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Editorial: Que no se vuelva paisaje

En la crisis de refugiados han sobrado los paños de agua tibia. Faltan acciones realmente audaces.

EDITORIAL
Comunidad de refugiados en la ciudad de Royashed, en la frontera noroccidental de Jordania con Siria. Foto: EFE
Los acontecimientos van pasando muy rápidamente, y pareciera que apenas si queda tiempo para reseñarlos, pero hay cosas que, como humanidad, no debemos dejar pasar de largo. El 2 de septiembre del año pasado, el mundo se estremeció con la muy dura imagen del niño sirio Aylan Kurdi, muerto en una playa griega. Aún da tristeza, rabia e impotencia verla y pensar que ahí se apagó un futuro.
Como él hay millones de infantes en el mundo. Muchos, atascados, dejados a su suerte en la frontera sirio-turca, como los 10.000 –cifra escalofriante– a los que se les perdió el rastro.
Los conflictos bélicos son los mayores causantes de desplazamiento y refugiados. Según datos de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 59,9 millones de personas viven lejos de sus hogares a consecuencia de las guerras en todo el planeta. Aun así, es un drama que, pese a su magnitud, dicho coloquialmente, amenaza cada vez más con ser paisaje.
Uno de sus epicentros actuales se ubica en las fronteras de la Unión Europea, que el año pasado recibió a más de un millón de personas en tal situación. Cantidad que crea un problema frente al cual estos países han actuado de manera errática, como el perro que con mucho ahínco persigue su cola, pero no la muerde. Muestras esporádicas de buena voluntad se diluyen pronto en sus propios temores y se pierden en los vericuetos de su mismo sistema, tan exitoso para otros asuntos.
Factores externos a la UE sí están actuando, quién sabe si de la mejor manera. El noruego Jens Stoltenberg, secretario general de la Otán, aseguró que la Alianza del Atlántico enviará barcos alemanes a custodiar el mar Egeo para combatir el “tráfico de seres humanos”. Suena bien, pero la otra cara de esta operación es la de no atender a los refugiados, no dejarlos pasar a Europa.
Por otro lado, estos son utilizados como arma de chantaje. La UE ha pedido a Turquía que reciba a los miles que están buscando llegar allí desde Siria. Enojado, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, amenazó con enviar refugiados a Europa si no le ayudaban a su manutención. “No se crean que tenemos los aviones y los autobuses preparados para nada. Nuestra paciencia tiene un límite. Haremos lo que sea necesario”, dijo.
Son también ‘trompo de poner’ en la política alemana, la nación que en mayor número los ha acogido. Ángela Merkel ve cómo su popularidad desciende conforme aumenta el flujo de personas que llegan a un país cada vez más polarizado. Ante hechos como este y como los ataques masivos en Colonia contra mujeres la noche de Año Nuevo, perpetrados por personas de origen foráneo, ha optado por comenzar a apretar la rienda. Entre otras medidas, ha agilizado la deportación de aquellos a los que se les niega el asilo.
Frente a esta crisis, han sobrado paños de agua tibia, golpes de pecho y demostraciones de buena voluntad, y han faltado acciones que demuestren audacia, coordinación y voluntad real para actuar a largo plazo, con medidas estudiadas y efectivas para que el destino seguro de quienes huyen no sea un muro, un regreso forzoso al infierno o, peor, una prolongada y dolorosa indiferencia que raya con el desprecio. Por lo pronto, el anuncio de este jueves de un cese del fuego en Siria enciende la primera luz de esperanza en mucho tiempo.
editorial@eltiempo.com
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