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'No espero una negociación fructífera con el Eln': Walter Broderick

Los 'elenos' carecen de manejo político, por lo cual pueden escapar la coyuntura actual.

La resistencia al diálogo del Eln tal vez se entienda si se miran las diferencias entre ese grupo insurgente y las Farc, que son evidentes desde sus orígenes. El Eln nació en un mundo estudiantil, mientras que la guerrilla de las Farc comenzó como un movimiento campesino.
La cuna del Eln fue el ambiente universitario que, en la década de los 60 del siglo pasado, vibraba con el triunfo de los revolucionarios cubanos. Estudiantes de América Latina viajaban a Cuba para adoctrinarse ideológicamente y, muchos de ellos, para recibir entrenamiento militar.
De hecho, fueron jóvenes colombianos venidos de la isla los que constituyeron el primer núcleo de lo que llamarían el Ejército de Liberación Nacional (Eln). Llegaron a buscar el lugar más apropiado para establecer en Colombia una guerrilla sobre el modelo de la de Fidel y el Che en la Sierra Maestra. Y escogieron para su experimento las selvas del Opón, en el Magdalena Medio, donde podrían construir sobre el fenómeno de una rebeldía que existía en la región desde la década de los 40, si no antes. (Lea también: '67,3 % de los colombianos no cree en voluntad de paz del Eln': sondeo)
Muy distinto fue el origen del grupo que adoptaría el nombre de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Las Farc no se construyeron sobre la base de otro movimiento o de una ideología importada. Al contrario, emergió –diría que orgánicamente– de una larga historia de luchas por la tierra, encabezadas y dirigidas no por universitarios, sino por los mismos campesinos.
Las Farc tampoco nacieron como un proyecto revolucionario, sino como una necesidad de gente del campo para defenderse contra los atropellos de los hacendados, tanto liberales como conservadores. El bombardeo de Marquetalia (Tolima), ordenado en 1964 por el gobierno del presidente conservador Guillermo León Valencia, los obligó a convertirse en guerrilleros. Y más tarde recibirían orientación marxista de cuadros llegados del Partido Comunista, sin que sus líderes dejaran de ser gente de la base campesina.
Gente de ciencia y de fe
El Eln, en cambio, fue dirigido principalmente por gente salida de las universidades. Más adelante, inspirados por el ejemplo de Camilo Torres, se sumaron sacerdotes y seminaristas, e incluso monjas. El Eln hasta llegó a tener como máxima autoridad, durante muchos años, a un cura aragonés.
Esa mezcla de universitarios y religiosos ha llevado a muchos, especialmente a ciertos académicos, a creer que el Eln es un grupo más preparado, más ‘intelectual’ que las Farc. Confunden esa supuesta ‘intelectualidad’ con una capacidad para la política. Pero la política es otra cosa.
Sin duda, la presencia de los religiosos imprimió un carácter profundamente cristiano, incluso místico, al Eln. Un abogado católico, exguerrillero, recuerda que fue al monte cuando era joven “para consumar su amor por la revolución en el tálamo verde de la selva”.
Si no son místicos, los ‘elenos’ al menos resaltan la importancia de virtudes como el sacrificio, la integridad y la fidelidad; por encima, tal vez, de la eficacia o el éxito político. Un militante ‘eleno’ expresó un sentimiento muy cristiano cuando me aseguró que querían “hacer la guerra, pero sin los vejámenes de la guerra”. Otro, un excomandante, me reveló que en cierto momento el Eln pensó en la posibilidad de construir un ejército, y él fue destacado para formar la primera compañía con miras a la conformación posterior de un batallón. Sin embargo, cuando varios de los más valientes y mejor entrenados de la compañía murieron en combate, Manuel Pérez suspendió el proyecto de ejército. El buen cura español no quiso permitir que se sacrificaran más vidas.
Los jefes de las Farc no han sufrido de pruritos ni escrúpulos de esa índole. Pero sí han mostrado una habilidad mucho mayor en el manejo político. Cada vez se aprecia más lo que fue el liderazgo de Pedro Antonio Marín (alias Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo). Se trataba de un líder natural, que no necesitaba ningún cartón académico para ser un extraordinario estratega militar, papel que combinaba con una astucia y un conocimiento en el terreno de la política capaces de mantener en jaque a sucesivos gobiernos a lo largo de 40 años, o tal vez más. No sorprende que sus discípulos hayan sabido sentarse ahora a una mesa para negociar políticamente, de tú a tú, con el Estado. (Vea aquí: Eln se atribuye el secuestro del cabo Villar Ortiz)
Los ‘elenos’ difícilmente llegarán a hacer algo parecido. Desde el inicio mostraron su indiferencia frente a las coyunturas. Sus intervenciones militares y políticas se realizaban de acuerdo con una especie de liturgia o santoral: su primera acción, la toma de Simacota (Santander), se planeó para el 7 de enero de 1965, con la idea de conmemorar una quema de buses en la Universidad Nacional impulsada en esa fecha por uno de sus héroes, el líder estudiantil Antonio Larrota. Un año después escogieron la misma fecha, ahora conmemorativa de Larrota y de Simacota, para publicar la Proclama de Camilo Torres y anunciar la presencia en sus filas del sacerdote revolucionario. Las fechas seleccionadas no solo no correspondían a ningún momento o evento de importancia popular o política, sino que coincidían con los soporíficos momentos de comienzos de año, cuando poco impacto podrían causar.
