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Ingenieros e indígenas se unen para cambiar sus vidas con innovación

Ingenieros e indígenas se unen para cambiar sus vidas con innovación

En el Cauca usan recursos de regalías para investigar y volver rentables los residuos del pescado.

11 de noviembre 2015 , 08:11 p. m.

Patrulleros armados hasta los dientes y estaciones de policía con trincheras reflejan el estado de alerta en que viven Silvia y Morales, dos municipios caucanos que han tenido que pagar los platos rotos que dejan el conflicto armado y la ilegalidad. De hecho, sus pobladores han soportado décadas de secuestros, extorsiones, retenes, tomas y hostigamientos. (Vea el especial: Regalías: menos despilfarro, más obras)

Metido entre las montañas de la Suiza de América, como llaman a Silvia, se la pasa Arcenio Hurtado Pechené, un quisgueño de 55 años que desde pequeño se dedicó a los cultivos de papa, maíz y trigo.

“Uno escuchaba los disparos de ambos bandos, pero lo más fuerte era cuando llegaban los helicópteros y las avionetas con el glifosato y el plomo”, recuerda, mientras habla de los años en los que recorría caminos con su pala y sin zapatos. Pero desde 1999 personas como él comenzaron a apostarle a una faceta distinta a la del germen del conflicto: el abandono del campo.

 

Trabajan en la piscicultura, una actividad a la que desde el 2008 su departamento le ha sumado innovación gracias a Altpez, un proyecto de investigación de la Universidad del Cauca que en el 2012 se convirtió en uno de los primeros en contar con fondos de regalías.

Arcenio Hurtado está convencido de que sí es posible lograr que las nuevas generaciones no sigan abandonando el campo. (Foto: Richard Revelo / ELTIEMPO

Este trabajo busca alternativas para el uso de subproductos derivados de la agroindustria piscícola, luego de que las mismas comunidades buscaron apoyo para darles una disposición correcta a las vísceras, cabezas, piel y espinas dorsales de los peces que producían, las cuales iban a parar a terrenos y ríos.

“Asociaciones piscícolas vienen trabajando desde hace más 10 años con el Centro Regional de Productividad e Innovación del Cauca (Crepic), que es una entidad de enlace: contactan a nuestro grupo de investigación y comenzamos a buscar una posible solución para el problema”, cuenta el profesor José Luis Hoyos Concha, coordinador del proyecto.

Gracias a una primera financiación del Ministerio de Agricultura, el proyecto Alternativas para el Uso de Subproductos Derivados de la Agroindustria Piscícola (Altpez) pudo obtener, a través de la tecnología de ensilaje, subproductos estabilizados con alto contenido de proteína y aceite.

Este trabajo lo vio Colciencias, y los resultados fueron financiados de nuevo en el 2011 en la convocatoria Cierre de Brechas Tecnológicas. “Gracias a este apoyo, pudimos obtener una harina que tenía incluidos subproductos de tilapia y que sirve para alimentar especies menores”, agrega.

El proyecto fue presentado al Sistema General de Regalías (SGR) y aprobado en el primer Ocad del 2012, con una inversión de 7.913 millones de pesos, y comenzó su ejecución en agosto del 2013.

Altpez se divide en tres componentes: el primero, el laboratorio, en el que se generan los nuevos productos. El segundo es la construcción de una planta en Silvia. “El equipamiento que vamos a obtener va a tener una capacidad de producción de una tonelada por hora”, asegura el profesor Hoyos.

El tercer componente es la construcción de un centro de desarrollo tecnológico en la universidad que, según Sandra Patricia Rebolledo, investigadora del Crepic, “va a resolver problemas de las comunidades, como mortalidades en su producción. Si algunos piscicultores quieren generar dietas alternativas para sus productos, ahí también se podrán hacer esas formulaciones”.

‘Tenemos dónde vivir’

Velasco cree que si Colombia alcanza la paz, habrá más oportunidades para su región. (Foto: Richard Revelo / ELTIEMPO)

Desde hace 18 años, Édison Velasco, habitante de Morales, les sumó la piscicultura a sus cultivos. Ha sido testigo de cómo los pobladores de las veredas cercanas al embalse de Salvajina han pasado de la pesca artesanal al trabajo en equipo.

“Comenzamos un proceso para hacer la actividad piscícola de manera social. Iniciamos cultivando tilapia en jaulas. Vimos que esa actividad nos daba ventajas por las condiciones del agua y porque es una práctica más intensiva”, cuenta este campesino, que le atribuye a la innovación el tener casa, a su hijo de 6 años en el colegio y a su hija de 19 en la universidad.

“Nosotros no teníamos vivienda, ahora ya tenemos en dónde vivir. Además, he podido capacitarme, ya tengo un técnico en agricultura”, relata el trabajador, que menciona que Altpez les ha enseñado mejores prácticas con el ambiente.

Édison tiene su fe puesta en la planta de subproductos que se construirá en Silvia, con la que espera que puedan aumentar sus utilidades. “Si crecemos, las organizaciones van a poder ser sostenibles y rentables”, destaca Velasco.

Pensar diferente

El alcalde de Silvia, Isidro Almendra Montano, en el parque del municipio. (Foto: Richard Revelo / ELTIEMPO)

El alcalde de Silvia, Isidro Almendra Montano, es un indígena Misak (guambiano) quien, alejado de gurús en la materia, tiene claro que pensar diferente es lo que tiene a su municipio con recursos antes impensados. Cree que los resguardos indígenas de su población pueden elaborar y presentar mejor la trucha y contempla, luego de terminar su mandato, trabajar en poner en el mercado otros productos hechos por indígenas. “Hay riesgos que hay que asumir”, confiesa este taita, quien dispuso el lote en el que se construirá la fábrica del proyecto.

Las vidas cambian...

Sandra Sánchez tiene 28 años y se vinculó a Altpez desde sexto semestre de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad del Cauca gracias a un semillero de investigación. Luego de su grado siguió formulando proyectos y se volvió joven investigadora.

Recuerda que ni ella ni sus compañeros de equipo sabían cómo presentarse al SGR y que tuvieron que capacitarse. “En ese momento quedé embarazada. Trasnochaba, pero fue una experiencia muy linda porque todo coincidió. Tuve a mi bebé, y mientras el trabajo era aprobado pude estar con él”, relata Sandra.

Ella ya hizo una maestría en Microbiología Industrial y agradece a la academia por todo lo que le ha dado: “Gracias al proyecto pude acceder a un crédito para adquirir un lote para construir mi casa y pagarle estudio a mi hijo en un buen colegio, que es lo que uno siempre quiere”, cuenta.

Desde la estación piscícola Ampiú, su segundo hogar, Arcenio Herrera pide a los jóvenes que estudien, que se formen, pero que regresen a su casa: “Si queremos desarrollo, debemos asociarnos y aprender a escuchar. Cuando uno aprende a escuchar, mejora su vida y su entorno”, dice.

A personas como Arcenio, Édison y Sandra la vida les ha cambiado, y sus experiencias muestran que, como reza el dicho, es mejor enseñar a pescar que dar el pescado.

RICHARD REVELO CADENA
ELTIEMPO.COM
@Richard_Revelo

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