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El evangelio según David Gilmour

'Rattle That Lock': el guitarrista de Pink Floyd, en uno de sus mejores discos en solitario.

CARLOS SOLANO
“Afloja ese candado y deja las cadenas (...). Regresemos a donde la ‘embarrábamos’, perdamos la cabeza en el camino”, canta hoy una voz que aún suena como a sus 29 años, cuando grabó ‘Shine On You Crazy Diamond’ (1975) y era considerado el roquero más sexi del planeta: David Gilmour, hoy a sus 69, nos invita a liberarnos.
No es la primera vez. Siempre lo ha hecho, ya fuera desde Pink Floyd, a través de las letras de Roger Waters que nos exhortaban a no necesitar la ‘educación’ (aquella encarnada en los malos profesores que enseñaban con un molde), o de los acordes que le arranca a la guitarra y que, por alguna razón, tienen su firma innegable: un solo de Gilmour es reconocible desde la primera nota.
Este año, y tan solo meses después del lanzamiento del material inédito de Pink Floyd llamado ‘The Endless River’ (‘El río sin fin’, un nombre muy apropiado para alimentar el culto floy-diano), Gilmour vuelve a publicar un trabajo en estudio que resulta ser una de las novedades más apreciadas de la música del 2015. Se titula ‘Rattle That Lock’, un trabajo con 10 cortes nuevos que coprodujo con Phil Manzanera (ex-Roxy Music).
Aunque es inevitable desligarlo de Pink Floyd y su historia brillante, Gilmour ha demostrado que es un artista mucho más completo que el que pintan los rankings de ‘Los 10 mejores solos de Gilmour’. Los solos son apenas un ingrediente en su carta.
No ha sido uno desbordado en producciones (apenas cuatro álbumes desde 1978), y de hecho ‘Rattle That Lock’ aparece nueve años después de su último trabajo en estudio, On An Island (aunque hizo una colaboración con el grupo The Orb en el 2010, llamada ‘Metallic Spheres’). Pero sí ha demostrado su absoluta dedicación en la delicadeza de cada detalle.
Tampoco niega su naturaleza floydiana una canción como ‘Dancing Right in Front of Me’, con los acordes de la guitarra Fender tan característicos de discos como ‘The Division Bell’ o el reciente ‘The Endless River’. De hecho, voces críticas de la prensa especializada señalan que ‘Rattle That Lock’ puede ser visto como ‘lados B’ de Pink Floyd (así lo calificó David Buchanan, de Consequence of Sound).
Con lo que sí sorprendió fue con una canción empapada de jazz de salón, que se titula ‘The Girl in the Yellow Dress’, en la que su voz se asemeja por momentos a la de Sting, pero se adueña de su estilo propio, sugiriendo a un Gilmour en una faceta muy diferente. Además, acompañó este sencillo con un video que la prensa ha calificado de “espectacular”, una animación dirigida por Danny Madden.
Se unieron al proyecto, además de Manzanera en los teclados, amigos del círculo del rock más elaborado, como Robert Wyatt (Soft Machine), el pianista Jools Holland (recordado por su programa de televisión), Graham Nash y David Crosby (de Crosby, Stills & Nash) en voces, Roger Eno (hermano de Brian Eno) y el director Zbigniew Preisner, en la orquestación.
Nash y Crosby se le unen en ‘A Boat Lies Waiting’, que es un tributo de Gilmour al fallecido extecladista de Pink Floyd Richard Wright, quien fue en muchas ocasiones el catalizador en las tensiones entre los demás miembros del grupo.
También es un disco familiar: hacen presencia su esposa, la poeta Polly Samson, como coautora de las letras (ya lo había hecho en ‘On An Island’ y con PF en ‘The Division Bell’), y en uno de los cortes, In Any Tongue, debuta en el piano su hijo Gabriel Gilmour, quien ya ha hecho pinitos en la actuación, como parte del elenco de ‘Downtown Abby’.
De Samson ha dicho Gilmour públicamente que “ahora trabajo con una compositora que creo que es mejor que Roger (Waters)”, aunque no desconoce el legado de letrista del famoso bajista. La relación entre los dos es históricamente tajante y dura.
Se trata de un Gilmour en plena actividad, que además ha puesto su talento al servicio de mensajes políticos en los que se involucra de forma honesta. Es el caso de su reciente colaboración con músicos ucranianos en la canción ‘Heavenly Hundred’, dedicada a los protestantes prodemócratas que murieron en manifestaciones en la ciudad de Kyiv entre el 2013 y el 2014.
Con ‘The Endless River’, un homenaje a Richard Wright, sus compañeros Gilmour y el baterista Nick Mason entregaron a los fanáticos de Pink Floyd, en noviembre del 2014, una última cereza sobre la torta en la historia de uno de los grupos más amados del planeta. Pero inmediatamente advirtieron que ya no habrá más música en estudio de los ‘arquitectos del rock’.
“Es una pena, pero esto es lo último de Pink Floyd”, sentenció Gilmour a la BBC Radio.
Es el culmen de una historia que comenzó en la segunda mitad de los años 60, en plena hegemonía de la psicodelia, y de la mano de figuras como Syd Barrett; que continuó a comienzos de los 70 con la creación del rock progresivo; que estalló en álbumes que son considerados los mejores de la historia del rock, como ‘The Dark Side of the Moon’ o ‘The Wall’, y que tuvo unos acalorados años 90 con la disputa entre Waters y los demás integrantes.
En una reciente entrevista en el show de Andrew Marr, Gilmour también dijo que tal vez haber vuelto sencillo exitoso una canción en la que se dijera que no necesitamos educación (‘Another Brick in the Wall’) “tal vez no era tan buena idea (...). Pienso que yo no lo pondría en una canción hoy”.
El de hoy es un Gilmour que celebra la cima de su producción en solitario, así este trabajo no alcance el reconocimiento de otros como ‘About Face’ (1984). Esta es su apuesta personal.
Así lo ven los críticos
“Como el arquitecto principal de los paisajes sonoros de Pink Floyd, Gilmour los ha llevado a las 10 cortas pero equitativamente elegíacas y muy bellas canciones” (Caroline Sullivan, ‘The Guardian’). “Un álbum que recuerda a Pink Floyd” (‘Rolling Stone Magazine’). “Un retrato del lugar en el que Gilmour se encuentra como músico en el 2015” (Thom Jurek, Allmusic.com.).
CARLOS SOLANO
Cultura y Entretenimiento
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