Los atentados de París muestran la creciente vulnerabilidad de Europa a la penetración terrorista. Desde los ataques a los sistemas de transporte masivo en Madrid en 2004 y Londres en 2005, el viejo continente lleva más de una década teniendo que acostumbrarse a convivir con el terror yihadista.
Las autoridades francesas esperaban una acción de envergadura y se encontraban en máxima alerta. Pero la coordinación mostrada por los yihadistas en seis operaciones simultáneas, al estilo de Mumbai 2008, sorprendió. Fue superior a la exhibida en enero, cuando fueron atacados Charlie Hebdo y un supermercado kosher.
Los grupos islámicos continúan perfeccionando sus métodos. Miles de europeos han viajado a Oriente Próximo para unirse a ellos. Esta semana habría sido abatido en un ataque aéreo el decapitador británico del Estado Islámico, “Jihadi John”, en Siria. Sin embargo, el mismo Estado Islámico les ha hecho saber a sus simpatizantes en Occidente que no necesitan viajar para adelantar la guerra sagrada. Pueden hacerlo desde sus propias casas. Los europeos deberán alistarse para más y peor.
Ante este escenario, las soluciones de derecha ganarán terreno en Europa. Las primeras víctimas serán los refugiados. Ángela Merkel está bajo presión para abandonar su compromiso de recibir a 800.000 sirios, Suecia había anunciado el cierre temporal de fronteras y Francia ha permanecido reacia a la figura del refugio. No existe acuerdo en Europa en torno a la crisis migratoria y la continuidad del espacio Schengen está en peligro.
El Gobierno francés decretó el estado de emergencia y puso en marcha las medidas excepcionales adoptadas luego del ataque a Charlie Hebdo. Pero estas podrán ser consideradas insuficientes. Se prevé la demanda de más mano dura –más vigilancia y menos derechos–, algo que terminará favoreciendo al Frente Nacional de Marine Le Pen en las elecciones regionales de diciembre y a los demás partidos europeos de derecha.
En lo inmediato, la coalición internacional conformada para intervenir en Siria incrementará las operaciones aéreos contra el Estado Islámico. El presidente Hollande consideró los hechos del viernes como un “acto de guerra” y promete una respuesta “sin piedad”. La actuación en Siria se profundizará.
No deja de ser irónico que Francia fuera castigada por lo que el Pentágono consideraba un endeble compromiso con la coalición. Desde su entrada en septiembre, las operaciones francesas han sido pocas en Siria y, bajo presión de Estados Unidos, el Elíseo envió el Charles de Gaulle, el único portaaviones francés, al Golfo Pérsico.
La crisis de Oriente Próximo tiene implicaciones globales y, más allá de las expresiones de solidaridad, los atentados de París no conducirán a una estrategia internacional concertada. Cuatro Estados se están cayendo a pedazos –Siria, Irak, Yemen y Libia– y el enfoque de Occidente continúa siendo diferenciado. La Unión Europea trata estas situaciones como cuestiones locales.
Solución debe ser global
No habrá solución localista sino global y ella necesita a Rusia. Algo de incentivo tiene Putin para acercarse a Occidente: el derrumbamiento del avión ruso sobre el Sinaí y la promesa del Estado Islámico de también atacar Rusia. Pero las distancias permanecen.
El acercamiento con Rusia demorará porque el actual escenario no le es del todo perjudicial. Putin logró la ocupación de Crimea, tiene mucho que ganar con una Europa dividida y en vías de desmoronamiento y prepara nuevas armas nucleares.
En Siria, Putin dice una cosa y hace otra. Allí la intervención militar rusa ha estado dirigida contra los grupos rebeldes y no el Estado Islámico. Para Rusia, la solución Siria pasa por la permanencia de Bashar al Assad; para Estados Unidos y Europa, por su salida. Por eso no hay que esperar mucho de los esfuerzos para acercar a ambas partes.
Algún día sí habrá estrategia común contra el EI y una política coherente con respecto a Siria. Pero ese día no está cerca.
LAURA GIL
Internacionalista