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¿Qué posición 'adoptar'?

Por lo que significa como cambio social, la adopción gay se debe debatir con altura y respeto.

Luis Noé Ochoa
Varios temas hay en el tintero esta semana, pero la decisión de la Corte Constitucional, que salió del clóset y resolvió autorizar, sin restricciones, la adopción de menores por parejas homosexuales es un asunto al que no se le puede dar la espalda.
Homosexualismo ha habido durante la existencia de la humanidad. “Hombre con hombre, mujer con mujer y del mismo modo...”. Y serlo hasta no hace mucho era motivo de discriminaciones, de agresiones, de burlas. Se llegó a pensar que era una enfermedad contagiosa, transmitida por el mosquito ‘anofelex’. Ser gay aún es delito en más de 70 países, especialmente en África. Hay distintos castigos, como latigazos en la parte de atrás del penal, cárcel con dieta a base de huevos, y hasta cadena perpetua, como en Bangladés.
Sin embargo, poco a poco, la comunidad LGBTI ha ido logrando sus conquistas. Ya unos 20 países, sobre todo europeos, autorizan el matrimonio. Que puede ser como la cadena perpetua, pero allá cada quien. Y en el mundo, 15 naciones –solo 15, es verdad– han tomado la determinación de nuestra Corte Constitucional de dar vía libre a la adopción. En Estados Unidos, 22 de los 50 estados se tomaron de la mano y dijeron el sí.
En Colombia, en los últimos años le ha ido bien a la comunidad gay. Sus miembros y miembras pueden obtener la pensión de su pareja y heredar; ante notario o juez, tienen opción de unión solemne, y la Corte les reconoció que esas uniones constituyen familia. Todo eso está bien. Las tendencias sexuales son respetables, y nadie les puede coartar los derechos. Pero los asuntos homosexuales tienen tanto de largo como de ancho, y la adopción es el asunto más polémico y sensible para la sociedad, más en un país católico como el nuestro.
La Corte dice que las restricciones en adopción por motivos de orientación sexual violan los derechos de los menores a tener una familia. O sea, primaron los derechos de los niños antes que los de los gais.
De otro lado, están la Iglesia y los tradicionalistas, que defienden la familia como base de la sociedad, constituida por un hombre y una mujer, casados ojalá, hasta que la muerte los separe, y según el ‘menequeum, dominum deo’. Y argumentan que precisamente los niños tienen derecho a tener este hogar, de papá y mamá.
¿Está el país preparado? Según mi encuesta, la Corte se adelantó al menos una generación, pues los jóvenes dicen “normal, o sea”, “cero problem”. Pero muchos mayores están preocupados, precisamente por los niños, porque no tienen derecho a elegir y se despertarán en un hogar distinto y pueden ser discriminados. Y hasta habrá algunos que dirán: “Si me lo encuentro, le doy en la cara, maaaagistrado”.
Es cierto que este es un país que viene con millares de hogares sin papá o mamá, con más de cinco mil niños esperando una familia, con otros que mueren de desnutrición; pero, con todo, duda uno sobre qué posición ‘adoptar’. Por ahora, hay que educar sobre la nueva familia. Porque seguramente va a haber matoneo. Si ya lo hay porque un menor mira más a Pablo que a Paula, lo habrá cuando lleguen, tomados de la mano, papá y papá o mamá y mamá a la reunión de padres. Y lo habrá por las redes.
Se entiende, y tiene que ser, que no van a entregar niños como quien vende pan; que habrá un riguroso trámite, igual que para parejas heterosexuales. Eso es clave. Y, por todo lo que significa como cambio social, se viene un gran debate, que aún está en pañales. Este se debe dar en todos los estrados, con altura y respeto; y que sea educativo. Están los niños en el centro de la discusión. Amanecerá y veremos, como dijo el borracho que se acostó con un ‘amigo’ suyo.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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