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Brotes de escisión en España

No es tarde para reflexionar sobre las fórmulas para salir de la crisis económica europea.

Disipados los peligros de apagón o racionamiento eléctrico en nuestra patria colombiana, podemos mirar a otros territorios en riesgo inminente de desmembración. Sin ir muy lejos, a la actual España democrática, víctima de adversos factores externos y de excesos internos, a los cuales habría de enfrentar en estrecho acuerdo con la Comunidad Europea.
La sorpresa por el paso intrépido de promover la independencia catalana se explica en parte con el recuerdo de las políticas de extrema austeridad y consiguiente desempleo, impuestas a todas las provincias del Estado hispánico, sin reparar en su valiosa contribución al erario conjunto y no obstante el desempleo masivo de su gente joven.
Por alguna parte habría de respirar la profunda herida de su economía en crisis. De antemano era sabido que una estrategia de tal índole habría de golpear rudamente a los sectores más débiles y vulnerables de la sociedad. El desempleo masivo de su bien entrenada fuerza de trabajo no solo incitaría al éxodo, sino también al descontento y al malestar en el interior.
Se ha observado que el brote secesionista de Cataluña es comparable a la ocupación del recinto del Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, con todos sus miembros y las autoridades superiores del Gobierno, por tropas rebeldes bajo el mando del coronel Tejeiro, portando su característico tricornio militar y desplegando arbitrariedad y amenazas por doquier.
Presentes y enhiestos estaban allí el todavía presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y el vicepresidente, general Gutiérrez Mellado, quien logró pasar un papelito en que indicaba a su esposa e hijos trasladarse de inmediato a la embajada de Colombia, donde los acogimos con las debidas atenciones y precauciones. Según explicó después al suscrito, lo hizo en previsión de que se los tomara de rehenes, recordando el episodio trágico del Alcázar de Toledo en la devastadora guerra civil de los años treinta. La verdad es que estábamos esperando unos cuantos visitantes más.
En España, los nacionalismos de sus regiones han solido manifestarse intrépidamente. En épocas anteriores, los protagonismos corrieron por cuenta de los vascos, con su intrincada lengua, sin el menor nexo con nuestro castellano, y ellos sí con implacables atentados. Hasta que un acuerdo de reciprocidad con Francia, donde habitan fuertes núcleos del mismo origen y la misma lengua, permitió erradicar de su suelo la violencia terrorista. Los demás nacionalismos han sido pacíficos, pero ello no significa que escondan sus peculiaridades y estilos de vida. Por ejemplo, Galicia, Aragón, Andalucía o Valencia, esta con fuerte afinidad italiana y matriz de los papas Borjas.
La España que sobreviviría a la escisión no sería obviamente la misma, con su muñón siempre presente. Ni su economía dejaría de experimentar la pérdida de tan valioso bien, aunque sus nombres siguieran resonando en la historia: el de Monserrate, por ejemplo, en el cerro tutelar de la capital de la República de Colombia.
No parece demasiado tarde para reflexionar a la luz de la crisis económica europea y de las fórmulas para salir juntos adelante, dejando atrás los dogmatismos y volviendo a barajar lejos de imposiciones enceguecedoras. El desempleo ha cundido en todas las regiones de la península y no por aislarlas o aislarse habrá de cesar o de abrir nuevos horizontes a las juventudes acosadas, decepcionadas y amargadas. Lo decisivo será comprobar si estos males existen por la integridad territorial de la nación o si se acentuaría dramáticamente en la hipótesis de perderla.
Para Colombia es toda una lección de lo que no se debe hacer: dejar que los problemas fluyan y por el camino encuentren las soluciones. Con inteligencia y tesón se ha propuesto alcanzarlas y ya la paz anhelada da trazas de alumbrar en el horizonte.
Abdón Espinosa Valderrama
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