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Propuestas para disfrutar de Río de Janeiro bajo la lluvia

Propuestas para disfrutar de Río de Janeiro bajo la lluvia

Esta ciudad brasileña brilla bajo el sol. Cuando este no sale, revela otros encantos.

04 de noviembre 2015 , 04:02 p. m.

Río de Janeiro es la oferta del verano, el destino dorado, playero, en el que la arena y los cuerpos bronceados confabulan para armar el mito de una ciudad que es pura sensualidad.

Eso me han dicho, eso he visto en televisión: mulatas en biquinis extra-small, gafas tornasoladas, barrigas seccionadas en cuadrículas más o menos pronunciadas, según el trabajo abdominal, palmeras, samba. Todo eso que sucede en un lugar en que el sol domina el cielo. Todo eso que deja de suceder cuando llueve. Y llueve.

Cuando no caen gotas pesadas y verticales, caen oblicuas y rápidas o, si no, microscópicas como polvo húmedo. La ciudad está cubierta de gris y, aunque nadie se ha llevado la playa, ni Ipanema, ni Copacabana, ni el Corcovado, ni el Pan de Azúcar, las condiciones climáticas les han quitado su encanto. Río de Janeiro es como un bello cadáver: todo sigue allí, pero todo ha perdido su capacidad de despertar deseo.

Sin embargo, un viajero es un coleccionista de lugares, de fotos. La obstinación es su virtud, por eso, así llueva o truene, la evidencia de su paso debe quedar registrada en una imagen, en un retrato en algún lugar icónico, en un lugar común.

Entonces hay que tomar un teleférico en el barrio de Urca y subir al cerro Pan de Azúcar, a esa enorme roca que parece un huevo de 396 metros de altura, en la que se tiene una vista de 360 grados de la ciudad.

También hay que ir al Corcovado, por supuesto, y para eso se debe llegar a la estación Ferro do Corcovado y ascender en un tren que transita en medio de la vegetación montañosa durante 20 minutos. En la cima estará el Cristo Redentor, una de las siete maravillas del mundo moderno. También, una multitud de turistas que disparan sus cámaras, soportan el frío y miran el cielo con la esperanza de que se despeje y puedan tomar la panorámica para postear en Facebook. No hay suerte.

Y, claro, para terminar la gira por sitios obligados, se debe caminar por la playa y caer en la tentación de tararear mentalmente La chica de Ipanema, mientras pequeñas gotas se acumulan en la ropa.

Entonces se podría renunciar y, desde la ventana de la habitación del hotel, dedicar el tiempo a la contemplación resignada de un mar turbulento, de una ciudad que sin sol parece perder su vitalidad.

Pero Río de Janeiro –por fortuna– ofrece más. Finalmente se trata de una de las capitales más importantes de América Latina, una ciudad cosmopolita con todas las de la ley. No es solo su belleza obvia, la de la postal de siempre en la que se alzan sus morros y al fondo aparece el horizonte Atlántico, sino la que va saliendo a medida que se camina, la que emerge mientras se va por la calle pasando de un alar al siguiente.

Una ciudad vibrante

Y hay que andar poco para encontrarla. Su belleza salta en la mezcla de edificios modernos con otros clásicos, en una arquitectura que maravilla con frecuencia y que se expresa en construcciones como el imponente y blanquísimo hotel Copacabana Palace. O en los paseos adoquinados que bordean las playas de Ipanema y Copacabana, o en sus iglesias del siglo XVII, o en el Museo Nacional de Bellas Artes, o en sus megaavenidas o –y cómo pasarlo por alto– en las obras de uno de sus hijos más famosos: el arquitecto Óscar Niemeyer, que dejó su huella en la ciudad con construcciones como el Museo de Arte Contemporáneo o el famosísimo Sambódromo.

También hay, claro, otros lugares a los que ir mientras escampa, como el Museo de la Selección de Brasil, en el barrio Barra da Tijuca, en el que se expone la historia del deporte que este país lleva en la sangre y con el que ha conquistado cinco veces la Copa del Mundo. El recorrido es interesante e interactivo y, para los amantes del deporte, es todo un bocado. Así como lo es una pasada por el legendario Maracaná, célebre estadio que tiene una capacidad para cerca de 75.000 personas y que se puede visitar todos los días, excepto cuando hay partido.

Y la gastronomía, por supuesto, es otro argumento para disfrutar la ciudad. Dos lugares para ir a la fija –aunque hay una variedad descomunal– son: Churrascaria Palace y Casa da Feijoada. En el primero sirven un poderoso rodizio con las mejores carnes brasileñas, y en el segundo se puede probar la tradicional feijoada, un plato emblemático del país.

Por último, cuando llega la noche, hay que ir –porque de verdad hay que ir– a Lapa, que es un clásico sector de bares. Allí hay lugares que ya son toda una institución, como Carioca da Gema, donde tienen música en vivo –bossa nova– y caipiriña para una despedida de esta ciudad que, aun sin sol, muestra sus encantos.

Si usted va...

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JULIÁN ISAZA
Enviado especial de EL TIEMPO
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