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Sillas preocupadas y puertas asustadas / En defensa del idioma

El lenguaje sencillo y espontáneo es bienvenido. El inconveniente es que, a veces, este confunde.

JAIRO VALDERRAMA
Quizás, hay parientes nutritivos y apetitosos, como lo describe un aprendiz de redactor en uno de los tantos talleres de escritura: “Desayuné en la cocina con mi familia, que es chocolate, pan, huevos y un pedazo de queso”.
Algunos de ustedes, amables lectores, exponen con bastante acierto en sus comentarios cómo casi todas las personas son espontáneas al hablar. Y creo que así debe ser; ello constituye una muestra más de sinceridad. No obstante, la mayor parte de los ejemplos aquí citados corresponden a apartados de textos escritos. Como en otras oportunidades, se infiere la intención comunicativa del escribiente. Sin embargo, también cuentan las palabras y su disposición con respecto a las ideas.
Las alteraciones emocionales, en otros casos, provocan el cambio en el orden de las palabras o de las sílabas, o la confusión de unas con otras: “¡Ese berro me bordió muy burro! (¡Ese perro me mordió muy duro!)”; o quizás un ebrio (también alterado emocionalmente) podría decir: “El pastirgo fue partidado porque gentó muy poca llente” (El partido fue postergado porque llegó muy poca gente)”.
A diferencia de algunos comprometidos estudiantes en esos talleres de redacción, hay pruebas académicas y exámenes que, por ejemplo, se ufanan (¡quién lo creyera!), y si tuvieran pecho lo sacarían: “Presenté mi parcial orgulloso” (¿Un parcial orgulloso?). Ojalá esas pruebas parciales no lleguen al nivel de la arrogancia. Corrección: “Orgulloso, presenté mi parcial”.
Que el lenguaje sencillo, espontáneo y coloquial es bienvenido, no cabe duda (lo reiteramos). El inconveniente es que, a veces, este confunde a la gente, sobre todo cuando alguien descubre que hay distintos tipos de clase en una institución educativa: “Asistí a la clase tipo siete”. Mejor: “Tipo siete, asistí a clase”.
Otros más abordan, por ejemplo, vehículos con espacios muy abiertos; hasta cuentan con calle propia: “Voy entre la puerta y la calle del bus intermunicipal”. Corrección: “Voy en el bus intermunicipal, entre la puerta y la calle”. En otras ocasiones, uno ignora que pueda abordarse aunque este no pase: “En el momento en que pasa el bus me subo a este”. De esta oración, surgirían muchos interrogantes: ¿Tomaríamos un autobús si este no pasa? Definitivamente: ¡Hay tanto por aprender en este mundo!
A pesar de la congestión de tránsito, todavía se encuentran vehículos con conductores que se toman un tiempo reducidísimo para llegar a su destino: “En la Autopista Norte, espero el bus que se dirige a Facatativá entre cinco y diez minutos”. Entonces, eso lleva a dudar si es un autobús o un helicóptero, o conduce uno de los actores de Rápidos y furiosos. Quizás, la persona quiso decir (es solo una especulación; no puede afirmarse): “Entre cinco y diez minutos, espero el bus que se dirige a Facatativá”. Y en otros casos está la exagerada parsimonia: “Cojo el autobús entre cinco y diez minutos”. Ahora se entiende por qué algunas personas llegan tarde a sus compromisos, sin contar la paciencia del señor conductor para esperar ese tiempo a uno de sus pasajeros.
En otras oportunidades, los objetos inanimados experimentan emociones y hasta la naturaleza (¡qué raro!) adopta costumbres:
-“Mi madre abrió de repente la puerta asustada por mis saltos de felicidad”. ¡Cómo serían los saltos que hasta una puerta se asustó! ¿Será “asustada por mis saltos, mi madre abrió de repente la puerta”?
-Hay casos en que los muebles se tornan inquietos o angustiados: “Yo me acomodé en una silla preocupada”. Corrección: “Preocupada, yo me acomodé en una silla”.
-¡A que tampoco sabían que amanecer era una costumbre!: “Como era costumbre, ya había amanecido cuando desperté tras un largo sueño”. Corrección: “Ya había amanecido cuando desperté, como de costumbre, tras un largo sueño”.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA
Profesor de la Facultad de Comunicación Universidad de La Sabana
JAIRO VALDERRAMA
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