La ola escalofriante de terror que estremeció a la bella y siempre hospitalaria ciudad de París, escenario habitual de tantas actividades, lecciones y distracciones gratas e inolvidables, ha repercutido en el vasto mundo con su saldo trágico de 129 muertos y 300 heridos. Propicia para toda suerte de efusiones populares, nada más antagónico a su índole civilizada y a su marco estético que las explosiones de barbarie criminal, como esta que de repente y en grande escala la ha martirizado.
Su madurez cívica, sus faros de cultura y su vocación artística, como que ella misma es toda una obra de arte, parecían blindarla contra los pringues de los desbordamientos externos de fuerza. Para colmo de los colmos, en su propia entraña habían anidado los gérmenes de esa clase de brotes. De la guerra mundial había logrado salir ilesa, pero no así, por lo visto, de una lucha eventual de civilizaciones y, peor aún, de religiones y fanatismos. Tampoco escapó Nueva York al aletazo terrorista.
Inclinada parecía Francia a recibir árabes en su suelo, más que ningún otro país, y a respetarles sus cultos y costumbres. Lo que no sería óbice para cobrarle, en carne propia, los despliegues e intervenciones militares en el naciente y tempestuoso Estado Islámico. No en vano ni a la ligera, el papa Francisco, con toda la información del Vaticano en las manos, ha llegado a pronosticar los comienzos embrionarios de una tercera guerra mundial. Perspectiva atroz, ella sola, para despertar y promover diligente acción diplomática. Lo cual no significaría abstenerse de cobrarle al Estado Islámico sus masacres y destrozos en París. Ni más faltaba.
Los colombianos también sufrimos y escarmentamos el terrorismo por causa del narcotráfico, cuando daba visos de sentirse invencible. Ahora mismo, su peligrosidad da trazas de haber revivido con la calificación de delito conexo del de rebelión. Inadvertida e insensiblemente, el país da trazas de cortejar la soga que puede apretarle el cuello en un futuro incierto.
Más ahora, cuando los cultivos de coca vienen permisivamente en aumento, sin voces de protesta por el fenómeno. Así, calladamente, se introdujo en el país y, a la postre, el petardo le estalló en la cara con crímenes irreparables, sin voces eficaces de alerta. No se vaya a revivir y repetir la historia en medio de inexcusables silencios o del frotarse las manos por el aumento del ingreso de dólares, en la actualidad técnicamente encarecidos.
Por lo menos, círculos bien enterados se hallaban al acecho de la ocasión de multiplicar las siembras de sustancias prohibidas o perseguidas por tierra, mar y aire. Suspendidas las aspersiones, se abría de nuevo la posibilidad de incrementar los cultivos con el poderoso estímulo de su rentabilidad y también de renovar los contactos para su comercialización internacional, menos difícil de lo que comúnmente se piensa. Tales las consecuencias inmediatas de la luz verde gubernamental.
En coloquio pintoresco, dentro de los contactos habituales en la reunión de los gobernadores departamentales recientemente elegidos, a propósito del manejo y destino de los recursos nacionales disponibles, se habló de quién tenía la chequera para el efecto de ordenar su destinación. La verdad es que están sujetos a una serie de restricciones legales y de autorizaciones precisas a los funcionarios.
El que no tiene límites ni pautas de ningún género es el del narcotráfico, porque se mueve al margen de la ley o abiertamente contra ella. De resto, todo el erario se encuentra sujeto a las normas imperativas del Estado social de derecho. No en vano la nuestra, Colombia, es nación de leyes. Y el Presupuesto, con su complementaria ley de apropiaciones, obliga a todas las ramas del poder público.
Abdón Espinosa Valderrama