera a civiles desconocidos antes de detonar un cinturón de explosivos hay que deshumanizar a las víctimas”, concluyen.
La melodía sigue. Los cuatro alegres amigos suben al metro y continúan con su coro. A la altura de la estación de Bastille ya han conseguido que muchos de los pasajeros los acompañen. Camaradería, complicidad, aplausos y risas brotan hasta que se bajan en Saint Marcel, probablemente a seguir la celebración.
Los parisinos no olvidan la tragedia del 13 de noviembre, pero luchan día a día para que la vida retome la normalidad y no se hunda en el miedo. Ni un ápice de esplendor ha perdido París. Así como las voces de los cuatro amigos, su luz brilla.
EDUARD SOTO
Editor Internacional
Twitter: @edusot
París.
EDUARD SOTO
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