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Los campesinos que conquistan a EE. UU. con sus productos agrícolas

Después de 4 años y presupuesto de $ 800 millones, 120 familias de El Verjón consiguieron exportar.

CAROL MALAVER
Aquel hombre de manos gruesas y sonrisa tímida recordó la primera vez que le tocó vender su producción en el hotel Hilton.
Tenía miedo de enfrentar a los chefs, que pensaran que no sabía de cultivos. Hoy, menos de un año después, dice que es el consentido y suelta una carcajada. Así es, está empoderado, sabe que de aquí en adelante su pequeña finca en la vereda El Verjón Bajo, de la localidad de Chapinero, le va a servir para sacar adelante a su familia.
Luis Alfonso Garzón Copete vive hace 33 años allí, rodeado de montañas, viendo atardeceres de ensueño, respirando aire puro, pero también recuerda que hubo una época en que los cultivos de papa y las construcciones estaban acabando con la reserva natural y, a su vez, con los ingresos mensuales. “Nosotros no queríamos hablar de nada con la alcaldía, nunca nos tomaban en cuenta para cosas buenas, siempre para sellarnos. Eso sí, hay que aceptar que los químicos de la papa dañaban el suelo”.
Por años vivieron de vender a bajo precio su producción, pero a costa de destruir bosques nativos. Ahí, en ese momento de completa incredulidad frente al gobierno local, llegó el alcalde de Chapinero Mauricio Jaramillo Cabrera, a caminarse la vereda para hablar con los campesinos de la zona.
Ganar su confianza no fue fácil, no querían ni hablarle. Sabía que debía rodearse de profesionales para lograr esa idea que tenía en mente: ayudar a esas 120 familias campesinas olvidadas por el Distrito durante 47 años. Lo primero era una asistencia técnica agropecuaria que lograra un modelo rentable que no acabara con la reserva forestal. Claro, también había que arreglar vías que no habían sido intervenidas durante 30 años. En eso se invirtieron 1.800 millones de pesos y habrá más obras. Era increíble que una zona veredal tan rica estuviera así de olvidada. “Quería darles a los campesinos un paquete completo para que se dedicaran a actividades que les permitieran sobrevivir de manera digna”.
Jaramillo no pensó en ponerlos a cultivar lo primero que se les ocurriera; primero preguntó en su misma localidad qué se necesitaba.
Comenzó con los hoteles, luego con las discotecas y siguió con los restaurantes. Le tocó, con teléfono en mano, preguntarles por qué estaban dispuestos a pagar, y bien.
Así fue como llegó la primera oportunidad: surtir al hotel Hilton y hoy, además de los cultivos tradicionales, como los de lechuga, entraron a cultivar guisantes, eso pide el mercado. “Fue cambiarles el chip y enfrentarlos a una negociación. Primero, los acompañaban los miembros del grupo de trabajo, luego tenían que enfrentarse solos a la negociación. De eso dependía que las ganancias totales llegaran por primera vez a sus manos y no a ningún intermediario, como es lo usual”, dijo Jaramillo.
Los buenos resultados no tardaron. Hace dos años se ganaron un premio internacional entre más de 300 proyectos y ahora ya pueden decir que realizaron su primera exportación oficial de guisantes a Miami (Estados Unidos). La cara de orgullo, de felicidad, se les notaba cuando mostraban sus cultivos colgantes en sus pequeños cuartos de plástico. 49 kilos fue la primera mesada, pero vendrán más porque “los gringos quedaron felices. A los cultivos los cuidamos de las plagas, los consentimos”, contó Ernesto Flórez, otro habitantes de la vereda.
Pero no es lo único que se está cambiando en El Verjón Bajo. Luis también tiene un vivero de árboles nativos, recolecta y cuida las semillas hasta que crecen las especies y se puede sembrar. Eso mismo lo están haciendo otras familias y poco a poco la meta será reforestar por completo la zona de reserva. Muchos pasaron de recibir 200.000 o 300.000 pesos mensuales a ganar más del millón. Eso es un cambio enorme.
También hay proyectos con gallinas ponedoras, cuidado y recuperación de fuentes hídricas y en el futuro hasta se está pensando en volver el lugar un atractivo turístico, todo de la mano de los campesinos y con la idea de que ellos suplan todas sus necesidades.
La inversión en dinero ha sido poca. En solo cuatro años y con un reducido presupuesto de 800 millones de pesos ya se logró beneficiar a 120 familias campesinas de la localidad de Chapinero. “Con voluntad política se pueden sacar adelante proyectos”, dijo Jaramillo.
Solo había que lograr que los campesinos se asociaran, que creyeran en ellos mismos, que entendieran que el progreso tenía que ir de la mano del cuidado del medio ambiente. Hoy solo le piden al gobierno entrante que siga con el proyecto, con la asistencia técnica. “Así como una vez le llevé al alcalde Gustavo Petro el producido de estos campesinos, ellos quieren que el nuevo alcalde se dé cuenta de que ellos existen”.
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
CAROL MALAVER
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