Arrendar el apartamento en vacaciones. Compartir el carro con extraños para que ayuden a pagar la gasolina. Contratar mensajeros en bicicleta. Confeccionar ropa a la medida. Todo a través de aplicaciones móviles y páginas web.
Esta nueva economía, una que comparte y fabrica dinero, ha generado grandes polémicas con las empresas tradicionales: Uber y los taxis, AirBnB y las inmobiliarias tradicionales, Lending Club y los bancos prestamistas.
Robin Chase, gurú de la economía compartida –como se conoce esta tendencia– habla de las ventajas para las ciudades y da consejos a los gobiernos locales para entender y sacar provecho de este mercado innovador.
¿Cómo afecta la economía compartida la manera como vivimos las ciudades?
Las personas que viven en ciudades tienen poco espacio extra. Esta economía permite compartir carros (sin tener que buscar parqueadero), tener un apartamento más pequeño y arrendar sus espacios (por medio de una aplicación o sitio web), guardar libros en bibliotecas comunales o incluso alquilar equipos fotográficos y deportivos.
Al vivir en ciudades con recursos compartidos hay un mayor acceso a las cosas que necesitamos, sin tener que poseerlas o apartar espacio para ellas. Sirve para una vida más feliz, conveniente y barata.
¿Qué hace la gente con el tiempo que ahorra al hacer compras on-line?
Cuando participamos en la economía compartida tenemos más dinero para gastar y normalmente se gasta localmente. Al comprar algo nuevo, la mayoría del dinero beneficia compañías en otros países y ciudades. Pero al compartir estos activos, nuestro dinero se queda en la zona y apoyamos nuestros vecinos.
En América Latina esto es nuevo. ¿Los mercados y el comercio tradicional podrán adaptarse?
Lo que vemos es una nueva colaboración entre gente local, las empresas y plataformas que le dan el poder de las grandes empresas a las pequeñas firmas.
Así, siempre habrá trabajadores y compañías locales. Las personas podrán ofrecer sus servicios con el poder del mercadeo de las aplicaciones móviles y web, y así asegurar o aumentar las posibilidades de acceder al mercado.
Esta nueva colaboración permite que todos se enfoquen en hacer lo que saben hacer mejor. Individuos y empresas pequeñas se convierten en proveedores con un nivel de especialización que las grandes compañías ni tienen, ni hacen bien.
Cómo se desarrollará este mercado será, al tiempo, similar y distinto que en Estados Unidos o Europa. Se basará en plataformas, pero los bienes y servicios se adaptarán a los mercados locales.
¿Cómo enfrentar este mercado que no suele ser regulado ni paga impuestos?
No veo que ningún país haya tomado medidas perfectas. Seúl (Corea del Sur) ha trabajado para facilitar todas las formas de compartir, así como los encuentros, eventos y ha cambiado sus leyes para que esta economía sea posible.
En Finlandia, el departamento de transporte está revisando sus leyes para permitir más innovación en esta forma de hacer negocios.
Muchas empresas y personas que hacen parte de la economía compartida desafían las autoridades. ¿Es parte de su espíritu?
No creo que intenten desafiar la autoridad. Estos innovadores ven más allá y no se limitan a ver el mundo solo como es hoy.
Están sacando provecho de las nuevas herramientas y reimaginando cómo hacer las cosas más rápido, barato y mejor.
Aun más importante, son libres de hacer estas mejorías sin estar condenados por inversiones pasadas, como sí lo están las empresas de tradición.
¿Qué consejo daría a las autoridades para adaptarse a esta nueva era?
Deberían revisar sus leyes para asegurarse de que tengan coherencia: proteger el bien público, eliminar las que no tienen sentido dadas las nuevas capacidades que hoy existen y desnudar las que existen solo para beneficiar a ciertas empresas establecidas.
También deberían revisar su propio capital: edificios, parques, cables, vehículos, colegios y expertos, y pensar en maneras para simplificar el acceso de la gente a ellos para la innovación o la eficiencia.
Por último, cuando los gobiernos hacen grandes compras, deberían preguntarse cómo maximizar oportunidades: ¿necesitan un software de código abierto? ¿Son sus datos transparentes y accesibles? ¿Cómo hacer que los bienes del Estado puedan ser usados por muchos, de distintas maneras?
Natalia Gómez Carvajal
Subeditora EL TIEMPO