Darío*, el hermano de Juan Pablo*, tenía 53 años cuando murió de una sobredosis. Ocurrió en el 2011, hacía 10 años había regresado a Colombia. En Europa vivió 20 años y allá se volvió adicto a la heroína. Juan Pablo, 24 años menor que su hermano, empezó a consumir esa misma droga no por influencia de Darío sino de sus amigos, aunque al regreso de su hermano se volvió una práctica que compartía con él.
Darío se internó en un lugar de rehabilitación una vez, pero solo estuvo allí una semana. Según Juan Pablo, en esa época (finales de los 90) los tratamientos eran muy precarios y los médicos no eran expertos en heroína.
“El día que se murió, llevaban mucho tiempo sin dormir, se aplicó la inyección y, al quedarse sin respiración, él le dijo a la esposa, también consumidora, que llamara una ambulancia, pero ella llamó muy tarde”, relata Juan Pablo. Así como su propia adicción no fue responsabilidad de su hermano, tampoco su muerte fue el detonante para dejar de consumir,
Juan Pablo dice que se dio cuenta un día de que ya no tenía vida. Fue consumidor dos años, y en ese tiempo se gastó la herencia de sus papás, se quedó sin apartamento, al mes invertía un millón y medio de pesos en droga, tuvo tres sobredosis y se le murieron seis amigos.
Hace casi cuatro años está limpio, un amigo le prestó la plata para comprar un tarro de metadona que le valió 94.000 pesos. Después de varias recaídas logró salir y hoy trabaja como diseñador gráfico.
* Nombres cambiados
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