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El colegio que acoge a desplazados del pueblo wounaan

Ellos no hablan español, sus compañeros y maestros no hablan 'wounaan meu'.

BOGOTÁ
Dejaron atrás la tierra de sus ancestros y se asentaron en el sur de esta ciudad fría para comenzar una nueva vida, en esta Bogotá que les resulta tan gris y tan extraña. Son 37 niños los que acompañan a los viejos sabios, las madres, los tíos y todo el linaje de un pueblo indígena golpeado por la violencia, el pueblo desterrado de los wounaan.
Por eso, cada vez que una nueva familia de esta comunidad llega del Chocó a Ciudad Bolívar, el colegio oficial La Arabia le abre sus puertas.
Pero acogerlos en un salón de clases no es el único reto de esta escuela. Ellos hablan wounaan meu, su primera lengua. Sus compañeros de clase, edad y juegos hablan español. Un gran dilema. O, mejor: una oportunidad que alentó a los maestros de este colegio público a idear una manera de enseñarles manteniendo viva su identidad y su espíritu. Sus sueños con animales salvajes y árboles gigantes.
Óscar Posada, un maestro con experiencia en procesos educativos con comunidades indígenas, fue quien se le midió al reto de trabajar con los niños wounaan para garantizarles el derecho a una educación incluyente. Un proceso que acompaña Euclides Chaucaram, miembro de la comunidad, como intérprete para las clases en las que se mezclan los aprendizajes del mundo mestizo con los saberes ancestrales del cabildo.
Así nace la única ‘aula de inmersión’ donde se enseña español como segunda lengua en la ciudad. Un salón de clases donde es posible sumergirse en una mixtura cultural, ya que también allí los niños ‘mestizos’ aprenden wounaan meu.
El proceso con los niños de esta comunidad ha sido un intercambio constante de saberes y formas de ver el mundo.
El salón wounaan
Cuando suena el timbre que da inicio a las clases, los niños wounaan corren hacia su salón de clase. Aunque es aparentemente igual a los demás, se destaca porque las paredes están decoradas con pinturas del río San Juan, paisajes del Chocó y coloridos animales selváticos que los pequeños han dibujado para rememorar su tierra. Es un aula donde se mezclan la nostalgia y la esperanza.
Las clases están conformadas por dos grupos, los que ya se defienden hablando español y aquellos que todavía no entienden mucho y requieren del acompañamiento del intérprete. Ha wasi, dice el profe Óscar, que quiere decir ‘hola’ en la lengua wounaan meu, y reparte entre los alumnos el Buk Buk, una cartilla de ejercicios bilingüe en la cual encuentran los textos y ejercicios tanto en castellano como en su lengua.
El proceso con los niños de esta comunidad ha sido un intercambio constante de saberes y formas de ver el mundo. Así como ellos aprenden de nosotros, nosotros debemos aprender de ellos”, cuenta Óscar mientras alienta a Isigra Bautista, una niña tímida de 10 años quien, al igual que muchos de sus compañeritos, pasó varios meses sin estudiar porque la prioridad de su familia cuando llegó a la ciudad era establecerse y satisfacer las necesidades básicas.
Américo Cabezón, el gobernador del cabildo wounaan del barrio La Arabia y líder de las 25 familias que se asentaron en este sector de Bogotá, asegura que para la comunidad es muy importante que los niños vayan a la escuela.
Estamos en medio de otras culturas y es importante que ellos aprendan el idioma para que se puedan defender”, afirma.
Astrid Moreno, la rectora de la institución, coincide con Cabezón y asegura que han hecho “todos los esfuerzos para hacer más visible a la comunidad: que todos sepamos de dónde vienen, sus formas de pensar y de hacer”.
Por eso, además del aula de aceleración para los niños wounaan, el colegio implementó una clase donde los niños ‘mestizos’ aprenden la lengua, la cultura y tradiciones de este pueblo indígena. Es una vivencia recíproca: mientras los wounaan aprenden español, todos los demás aprenden de los wounaan.
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