Una botella en forma de pirámide, otra con un escorpión real en su interior y otra con una cobra hacen parte de la colección de botellas de licor en miniatura de diferentes países del mundo que José Fernando Escobar tiene en su casa.
El extraordinario surtido que José Fernando acumula en muebles acristalados, que brillan sin rastro de polvo y están repartidos en los tres pisos de su vivienda, suma 7.815 frascos.
La información de su colección está debidamente registrada y clasificada en una base de datos. Las botellas están ordenadas según el tipo de licor y los países de procedencia. Cervezas, rones y vinos integran ese conjunto que resume la cultura etílica de distintos países de los cinco continentes.
![]() |
Mientras toma en sus manos una botella de ron viejo de Caldas, José Fernando dice que esa es su botella más preciada. “Fue un regalo a los empleados de la Fábrica de Licores de Antioquia (FLA) y cuando fui a visitar la Fábrica, le dije a un señor que yo era coleccionista. Él me obsequió dos muestras, una de estas la regalé. Hoy no podría conseguir esta pieza porque fue una edición especial. Por eso, me es tan valiosa”, cuenta.
La afición por reunir botellas de licor en miniatura de distintas partes del mundo le nació en los años 90. Al principio, guardaba llaveros y cajas de fósforos. Pero, como se empolvaban, desistió.
Sin embargo, su manía tiene también una explicación más arraigada. Su familia es de coleccionistas. Una de sus hermanas coleccionaba llaveros y un hermano aún se inclina por las monedas. Después de varios intentos fallidos por aficionarse a algo, empezó con las botellas porque se conservaban mejor. “Comencé muy joven. Los grandes coleccionistas casi siempre inician en una edad más avanzada. Yo inicié a los 23”, explica.
Desde entonces, este itagüiseño viaja por distintos países del mundo para conocer otras culturas y de los licores que producen. A la vez, aprovecha para asistir a encuentros de coleccionistas.
Escobar tiene 43 años, se graduó como ingeniero civil en la Universidad de Medellín, y es especialista en Planificación Urbana. Hoy es el secretario de Infraestructura de Itagüí.
Su esposa y su hija lo apoyan, mientras algunos de los demás miembros de su familia se muestran indiferentes. Aunque no compra botellas caras, piensan que es una inversión inútil.
![]() Su esposa y su hija, Mariana, de cuatro años apoyan a José Fernando para seguir con su colección. Foto: Guillermo Ossa. |
Hay botellas que cuestan 1.700 euros, más de 6 millones de pesos. Así como no adquiere botellas costosas, tampoco se las bebe. Amigos que llegan a su casa bromean diciéndole: “Tanto licor y yo sobrio”.
También le preguntan sobre ese exótico y raro muestrario que José Fernando disfruta. Algunas muestras repetidas, él las comparte con sus amigos. También se encarga, en ocasiones, de limpiar las botellas expuestas. Varias se le han quebrado, pero luego las recupera.
Al inicio de su vocación, no sabía que otros tuviesen su misma afición, pero en el 2000, con la ayuda de internet, descubrió otras personas, en distintos lugares del mundo, que compartían su pasión.
Sabe de una persona con una colección más grande. Se trata de un noruego muy adinerado. En el país, conoce a otros, pero está seguro de que no con la dimensión y desproporción de la suya.
“Mi interés no es el dinero, sino conocer culturas y personas. Así lo he hecho”, dice, mientras piensa en nuevos lugares para visitar y busca un espacio en las vitrinas para ubicar las próximas piezas de su travesía.
Luis Carlos Padilla Berrío
EL TIEMPO
MEDELLÍN