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Editorial: La catástrofe sigue hablando

Editorial: La catástrofe sigue hablando

Para ayudar a que la herida cierre y evitar que se abran nuevas, es primordial recordar a Armero.

12 de noviembre 2015 , 08:23 p. m.

Con el trigésimo aniversario de la catástrofe que cobró la vida de cerca de 23.000 personas en Armero, así como en Chinchiná y Villamaría, surgen nuevas razones no solo para elevar una oración por las víctimas, sino para reconstruir lo ocurrido con miras a ayudar a sanar heridas y extraer lecciones, con el único fin de que esta nación, en la medida de lo posible, no vuelva a vivir días tan oscuros y desgarradores.

Se puede comenzar por decir que, así este suceso no haya estado ligado al conflicto armado, sus sobrevivientes también exigen verdad. No se trata de buscar responsables y castigarlos, pero sí de interrogar, una vez más, a las distintas fuentes que podrían aportar luces sobre los días previos para que quienes lo perdieron todo, aun a sus seres queridos, sientan un poco más de alivio. Algo que a estas alturas quizá sea más útil que cualquier otra acción, incluida la reparación.

Y es fundamental poner en primer plano a quienes hoy, tanto tiempo después, siguen en la búsqueda de sus allegados, en particular aquellos niños con los que perdieron contacto por el caos que entonces se vivió; de adopciones cuyo proceso se dio de manera acelerada, no necesariamente marcado por la mala fe, pero sí por una falta del rigor mínimo que exigen estos trámites y por la acción de inescrupulosos que traficaron con ellos. Dicha labor, hoy adelantada por iniciativas loables como la de la Fundación Armando Armero, requiere apoyo de todo tipo y en todo nivel. Y que el respaldo perdure, que no esté atado a la efervescencia de las fechas. Ligado a este se encuentra el tema de las tierras. Quienes las perdieron luego de que fueron sepultadas por el lodo también tienen derecho a la restitución.

En el campo de las lecciones, es indudable que tras lo sucedido el país tuvo avances importantes, que de ninguna manera se podrían desacreditar. No obstante, duele constatar que varios de los últimos episodios en los que un hecho natural causó destrozos y dolor también fueron advertidos. El más reciente sucedió en Salgar (Antioquia).

En este terreno, el trabajo debe ser a largo plazo y no limitarse a lo que haga el Estado; tiene que ser en compañía de la sociedad, y su reto más exigente es generar transformaciones culturales. El primer paso en tal sentido consiste en dejar de ver a la naturaleza como la causa de estas desgracias y, más bien, preguntarse qué pueden hacer la población y las autoridades para adaptarse al entorno, lo que incluye prever situaciones extremas. Urge ser conscientes de que la corrupción y la mala gestión de los gobernantes llevan una tajada muy grande, pero por lo general invisible, a la hora de repartir las culpas luego de una calamidad.

Saber que el nuestro es uno de los países más expuestos a experimentar las consecuencias del calentamiento global hace más necesario enumerar los desafíos –que, como se ve, van mucho más allá de los sistemas de alerta temprana o los refugios provisionales– e insistir en que en este campo no hay que dar largas ni escatimar recursos.
Es primordial, pues, recordar a Armero no solo con motivo de los aniversarios. Y hacerlo no para echar sal en la herida, sino para ayudar a que esta cierre y, sobre todo, para evitar que se abran nuevas. Es posible.


editorial@eltiempo.com

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