Un golpe seco y una alarma que se disparó dieron el aviso en ese, el último día de colegio. Al lado de su casa, unos días antes de cambiar de cinturón en karate, su arte marcial favorita, Carlos, de 11 años, fue arrollado por una mujer con grado uno de alcoholemia.
En el andén del centro comercial Iserra Calle 100, en vísperas de Navidad, comenzó uno de los pasajes más difíciles para él y su familia; era 12 de diciembre del 2013. Casi dos años después, su familia ha logrado superar la tragedia y perdonar, pero la lucha sigue. (Lea además: 'Perdí a todos mis hijos y todavía debo sus ataúdes')
Hoy, cuando los tratamientos médicos del joven agotaron todos los recursos del seguro, su familia se ve abocada a lidiar con los trámites de la EPS para que haya siempre una prótesis disponible y funcional para cada etapa del crecimiento del joven.
Mientras eso pasa, Andrea Fernanda Molano, una psicóloga de 36 años, la mujer que lo arrolló, paga su pena con casa por cárcel luego de haberse declarado insolvente, imposibilitada para pagar los daños y perjuicios que causó su comportamiento. Ese día ella arrolló a seis personas, entre ellas a tres niños.
Diana Camargo recordó que bajó corriendo por las escaleras del edificio donde vivía y que cuando llegó a la calle todos los estudiantes estaban tirados en el piso. “Cada adulto trató de estar cerca de su niño. Lo vi, era mi hijo. Fue duro”.
Unos segundos pasaron para que Diana recobrara las fuerzas y subiera a su apartamento a recoger los papeles. A las 6:30 a. m. ella estaba en una ambulancia rumbo a la Clínica del Country, norte de Bogotá. (Accidente que habría provocado Manzanera, otro caso en el olvido)
El dictamen médico fue un golpe en el alma de esta familia. Carlos perdió la pierna derecha; había sido una amputación agresiva, ocasionada por el choque de un automóvil contra su cuerpo. El daño de los tejidos era irreparable. “Le dije al doctor: ‘haga lo que tenga que hacer, pero sálvele la vida’ ”, contó su madre.
El niño siempre estuvo consciente, soportó un dolor inimaginable mientras el país entero se preguntaba por su salud. Hoy, todos dicen que las lecciones de fortaleza las ha dado Carlos, el joven. (Además: ¿Qué pasó con el caso de la niña que murió al caer a una alcantarilla?)
De ahí en adelante todo han sido medicamentos, exámenes y preguntas de un niño ahora adolescente y que es, en definitiva, el vencedor de la batalla: buen estudiante de séptimo grado, músico, alegre, maduro, ese es Carlos.
El resto, la lucha de su familia por acompañarlo. “Ha sido un proceso largo. Hemos encontrado ángeles que nos han ayudado en su recuperación física y psicológica. Le tocó casi que aprender a caminar de nuevo, y lo logró”, contó Diana.
Sin embargo, los trámites en la EPS Famisanar vienen siempre acompañados de una larga espera. “Cuando la prótesis le comienza a quedar pequeña, le duele mucho caminar. Estamos con toda la disposición de no ponernos bravos con el sistema, pero solo llamar por teléfono es imposible”, dijo Carlos Hernando Bonilla, quien mantiene la incertidumbre de cómo van a fluir los trámites cada vez que su hijo requiera una prótesis nueva.
Algo más entristece a esta familia: el olvido de la ciudadanía. “El de mi hijo fue un caso emblemático, y yo sé que a nivel familiar han cambiado muchas dinámicas, las fiestas no todas deben ser con alcohol y a nadie se le ocurre manejar con licor, pero en la ciudad siguen ocurriendo casos”, dijo Diana.
Hace poco el padre de familia decidió visitar a un niño que había sufrido un accidente parecido al de su hijo en el barrio Las Ferias. “Aunque duró varios días hospitalizado, se pudo recuperar, pero se da uno cuenta de que la solución no es la represión, es un asunto de cultura. Ya ve que ni siquiera las bicicletas respetan el semáforo en rojo. La gente no es consciente de que le puede causar daño al otro. La legislación solo está viendo una parte del problema”, dijo Carlos.
Esta familia ya cerró el capítulo del odio y perdonó, aunque eso no significa que quiera que la tragedia de su hijo se olvide. Eso lo tiene claro Diana. “Queremos que nadie viva el inmenso dolor que soportamos. Queremos sembrar una semilla en el corazón de los bogotanos. Son más las personas buenas que las malas, pero cada uno de nosotros es responsable cuando se pasa el semáforo en rojo, cuando pelea en la vía, cuando no se revisa el carro. Esto es lo que no queremos que se olvide, nunca”.
Carol Malaver
Redactora de EL TIEMPO
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