En los últimos 40 días, el terrorismo yihadista ha provocado la muerte en el mundo de al menos 550 personas, una cifra escalofriante que deja en evidencia hasta qué punto ha crecido este flagelo y cómo los gobiernos de las principales potencias del planeta, pese a precedentes como los ataques del 11-S en Estados Unidos o el de la revista satírica Charlie Hebdo, siguen sin encontrar una fórmula para frenarlo.
El conteo, dramático de por sí, deja claro que contrario a la sensación general, el terrorismo del extremismo islámico no se ha cebado únicamente con Francia, sino que en los últimos meses muchas regiones del mundo han sido golpeadas por el flagelo, así no hayan tenido el impacto mediático de las masacres de París. (Además: El doloroso paso a paso de una noche de horror en París)
Las cifras de los últimos 40 días comienzan con el doble atentado suicida del 10 de octubre que mató a 102 personas en Ankara, la capital turca; pasa por un avión ruso derribado que cobró la vida de sus 224 ocupantes; incluye el atentado en Beirut que quitó la vida a 43 más, continúa con la tragedia de París y termina en la toma del viernes pasado del hotel Radisson Blu, en Bamako, la capital de Malí, en la que murieron 27 de los rehenes.
Pero acá ya hubo una diferencia. No fue cometido por milicianos del grupo Estado Islámico (EI), sino por uno asociado a Al Qaeda, la vieja red que ha venido cediendo protagonismo al EI, al menos en cuanto a atentados terroristas se refiere. (Además: Europa temía el gran atentado que se produjo en Bataclan)
“No solo por condenar los excesos del EI sino para consolidar sus conquistas y su propuesta político-religiosa en zonas bajo su dominio, Al Qaeda en sus múltiples niveles y franquicias parece haber pasado a un segundo nivel y, de momento, ha cedido protagonismo al EI en su tarea de exportar la guerra yihadista y de portar el estandarte terrorista. No es claro que el EI haya decidido dar el salto a atacar las capitales europeas solo porque los bombardeos rusos, estadounidenses y ahora franceses lo hayan hecho perder un 25 por ciento de sus conquistas territoriales en Siria e Irak. Ese era su plan original y la razón salta a la vista: sus milicianos más aptos son europeos y viven en las principales capitales”, dijo a EL TIEMPO un experto en terrorismo yihadista en Bruselas que prefirió la reserva de su identidad.
Los analistas hablan de “guerras asimétricas”, un concepto que no es nuevo, pero que con la reciente oleada de ataques adquiere mayor relevancia en la medida en que con muy pocos recursos un ataque terrorista coordinado, como el del viernes 13 en París, provoca daños intolerables a un país desarrollado, pues golpea no solo su seguridad, sino que también el tejido social, la confianza ciudadana en las instituciones y pone a los gobiernos a actuar en un plano radical en el que se puede caer en excesos o violaciones de los derechos humanos o en preocupantes limitaciones a las libertades en el marco de los estados de excepción.
En ese orden de ideas, el enemigo es una difusa organización que no se golpea con grandes y rápidos despliegues de tropas o de armas, sino con un muy lento y persistente trabajo de inteligencia que a menudo no rinde los frutos esperados.
El grupo EI “sigue llevando a cabo paralelamente su anclaje territorial y su expansión internacional”, señaló a la AFP Jean-Pierre Filiu, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de París y especialista de los movimientos yihadistas.
“Su fuerza en este tipo de acciones es que mantienen la iniciativa en todos lados. En su lógica, hay que golpear lo más rápidamente posible en Europa. Lo ideal para ellos sería un ataque coordinado en alguna parte de Europa. Después de haberlo hecho en París, demostrar que pueden volver hacerlo en otro lado, dada la facilidad con la que atraviesan las fronteras”. (Lea: ¿Por qué un ataque yihadista a un hotel de lujo en Malí?)
La publicación confidencial Intelligence Online (IO), generalmente bien informada, escribía el jueves que “varios servicios de inteligencia árabes transmitieron informaciones a sus homólogos occidentales indicando que seis capitales fueron señaladas como blancos por EI: París, Londres, Moscú, El Cairo, Riad y Beirut”. Para ello, en una reunión del más alto nivel realizada en junio en Mosul, ‘capital’ del EI en Irak, sus emires fueron encargados de organizar esta campaña de terror”, precisa IO.Para la zona Francia-España-Italia, fue designado como responsable el belga Abdelhamid Abaaoud, muerto el miércoles en el asalto de la policía francesa en Saint-Denis (periferia norte de París) y supuesto cerebro de los atentados del 13-N.
Ante este desafío, Europa y en general Occidente reaccionan de diversas formas. La natural es golpear militarmente, allanar posibles nidos de terroristas y recortar libertades, lo que podría ir en contra de sus propios principios e ideales y que paradójicamente puede ser contraproducente porque las violaciones de los derechos humanos son precisamente lo que alimenta el reclutamiento de yihadistas. Reclutas que, para el caso de Europa, provienen más de sectores urbanos marginales, con antecedentes delincuenciales, altos niveles de frustración y baja educación, que de núcleos religiosos radicalizados, explicó un experto francés a ‘La W’.
En el plano geopolítico, de nuevo el presidente ruso, Vladimir Putin, parece salir fortalecido en su postura de que la guerra en Siria había que asumirla como una lucha contra el terrorismo yihadista y no como una carrera para tumbar el régimen del presidente sirio Bashar Al Asad. (Además: Francia y Europa ajustan medidas contra el terrorismo)
Por supuesto, Francia no ha renunciado a esa idea, pero es claro que tras los ataques su prioridad es combatir el EI en Siria y en su propio país. Y ni hablar de Washington o Londres, que aunque públicamente insisten en que el arreglo de la situación en Siria pasa por la caída de Al Asad, ahora tienen que pensar también en preservar la seguridad de sus ciudadanos, en su propio territorio y en cualquier lugar del mundo. (Lea: 'Lancen el asalto, nos matan uno a uno', escribían desde el Bataclan)
Caso aparte es el de Bélgica. Cuestionados sus servicios de inteligencia porque el distrito de Molenbeek, en Bruselas, terminó convertido en un ‘nido de yihadistas’, las autoridades en Bruselas tuvieron que elevar al máximo posible –el 4–, el nivel de alerta por la inminencia de un ataque, lo que obligó a cerrar el metro, pedir que no se abrieran los comercios y que la población no se concentre ni en conciertos ni en espectáculos deportivos. El diario Le Soir, el más importante del lado francófono, lo resumió así: “Bruselas, ciudad fantasma, ciudad apagada, ciudad desierta (...) Un cementerio de seres vivientes”.
INTERNACIONAL