Soy un ciudadano de aquellos a quienes los empresarios y autoridades que, de pipí cogido, toman decisiones sobre cómo repartir y reparar el país llaman “de a pie”. Así nos dicen también los congresistas, el Fiscal o el Contralor, todos los renacidos que ordenan y se esconden cuando conviene.
De a pie por ausente en los insignificantes foros de falsos gerentes, porque no voto en las elecciones por la sucesión de amigos e hijos con papadas y escudos de armas heredados o comprados en la feria del presupuesto público. A pie, literalmente, porque, varilla en mano y odio a flor de piel, me roban la bicicleta y al ladrón, con veinte entradas y salidas de prisión, le dan la ciudad por cárcel, cosa en la que, dicho sea, compartimos igual sensación.
Excusen, prohombres de palabra sutil y escritorio empapelado de informes confidenciales: de a pie sí, pero no tan... cómo decirlo, tan güevón, como ven ustedes a esta que pareciera una despreciable romería de patihinchados. Así que no entiendo cómo el Presidente jura por la Biblia, la Torá, el Corán y por todos los libros convenientes que sus ministros viajarán en clase económica, mientras carga dos aviones de idólatras para agradecer a otro presidente por una plata que pagaremos mil veces más con contratos, con deuda, con la reverencia 'ad infinitum'.
No me cabe, en la gota de razón que ustedes, doctores, nos atribuyen, de dónde el enorme señor Cárdenas, siempre enojado, amenaza con que el salario mínimo o el poquito más que gano pagará otros impuestos para el posconflicto, el déficit o eso que los tipos engominados que se roban mi pensión para comprar otro apartamento en Londres bautizan “crisis de los commodities”. Entenderá la madre qué es eso, cuánto robaron para llegar al déficit, pero yo lo pago. Por qué me lo cargan, si el mismo billete recibido por la venta de Isagén apenas cubrirá la orgía en una refinería donde hay funcionarios, supervisores y abogados de otros fracasos varias veces saldados.
La estela de desengaños, incluidos miles de niños muertos por hambre en décadas de reuniones oficiales, no harán que este ciudadano “de a pie” deje de votar por la paz. No lo impedirá tampoco la rabia contra los ‘paracos’ libres, los alguna vez combatientes (hoy gerentes) de la guerrilla o los ineficientes apoltronados en sus apellidos. Pero bájenle a la carreta. Somos de a pie, sí, pero no pendejos, como creen.
Gonzalo Castellanos