Y ahora que menciono a Camilo Torres, hay que reconocer que también fue un ingenuo en materia política. Era un romántico y, hasta cierto punto, un místico. De ahí la perenne atracción que ejerce sobre la gente joven. Cuando era adolescente, quiso renunciar al mundo y sus pompas y convertirse en un monje de claustro. Veinte años después, en 1965, cuando lideraba un gran movimiento popular y galvanizaba a cientos de miles de sus coterráneos, nuevamente le entró la tentación de la renuncia. Quería abandonar todo, dar un ejemplo de sacrificio y vivir entre los desposeídos de la tierra. Y en el novel Ejército de Liberación encontró una manera de hacerlo.
La cuadrilla que Fabio Vásquez Castaño y sus compañeros habían fundado en las selvas del Opón, cerca de San Vicente de Chucurí, en Santander, convocó a la causa a un puñado de campesinos pobres de la región. Poder acompañarlos, y ser aceptado como uno más entre ellos, fue un sueño que a Camilo le llamó fuertemente la atención.
A veces me pregunto hasta qué punto creía Camilo en su propio movimiento político, el Frente Unido. Fue un fenómeno fugaz, pues duró pocos meses, prácticamente de junio a octubre de 1965. Durante ese breve lapso, Camilo participó en un doble juego. Por un lado, dedicó su considerable energía a la construcción del Frente Unido, viajando a todos los rincones del país para dirigirse a los cientos de miles de colombianos que colmaban las plazas públicas ávidos de escuchar sus planteamientos revolucionarios y sus alegatos contra la oligarquía. Su meta, decía, era construir una fuerza política muy amplia, compuesta de los que llamaba ‘los no-alineados’.
Sin embargo, se había comprometido, en secreto, con el grupo más pequeño que existía en aquel momento en la izquierda colombiana, y tal vez el más sectario. Se alistaba para unirse a sus filas tan pronto llegara el momento. Y cuando el momento llegó, Camilo Torres desapareció de la noche a la mañana, dejando a sus copartidarios colgados de la brocha. Se fueron todos para la casa. Y el Frente Unido –que ya estaba bastante desunido– se acabó en cuestión de días.
Muchas de estas apreciaciones sobre el Eln y su trayectoria como grupo alzado en armas fueron confirmadas durante mis conversaciones con los miembros del Coce (Comando Central) hace casi 20 años, cuando preparaba una biografía de Manuel el ‘cura’ Pérez. No los busqué, sino que me buscaron ellos para que les ayudara con sus recuerdos de Manuel, quien había sido su comandante.
Tuve largos y gratos encuentros con ellos: con ‘Antonio García’ en Venezuela y en Madrid, con ‘Ramiro Vargas’ también en Madrid y con ‘Milton Hernández’ en La Habana y en Alemania. Se molestaban cuando expresaba mi rechazo absoluto al asesinato de su excompañero Ricardo Lara Parada, a quien habían mandado matar indefenso y a sangre fría frente a su casa, en Barrancabermeja (Santander), en noviembre de 1985. Se sentían inconformes, también, cuando hablaba de su falta de manejo político, un término que parecen haber entendido mal, pues se defendían asegurando que sí tenían políticas. La distinción entre ‘la política’ y ‘las políticas’ es una sutileza que no alcanzaban a captar. Después de haberme mostrado tan crítico, no debió haberme sorprendido que mi libro sobre Manuel Pérez, titulado El guerrillero invisible y publicado por Intermedio Editores en el año 2000, haya sido condenado por ellos como “una infamia”. (Además: Twitter suspende cuenta del Eln tras anunciar paro armado)
Hoy, confrontados con una invitación a la mesa de negociaciones, los jefes del Eln vacilan. Acostumbrados, como están, a mirar al gobierno de turno como idéntico al anterior –en su momento, Belisario Betancur les parecía igual a Julio César Turbay, por lo que se negaron a entrar en los diálogos de paz que proponía aquel–, es posible que no sepan apreciar que la coyuntura actual es única e irrepetible. Y aun entendiéndolo, es posible que prefieran no entrar en el juego, optando por seguir como una voz que clama en el desierto. O, para decirlo de una manera más positiva, seguir siendo consecuentes con su lucha, que a su manera de ver es la lucha del pueblo colombiano. Saben que no van a tomar el poder; a ese sueño renunciaron hace muchos años. Pero podrían continuar dando testimonio de su fe en la revolución. Para ellos, tal vez sea eso lo fundamental.
Y en medio de todo el debate, me queda una duda: ¿tendrá el Coce autoridad para que sus decisiones sean acatadas por todos los frentes ‘elenos’, dispersos por varias regiones? A propósito, oí decir a un excomandante que “la organización no da órdenes, sino orientaciones”. ¿Será suficiente para lograr un pacto serio en el plano nacional? Y finalmente: ¿cómo entienden el concepto de negociación? Suelen plantearlo como una gran “convención nacional” para que “el pueblo” (ese ente amorfo) decida cómo debería ser el sistema operante en Colombia. A mi entender, se trata de otra cosa; algo que las Farc han entendido perfectamente.
Para resumir, ni mis conocimientos sobre su trayectoria ni mi trato personal con los jefes me llevan a esperar una fructífera negociación con el Eln. Espero estar totalmente equivocado.
WALTER J. BRODERICK
Especial para EL TIEMPO
Autor de las biografías ‘Camilo, el cura guerrillero’ y ‘El guerrillero invisible’ (Manuel el ‘cura’ Pérez). Ha traducido obras de Shakespeare y prepara una versión de ‘Macbeth’ para el teatro Colón.
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