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Francisco, el constructor de puentes

Su rol de papa diplomático quedó afianzado con el histórico deshielo entre EE. UU. y Cuba.

ELISABETTA PIQUÉ
Viajó a 11 países de cuatro continentes. Escribió la primera encíclica sobre el ambiente, Laudato Si’. Inauguró el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (tema central de su pontificado) no en el Vaticano, sino en Bangui, la capital de la República Centroafricana. (Lea también: Los 1.000 días de Francisco como papa)
El papa Francisco cerró así un año intenso, en el que consolidó su liderazgo moral. Su rol de papa diplomático quedó afianzado con el histórico deshielo entre EE. UU. y Cuba. Su viaje de septiembre a la isla comunista y el histórico vuelo que hizo entre Santiago de Cuba y la base aérea Andrews, en Washington, demostraron que, si hay voluntad, puede funcionar esa cultura del diálogo que pregona desde su elección, el 13 de marzo del 2013.
“Una de sus frases favoritas es que hay que derribar muros y construir puentes”, recuerda Mariano Fazio, vicario general del Opus Dei. El deshielo entre Cuba y EE. UU., impensable hace dos años, marca ese pasaje de Francisco a un rol político-diplomático de inmensa trascendencia en un mundo azotado por lo que él considera una “tercera guerra mundial en pedazos”.
“Caído el muro en la dialéctica Este-Oeste y el socialismo real, san Juan Pablo II pensó que entonces tenían que caer los muros en la dialéctica Norte-Sur. Esto del Papa entre Cuba y EE. UU. de alguna manera prosigue esa intuición profética”, afirma el uruguayo Guzmán Carriquiry, el laico con el cargo más alto en el Vaticano: secretario de la Pontificia Comisión para América Latina. (Vea: ¿Por qué el 2015 fue un año difícil para el papa Francisco?)
Ese rol de Papa-diplomático fue más allá de Cuba. Desde la Plaza de la Revolución, donde la silueta de otro argentino –el Che Guevara– dominaba el ambiente, Francisco se interesó por el fin de otro conflicto que lleva más de 50 años y miles de muertes: el enfrentamiento entre las Farc y el Gobierno colombiano.
“No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz”, dijo en alusión a las negociaciones que se desarrollan en Cuba.
Antes de pisar la isla y EE. UU., el Papa visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay, en la primera gira a su continente. “Nos está enseñando que los primeros son los más humildes. Y viajó a tres países periféricos pero con una gran riqueza, que es su fe”, comenta Fazio. Y hablando de periferias, el Papa cerró su año de viajes con una gira por Kenia, Uganda y República Centroafricana, la visita más arriesgada de su pontificado. Allí, en otra ruptura con la tradición católica, se convirtió en el primer papa que no abre en el Vaticano un año santo. Y también inauguró anticipadamente el Jubileo de la Misericordia abriendo la Puerta Santa de la catedral de Bangui, capital de un país desangrado por una cruenta guerra civil desde hace cuatro años.
“Por primera vez en la historia, un gesto típico del centralismo de la Iglesia, como abrir la Puerta Santa de un Jubileo, fue realizado en una periferia de periferias. Eso es muy novedoso”, destaca el padre Carlos Galli, miembro de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano. Para Galli es clave un discurso que hizo Francisco para la conmemoración del cincuentenario del sínodo de obispos: “Entonces dijo que la Iglesia debe ser una pirámide invertida: el pueblo, arriba; los ministros, obispos y todos los demás, en el medio, y el Papa, abajo de todo, como siervo de los siervos de Dios”.
“El que conoce la historia de la eclesiología sabe que antes del Concilio Vaticano II la imagen de la Iglesia era piramidal, pero al revés: el pueblo de Dios, abajo, y los ministros y el Papa, en la punta. Esa figura simbólica muestra claramente este giro copernicano de la pirámide invertida, donde todos nos servimos mutuamente”, agrega.
En ese mismo discurso, en medio de un sínodo marcado por divisiones, Francisco reafirmó su autoridad. Recordó que es el “supremo garante de la obediencia de la Iglesia a la voluntad de Dios”, llamó a reforzar la escucha del pueblo, a una “saludable descentralización” de la Iglesia y hasta a “la conversión del papado”. Fueron palabras fuertes, en un año en el que las resistencias a la reforma estructural de la curia romana que está llevando a cabo quedaron más evidentes que nunca en dos best sellers (Vía Crucis y Avaricia), basados en documentación filtrada desde el mismo Vaticano.
En un 2015 marcado por los atentados de París y la alerta mundial por temor a nuevos ataques fundamentalistas, Francisco se convirtió en el primer pontífice que hizo subir a un imán a su papamóvil, durante su visita a un enclave musulmán de la República Centroafricana. Allí fue aclamado por la gente, no como jefe máximo de la Iglesia Católica, sino como líder moral creíble, cuya presencia concreta, más allá de cualquier discurso, significó un mensaje de paz. Un mensaje de esperanza de que las cosas sí pueden cambiar si hay voluntad y fe, más allá de la “tercera guerra mundial en pedazos” que está en curso.
ELISABETTA PIQUÉ
La Nación (Argentina)
Roma
ELISABETTA PIQUÉ
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