La manera como se desarrollaron los sangrientos ataques el pasado viernes en París demuestra el poderío y gran alcance de la red del yihadismo a nivel mundial, algo que Europa conocía y temía que sucedería desde enero pasado.
Desde entonces, varios miembros del Estado islámico han amenazado a través de redes sociales a los países europeos, inclusive a Francia, con actos violentos. Pero la respuesta de los cuerpos de seguridad se creía iba por buen camino tras arrestar en varios países de Europa Occidental –con Francia y España a la cabeza– a decenas de sospechosos.
Pero cargos políticos, judiciales y de inteligencia advertían que habría más ataques y la duda era solo saber dónde y cuándo. Sin duda, los ataques del viernes son el primer caso de gran magnitud en Europa.
La coordinación de los ataques, en que participaron al menos ocho hombres y que atacaron en al menos seis lugares diferentes con pocos minutos de diferencia, su armamento y la disponibilidad de explosivos –y de confirmarse la implicación de varios belgas, como apuntaba ayer la TV pública belga– muestran un fenómeno que no se para ni cerrando fronteras ni con las clásicas armas contra el terrorismo.
Pero aunque los temores son generalizados y todos los cuerpos de seguridad estaban en alerta, los ataques en París son un salto por su amplitud y sus posibles consecuencias para el conjunto de la UE. El diario ‘The Wall Street Journal’ contaba este sábado que la envergadura de los hechos había “alarmado” a la comunidad antiterrorista estadounidense.
La UE no tiene competencias de lucha antiterrorismo. Las instituciones europeas se limitan a intentar coordinar a los países del bloque, fomentan que compartan información antiterrorista y que sus agencias de inteligencia se coordinen más eficazmente.
Y aunque ha habido avances y entre algunos países y la cooperación es fluida –España y Francia, tras décadas de lucha contra Eta, son un ejemplo–, el papel de Bruselas sigue siendo mínimo y tanto las políticas como los recursos son diferentes en cada país.
Bélgica, por ejemplo, tuvo que pedir ayuda a las fuerzas especiales francesas para intervenir en una casa de Verviers –al este del país– días después del atentado en enero a la redacción del periódico Charlie Hebdo en París.
Gilles de Kerchove, el coordinador antiterrorista de la Unión Europea, contaba en febrero que la “amenaza es cada vez más compleja y diversificada. Tenemos individuos que no viajaron a lugares de conflicto y se radicalizaron por internet o a través de imanes autoproclamados. Hay entre 3.000 y 5.000 europeos en Siria e Irak, y Al-Qaeda y Estado Islámico (EI) compiten por el liderazgo del yihadismo internacional”.
Si se confirma la autoría de EI, Europa podría verse tentada a ampliar su participación en la guerra siria. La Otán no participa oficialmente en el conflicto, pero muchos de sus miembros lo hacen. También influirá en las conversaciones sobre Siria que mantienen las grandes potencias este fin de semana en Viena, donde la clave está en decidir el papel que tendrá el presidente Bashar al Assad en el futuro del país.
También aumentan las presiones para que se restablezcan los controles fronterizos intraeuropeos, que habían sido puestos en cuestión por la llegada de refugiados, aunque los atentados en enero en París fueron organizados en Francia por ciudadanos de ese país que no habían viajado a Siria. A la vez, aumentará la tendencia a dar más poderes de vigilancia interna a los servicios de inteligencia.
Pero hacen falta miles de hombres para vigilar a los sospechosos. Un diario belga contaba la semana pasada que en esa nación solo se tiene a un agente vigilando las comunicaciones de supuestos yihadistas en las redes sociales.
Gilles Kerchove reconocía que “el fenómeno de los combatientes extranjeros es tan grande que supone un peso enorme sobre los servicios secretos. Hay que seguir a todos los que vuelven, que ya son un tercio de los que se fueron. No es que la inteligencia no estuviera atenta, sino que está trabajando al límite”.
IDAFE MARTÍN PÉREZ
Para EL TIEMPO
Bruselas.