José Pékerman no tuvo ningún pudor. Sin ruborizarse, alineó contra Chile a tres volantes de marca: pegadores, fuertes, recios (Torres, Sánchez y Mejía). Su estrategia era clara: minar el medio campo, poner trampas, destruir. Y tener un delantero contragolpeador, veloz e intrépido como Muriel. Jugó a no perder. Lo logró. Sacó pecho porque acertó en su idea, porque sus jugadores cumplieron las funciones, porque sacó un punto a puro coraje.
En Chile, Colombia hizo el culto al sudor. Corrió y pegó lo necesario y lo innecesario –de tanta falta nació el gol chileno–. Ahora, cuando vuelve a casa, a Barranquilla y ante otro rival de mucho peso como Argentina –golpeado, herido–, lo que se espera es que equilibre la furia con el fútbol. Que tenga un juego de propuesta, de control, de ideas, que vuelva a emocionar. Un saldo en rojo, una deuda pendiente desde el Mundial de Brasil.
Colombia ya demostró –y hace rato– que sabe pegar, lo viene haciendo constantemente. En la operación Chile primó eso, el ímpetu; pero contra Argentina hay que agregarle juego, despertar el talento. Que la agresividad sea con el balón.
Esa idea –ese anhelo– pasará por la constancia que pueda tener James Rodríguez. Que sea más partícipe del circuito. Es un juego ideal para él porque el equipo ya no debe estar pensando solo en destruir. Al fin y al cabo, es el local y en Barranquilla no puede, no debe ceder puntos.
Qué importante sería para este partido un socio para James, un Edwin Cardona, un Macnelly Torres, un alternador que le permita al 10, al cerebro, descargar, tocar, crear. Que los laterales, una zona en rojo, puedan tener más participación ofensiva. Que salgan.
Hay que aprovechar la crisis del rival, que no tiene a varios estelares –ni Messi, ni Agüero ni Tévez–que no ha ganado aún, que tiene mucha presión. Colombia no le puede dar vida.
Si a Chile fue por un punto –aunque pudo ganar– a punta de coraje, en Barranquilla hay que salir por la victoria, ojalá, recuperando el fútbol.
90 minutos
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO