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Menos aranceles, más importaciones

Proponer, la autosuficiencia alimentaria y disminuir las importaciones es un contrasentido.

GABRIEL SILVA LUJÁN
La noticia más inquietante del comienzo del año es la confirmación de que la inflación mantiene una tendencia alcista bastante vigorosa. La pregunta es qué cosas se podrían hacer para ayudar a desacelerar la tendencia inflacionaria, adicionales a las que ya viene ejecutando el banco central en materia crediticia y monetaria.
Los desequilibrios cambiarios se resumen en el ‘brinco’ que sufrió la tasa de cambio. Los niveles actuales son elevados, bien elevados, frente al pasado. Una tasa de cambio de ese tenor es indispensable para ajustar las cuentas externas, y se le debe permitir que haga su trabajo. Pero se le podría ayudar un poquito más para disminuir las presiones inflacionarias.
Este es un momento propicio para aprobar una amnistía general, amplia y generosa al retorno de capitales colombianos, sin registro tributario o cambiario, que llevan décadas deambulando por los paraísos fiscales y los centros financieros internacionales. No es descabellado pensar que existe un stock de entre doscientos y cuatrocientos mil millones de dólares que es susceptible de ser beneficiado por una medida de esta naturaleza. Con la profundización del intercambio de información tributaria, esos capitales irregulares están cada vez más arrinconados.
Las importaciones se han encarecido paralelamente con el incremento en la tasa de cambio. Ese impacto tiene un efecto inflacionario que afecta los insumos, los bienes de capital y –lo más importante– los alimentos. La participación de las importaciones en la oferta interna de alimentos y de bienes de consumo básico hace que los colombianos paguemos más en pesos por la canasta familiar.
Por eso se requiere una drástica y generalizada disminución de los aranceles que permita una oferta más amplia y más barata, que contribuya a reducir las presiones inflacionarias por el lado de las importaciones. El impacto agregado de esa medida podría llegar a significar una reducción de hasta quince por ciento, en promedio, de los precios en pesos de una amplia gama de productos.
Además, se le ayudaría enormemente al país –reduciendo los costos de producción– en el esfuerzo por ser más competitivo y generar una oferta exportable sostenible que nos libere de la tiranía de las exportaciones de hidrocarburos y de la minería.
El fenómeno del Niño ha impactado severamente la oferta de alimentos, y esa realidad viene, inevitablemente, acompañada de un incremento significativo en los precios. Los altos precios sí le están llegando al productor, lo que ocurre es que hay un aspecto exógeno que le introduce una inflexibilidad coyuntural ineludible al aumento de la producción. No es que no quieran beneficiarse de los mejores precios sembrando más, es que el clima no los deja. Por eso, proponer, en esta coyuntura, la autosuficiencia alimentaria y disminuir las importaciones es un contrasentido. Se requiere, como lo dice Guillermo Perry en su columna de ayer, una verdadera transformación estructural del agro colombiano, no una colcha de retazos.
La sugerencia de que Colombia debe embarcarse en una carrera hacia la autosuficiencia, particularmente en aquellos bienes agrícolas en los que tenemos pocas ventajas comparativas –como el trigo, el maíz amarillo, la soya, el fríjol, las lentejas y otros–, restringiendo o dificultando las importaciones, suena bonito pero es una fórmula que garantiza que la inflación seguirá golpeando a todos los colombianos. Necesitamos más importaciones de alimentos, no menos.
Díctum. Decir que la inflación es responsabilidad de las cadenas de supermercados es un despropósito. Así arrancó Chávez.
GABRIEL SILVA LUJÁN
GABRIEL SILVA LUJÁN
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