A poco menos de 30 días, Paris acogerá la vigésima primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, mejor conocida como COP21. Evento que ha generado conmoción porque dejará en firme el nuevo enfoque de la estrategia mundial para enfrentar las consecuencias de la variabilidad climática.
Para comprender el impacto de esta cita ambiental se hace preciso reconocer su significado e importancia, así como la razón por la cual está versión, en particular, podría generar un álgido debate.
La preocupación por el medio ambiente no es nueva, se cumplen 36 años desde que estadistas y científicos reconocieron los efectos del clima en el desarrollo de la humanidad; no obstante, no se definió ningún compromiso vinculante. Solo fue hasta 1992, cuando se creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que se reconoció, por parte de los países participantes, que la contaminación ambiental es una realidad y que el ser humano tiene gran responsabilidad. Sin embargo no se generaron grandes compromisos.
En 1995, en la primera Conferencia de las Partes (estados miembros de la convención) se acuerda renegociar los acuerdos, como resultado se aprueba en 1997 el protocolo de Kioto, un hito histórico porque estableció metas concretas en la reducción de emisión de gases efecto invernadero y obligatorias para los 55 países que lo ratificaron. 17 años después, en el 2012, se revisan estos compromisos pero los resultados no son satisfactorios, entonces se decide cambiar la estrategia, es decir, a partir de ese momento no se generaron metas bajo una mirada global sino desde un enfoque regional, gran innovación de COP21.
Por primera vez, los países y las regiones, teniendo en cuenta sus limitaciones y alcances, decidieron autónomamente sus metas y la estrategia para enfrentar el cambio climático. Pero solo me asalta una duda: ¿Lo hicieron honesta y desinteresadamente? La respuesta es no.
El cambio climático es un fenómeno natural cíclico que se aceleró por las actividades humanas, por lo que no se debe enfrentar sino mitigar y adaptar. Actualmente las comunidades desconocen sus ecosistemas, resulta difícil adecuar las dinámicas sociales y económicas a los cambios naturales, y resultado de ello vivimos en medio de regiones vulnerables.
Paradójicamente los países más vulnerables son aquellos que menos generan gases de efecto invernadero. En Colombia, por ejemplo, solo se genera el 0.46% del CO2 que llega a la atmosfera. Las actividades que más aportan son la deforestación, la actividad agropecuaria, el transporte y la industria de la energía.
No obstante, no lo exime de ninguna responsabilidad, al contrario, su compromiso debe ser muy alto. Primero, porque su economía es dependiente de las materias primas; segundo, porque en el acumulado histórico de emisión de gases, el país está dentro de las 40 naciones con mayor responsabilidad; tercero, por su biodiversidad cultural y geográfica; y por último, sus conflictos sociales y políticos generan que el país sea altamente vulnerable a los efectos que el cambio climático pueda tener.
Este panorama otorga una oportunidad única para participar activamente en la discusión climática, desarrollar proyectos en conjunto y dar línea de trabajo en la discusión internacional. Escenario que el cuerpo diplomático de Colombia ha explorado y ha aprovechado muy bien.
Para resaltar, la actividad que se realizará este 12 de noviembre en la Universidad de La Sabana. “Tren a Paris” una iniciativa de la delegación de la Unión Europea en Colombia y de la Embajada Francesa que convoca a empresarios, entes gubernamentales y autoridades académicas para generar sensibilización de COP21 en las regiones, y socializar experiencias exitosas en contextos específicos como recuperación de paramos, construcción de ciudades sostenibles, conservación de ecosistemas y bosques como el de la Amazonia colombiana; que hoy son reflejo de una excelente cooperación internacional, entre la Unión Europea y Colombia.
Lo anterior se suma a los resultados de estudios rigurosos realizados por el IDEAM, el Ministerio de Medio Ambiente, la Universidad de los Andes y el Instituto Von Humboldt, que le permitió al país proponer una agenda ambiciosa para cumplir al 2030. Las metas: reducir en un 20 por ciento las emisiones de gases efecto invernadero y adelantar diez acciones específicas en las regiones para que el territorio nacional no siga registrando eventos como el que se está viviendo actualmente con el Fenómeno del Niño.
Preocupa, eso sí, que las entidades territoriales y nacionales no tengan la capacidad técnica y social para responder asertivamente al nuevo modelo de desarrollo climático y a los retos ambientales específicos que contrae la eventual firma de la paz. Así las cosas, llevar a la práctica la estrategia que se presentó para COP21 no será fácil, debido a que la dimensión participativa y educativa de los tratados internacionales y las propuestas de los países no son lo suficientemente claras ni vinculantes con la sociedad civil.
En conclusión, es preciso empezar a reconocer que el mundo económico y el tecnológico no son suficientes herramientas para lograr que la humanidad se adapte a un fenómeno tan complejo como es el cambio climático. Es fundamental acudir al mundo social, a la formación del ser y del intelecto para generar vínculo entre la comunidad y el ecosistema, que es la esencia de la configuración del territorio.
JEFFERSON GALEANO MARTÍNEZ
Profesor de Educación Ambiental de la Universidad de La Sabana