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Un encuentro entre lo sagrado y lo pecado en el centro de Medellín

En el pasaje Boyacá hay una amplia oferta comercial que contrasta con la iglesia del sector.

MATEO GARCÍA
Estaba completamente desnuda, sentada con las piernas abiertas a la espera de su galán. No le importaba el calor que hacía a las dos de la tarde en el pasaje Boyacá, a un costado de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, ni mucho menos los hombres que pasaban junto a ella y la miraban con deseo.
Ella, con una sonrisa un poco fingida, correspondía a los hombres que no dejaban de mirarla. Cuando la vi llamó mi atención, y no porque estuviera desnuda.
Ella tenía algo que las demás mujeres que aparecían en las carátulas de las otras películas pornográficas no.
-¿Esa vieja sí es hincha de Nacional?- pregunté con ingenuidad al vendedor.
-Claro que sí, Anita Toro, directamente desde Niquía.
Ojeé la película por ambos lados, me tomé el tiempo suficiente para no dejar escapar ningún detalle y saber si era un producto que valía la pena adquirir.
Un escudo de Atlético Nacional junto a su cara. Sobre su pierna izquierda un enunciado que tal sirve para atrapar algunos que tienen cierto conocimiento de la industria: "si Esperanza Gómez te gustó, esta te va a encantar". Al final la frase ganadora: "de Medellín para el mundo".
Al leer eso no lo dudé, la compré. Iba a pagar 2.000 pesos pero aproveché la oferta y llevé tres películas por 5.000. No podía desaprovechar esa promoción.
Así que cogí las películas y comenzaron a pasar frente a mis ojos toda clase de mujeres desnudas: rubias, morenas, pelirrojas, jóvenes, maduras. Travestis también hacen parte del catálogo. Pero pornografía infantil no me ofrecieron, tal vez no tengo el perfil de consumir ese tipo de videos.
Las películas pornográficas que venden en el sector tienen un valor de 2.000 pesos.
Pero no solo venden pornografía en el pasaje Boyacá, o Perdón de la Candelaria. En este lugar se puede conseguir desde un cortaúñas hasta un gramo de cocaína.
También se pueden comprar libros en la librería América. O libros 'piratas', desde 5.000 pesos, en uno de los puestos de venta que hay en el pasaje.
Debía entrar a la iglesia para hablar con un sacerdote, y no es que me fuera a confesar.
La iglesia Nuestra Señora de la Candelaria es el primer templo que tuvo la ciudad, fue construido en 1649 y durante muchos años fue la iglesia más importante de la pequeña y conservadora provincia.
Antes de entrar, justo al frente de la puerta, hice una última parada para comprar algunas películas más. Sin necesidad de decirle al vendedor lo que buscaba, me pasó las películas porno, y vuelve y juega. Mientras miraba las películas un hombre mayor se acercó a comprar y el vendedor le preguntó que por qué estaba tan perdido. El hombre no respondió y siguió viendo las películas.
Escogió tres sin pensarlo mucho, las guardó en su maletín, pagó $5.000 y se marchó. Hombres de la tercera edad son los clientes más frecuentes. Tal vez esos hombres al comprar estas películas recuerdan aquellas visitas al teatro Sinfonía en su juventud.
Le pregunté al vendedor sobre el porno asiático y él no respondió. Se quedó mirando a una joven con uniforme de colegio que pasó con su madre y le preguntó que para qué está estudiando. Yo seguí con las películas. Las mujeres siguieron caminando.
-Claro que sí, aquí se vende de todo. Hay variedad para todos los gustos. ¿Si quiere le muestro colombianas?
-Hágale, veamos qué tal.
Me dio varias, dijo que eran costeñas. Las miré detalladamente, pero no me convencieron, le dije que no aguantaban.
-Sisas. Nada como las americanas. Ese es el mejor porno que hay.
Pagué $5.000 y pregunté por la calidad de las películas. Dijo que son cien por ciento garantizadas. Guardé el porno en mi maleta y entré a la iglesia.
Muchas personas estaban en el lugar. Había silencio. Algunos oraban, otros se confesaban. Todos ignoran lo que había afuera.
Me acerqué a un sacerdote que estaba libre. Me presenté, le dije que quería escribir sobre esa combinación que había en el lugar, entre santidad y pornografía. Dijo que debía hablar con monseñor, pero que es inaudito que vendan esas cosas "afuera de la casa del señor".
La iglesia y el Estado
Las campanas de la iglesia anunciaban la misa de las ocho de la mañana. Algunos vendedores se habían instalado en sus puestos. Sonaba una canción de Rodolfo Aicardi. Muchos transeúntes pasaban rápidamente por el lugar.
La iglesia estaba llena. Al finalizar la misa pude hablar con monseñor en su despacho. Él de una manera muy tranquila y serena comentó que lo que sucede alrededor de la parroquia no es responsabilidad de esta.
“Esto corresponde es a Espacio Público. Nuestra misión es cuidar la buena presentación, el aseo y el buen servicio dentro del templo, de ahí para afuera, como ocurre en toda parte, eso lo cubre es Espacio Público”.
Esto demuestra que los tiempos han cambiado, pues en esta misma conservadora ciudad a finales de los años setenta se decomisaron revistas Playboy en puestos de prensa de Junín por parte de la Policía y bajo la supervisión de la iglesia.
Según Espacio Público 54 comerciantes informales están en el pasaje Boyacá. Sin embargo, Irma Lucía Ramírez, Subsecretaría de Espacio Público, asegura que “es difícil precisar cuántos trabajadores informales se encuentran actualmente en Medellín, debido a que contamos es con el censo de comerciantes informales regulados por nosotros y no de aquellos que ejercen la informalidad sin permiso”.
Casi era mediodía, estaba parado en la entrada principal de la iglesia y hacía calor. Allí, al frente del parque Berrio, ya se escuchaba la grabación que todo el día iba a estar sonando. “Pomada de coca y marihuana para todos los dolores”, este sonido provenía de un puesto de comercio informal de escapularios, santos y vírgenes. Allí tenían dos curas para los dolores, la fe y una pomada bendita.
MATEO GARCÍA
MATEO GARCÍA
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