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Dialéctica de las urnas

Conmovieron y entusiasmaron la marcha tranquila de los venezolanos a las urnas.

Como pocas veces, un diferendo enconado ha venido a ser resuelto por el arte convincente e irrefutable de las urnas, por su tranquila y arrolladora dialéctica: precisa e incontrovertible en sus guarismos finales, por todos aceptados pese a las previas y agresivas descalificaciones de uno de los bandos en pugna. Ni más ni menos el que detentaba las palancas omnipotentes del poder público y desde su olimpo pretendía desconocer la creciente inconformidad de sus compatriotas, evidenciada en inequívocos movimientos de opinión y en su creciente disentimiento.
No había tal que las adversidades fueran engendros de una oposición sistemática al estilo camorrista o a la sola orientación ideológica gubernamental. Cuando a diario se manifestaban en carencias de artículos de primera necesidad que a la población en general afectaban. Se pensará o dirá que el recuerdo de hechos o situaciones anteriores a los comicios no vienen a cuento tras la realización civilizada y tranquila de la elección de la Asamblea Nacional que augura nueva era en la hermana República de Venezuela.
En el inmediato futuro procede la reconciliación de las partes en conflicto, pero también la rectificación de yerros manifiestos. De lo contrario, carecería de efecto el mandato de la copiosísima y ordenada votación en aras de la paradoja de los mismos con las mismas. A todos nos conmovieron y entusiasmaron la marcha tranquila de los venezolanos a las urnas y el hecho de que ningún poder la hubiera interrumpido, perturbado o pretendido inclinar en sentido contrario a sus propias conciencias.
Fue valioso paradigma para el mundo. Y no menos la actitud conciliadora de los vencedores. A enaltecerlos se añadió el nuevo tono de sus discursos y declaraciones, sin renunciar desde luego a sacar de la cárcel ominosa a sus compañeros de lucha y liderazgo. Por ejemplo, Leopoldo López. Aunque esto deberá venir por añadidura a su limpia y abrumadora victoria electoral. No es poco para la Mesa de la Unidad Democrática haber obtenido la mayoría calificada de 112 escaños en la Asamblea General, contra 55 del actual oficialismo, que de esta suerte y en esta proporción ve reducida su anterior incontrastable mayoría. Ello, por supuesto, honra a vencedores y vencidos. Entre los primeros cabe mencionar al secretario de la MUD, Jesús ‘Chuo’ Torrealba, y a las combativas esposas de dos líderes en prisión, Lilian Tintori y Patricia Gutiérrez, infatigables en la lucha y magnánimas en la victoria.
¿Cuál la situación que más contribuyó a disparar la inconformidad explosiva y la marcha hacia las urnas? Sin duda, la de orden económico, con origen en la inflación desmedida de causas concurrentes y la escasez dramática en los mercados de productos básicos de la canasta familiar. El solo desplome del precio internacional del petróleo no podía sino tener fortísimo impacto en la economía venezolana, dadas su abundancia estelar de hidrocarburos y consiguiente dependencia de su comercialización.
De su auge disfrutó como pocos otros en el mundo. Le dio hasta para regalar a naciones amigas de sus políticas o afines a ellas. Pero esa piñata iba a serle insostenible, y los apretones de cinturón se impondrían en propia casa. No digamos la supresión de los derroches. El presidente Maduro se queja de la guerra económica contra su patria. En estricta verdad, lo que ha habido es juego habitual del mercado internacional e incapacidad, desgano o negativa de la Organización de Países Exportadores de Petróleo a regular o dosificar la oferta de hidrocarburos.
Las anteriores precisiones procuran aclarar el panorama, sin pretender, ni de lejos, demeritar la hermosa e histórica jornada electoral y, mucho menos, su victoria democrática, obtenida con tan lúcido esfuerzo e irrenunciable convicción. Otra prueba más del poder de las ideas frente a cualquier intento de arrasarlas o siquiera mellarlas.
Abdón Espinosa Valderrama
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