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Estanflación a la vista

En América Latina estaríamos contemplando de nuevo este fenómeno: estancamiento e inflación.

Sutilmente, al menos en las denominaciones, se ha venido encarando el cambio de circunstancias en la economía global. Se insiste en combatir la inflación, pero no se ignoran ya los síntomas inequívocos de desaceleración, común en América Latina, acaso por no llamar las cosas por sus nombres definitorios.
En las medidas recientes del Banco de la República se persiste en el énfasis del compromiso de contener la inflación, así sea yendo más allá del programa original de elevar gradualmente la tasa de interés. Pero, a la vez, trata de obrar sobre las causas y las manifestaciones del fenómeno de la desaceleración, obrando sobre uno de sus factores originarios: la devaluación desorbitada y en plena marcha, también con implicaciones en costos y precios.
Quizá fuera la Cepal la primera institución en denunciar escuetamente el estancamiento, atribuyéndole buena parte de la responsabilidad en la ola de recrudecimiento de la indigencia y la pobreza en América Latina. Estaríamos contemplando de nuevo el fenómeno denominado con el neologismo de estanflación por la mixtura de sus dos ingredientes primarios, en principio contradictorios. Con mayor vigor de uno de sus elementos en unos países que en otros: estancamiento e inflación.
Complace que al fin el Banco de la República hubiera accedido, aunque un poco tarde, a moderar el curso de la depreciación de la moneda colombiana, tras el veloz encarecimiento de materias primas y aun de artículos terminados de primera necesidad. A la postre, se cayó en la cuenta de que incluso nuestras exportaciones industriales y agrícolas llevaban no poco de componentes foráneos. Es esta nueva fase, bienvenida, de la intervención cambiaria que, por desgracia, se reanuda en altísimos niveles. Sobre su eficacia no caben dudas ante el efecto inmediato sobre las cotizaciones de la divisa del solo anuncio de participar el Emisor en el mercado con 500 millones de dólares
Entre los factores depresivos y también de carestía no es de subestimar la anomalía climatológica del Niño, no porque no se hubiera dado antes, sino por su extensión geográfica y su eventual intensidad. A la memoria vienen los racionamientos de electricidad, la importación masiva de artículos alimentarios y las batallas contra la inflación y la escasez de bienes de primera necesidad.
En la presente oportunidad, partíamos de la base de que el país se hallaba mejor preparado y equipado, al menos hasta cierto punto. Muchos desayunamos con la noticia de que todos los colombianos pagamos, desde hace nueve años, un “recargo de confiabilidad” en las facturas de energía, aplicable a prevenir escaseces o anomalías en la prestación del servicio.
Todavía más. Entre las empresas consagradas a su oferta, las hay locales pero asimismo transnacionales, algunas con radio de acción suramericano. Todo lo cual se revela en el reportaje dominical de Yamid Amat a la Superintendente de Servicios Públicos, quien advierte que tres plantas de generación podrían enfrentar difícil situación financiera. Ello dentro del cuadro heterogéneo de poderosas y precarias.
De pronto, esta función, sea hidráulica o térmica, ha vuelto a la actualidad y a la necesidad pública, de la cual se la había sacado a remolque de otras ramas acuciantes, como la de transporte o movilización interna de mercancías. La electricidad ha recobrado la primacía donde siempre estuvo, frente a la contingencia de apagón y racionamiento, ojalá para siempre descartada. Y todavía más la posibilidad de encarecimientos por el colapso de su provisión adecuada.
Cándidamente creíamos al país autosuficiente en gas, dada la propensión entusiasta a exportarlo. No había tal. También en este flanco nos hallábamos desprotegidos.
Ubicándose en la índole multifacética del problema, se correrán menores riesgos en su manejo y enfrentamiento. No todo en el panorama es inflación. Es, simultáneamente, estancamiento. Con la advertencia de que lo uno no cura, por milagro, lo otro.
Abdón Espinosa Valderrama
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