El horror golpeó las calles de París por segunda vez este año. Más de 120 personas perdieron sus vidas en lo que se recordará como los atentados terroristas más sangrientos de la historia moderna de Francia.
A diferencia de enero, cuando los objetivos estaban claramente vinculados a una afiliación política o religiosa –el periódico satírico Charlie Hebdo y un supermercado judío–, estos golpearon al ciudadano francés común. Las víctimas fueron los jóvenes que aman la música, una generación pacífica que nunca conoció la guerra, parisinos que cenaban en restaurantes o bailaban en un concierto de rock.
El sábado en la mañana, París se despertó en estado de shock; el número masivo de víctimas les dará trascendencia a los últimos ataques. Sin embargo, lo más significativo es la repetición de estos.
Francia está ahora bajo el fuego frecuente de personas crueles y cobardes que desconocen los principios de su religión al matar a civiles inocentes. Los gritos de los asaltantes bárbaros en las calles de París confirmaron la marca de Daesh. El grupo terrorista lo confirmó unas horas después. Ya en agosto pasado, un ataque similar había sido desactivado. Un hombre que acaba de regresar de Siria confirmó su intención de atacar en una sala de conciertos, y parece que los servicios de inteligencia no pudieron esta vez evitar el segundo intento. En el mundo moderno tampoco se puede proteger siempre de la locura sanguinaria de unos débiles mentales.
Lo que hace de Francia el objetivo de ataques retrógrados son su lucha infalible contra el terrorismo religioso y su constante afirmación de los valores seculares y liberales. Los valores centrales de Francia, su fuerza y su honor residen en su sociedad republicana secular, la afirmación cotidiana de su amor a la libertad, a la igualdad y a la solidaridad: las tres palabras que orgullosamente ornan cada edificio oficial. Esas tres palabras son la definición misma de lo que aborrecen los fundamentalistas y lo que intentan callar.
La juventud parisina es única en su mosaico multicultural y en su capacidad de hacer florecer una multitud de comunidades y religiones, coexistiendo bajo el paraguas del Estado de derecho y dentro de la cuna republicana. Ese modelo representa exactamente lo que Daesh y Al Qaeda tienen por objetivo destruir en nuestro mundo moderno. Los barrios donde los atacantes vomitaron su odio e ignorancia son calles populares. Sus habitantes estaban disfrutando el comienzo de su fin de semana en restaurantes y cafeterías o disfrutaban de la música, como en la sala de conciertos Bataclan. Convivencia, celebraciones, artes..., creación. Esos son los enemigos de los zelotes oscurantistas que ensuciaron a la Ciudad de las Luces.
Francia está oficialmente en guerra en contra al terrorismo desde hace años. Su ejército y su política exterior ya vencieron a movimientos terroristas en teatros de operaciones en África y Oriente Próximo. En la década de 1990, el sistema de metro en la capital francesa fue escenario de actos terroristas frecuentes, y sus habitantes ahora recuerdan esos días oscuros. Sin embargo, nunca su población sintió el dolor y la crueldad de los actos ignominiosos de terrorismo como en la noche del viernes.
El número de víctimas no tiene precedentes. Francia está hoy pagando el precio de su posición en la vanguardia de los países en guerra contra el oscurantismo, la estupidez y la ignominia.
Recientemente, París celebró el 70.° aniversario de la liberación de la dictadura nazi, y en sus calles todavía resuena el discurso que el general De Gaulle pronunció entonces: "¡París! ¡París indignada! ¡París rota! ¡París martirizada! ¡Pero París liberada! Liberada por sí misma, liberada por sus habitantes valientes". A pesar del impacto de la tragedia, la sociedad francesa recordará que vivió horas aún más oscuras. Su propio lema, ‘Fluctuat nec mergitur’, significa “puede oscilar mi barco, pero nunca se hundirá”. Frente a esta arremetida cobarde, los parisinos sabrán contestar con sus propias armas: el arte, los intercambios multiculturales; la tolerancia a los demás, protegida por su estructura secular. La Ciudad de las Luces brillará aún más fuerte.
La República francesa, y su inquebrantable voluntad y orgullo, quedará de pie frente a la tiranía. Se enfrentará a esta prueba sin temblar y prevalecerá en contra de ataques bárbaros que avergüenzan a la misma religión que dicen representar. Respecto a su participación en los conflictos en Oriente Próximo, Francia seguirá su papel y al final alcanzará sus objetivos de pacificación y de protección de las poblaciones civiles sin pestañear.
Después de los ataques de enero, Francia se recuperó tras manifestaciones masivas y honró la memoria de las almas caídas. No hay duda de que una reacción similar se verá después del período de duelo necesario. Si los ataques contra Charlie Hebdo demostraron algo, es que está sobre los ataques la determinación de los franceses de proteger y reivindicar sus ideales de democracia, libertad y tolerancia. Estos solo se hicieron más fuertes.
REMI BENOIT PIET
Profesor de políticas públicas y economía política internacional de la Universidad de Catar y analista del canal de televisión Al Jazeera