La imagen del excongresista Ferney Tapasco barbado, mirada al piso, mientras era conducido por un miembro de la Sijín rumbo a su lugar provisional de reclusión, es histórica. Y lo es porque se trata del primer autor intelectual del asesinato de un periodista en Colombia –donde, desde que se tiene registro, han caído 144 comunicadores– que purgará condena: 36 años.
En el caso de Tapasco, lo espera la cárcel –siempre y cuando la justicia no sorprenda con beneficios que, por lo que se sabe sobre su condición, claramente no merece– por haber sido el determinador de la muerte del subdirector del diario La Patria de Manizales Orlando Sierra, ocurrida el 30 de enero del 2002.
La postal reconforta, sobre todo en un contexto en el que ya ascienden a 69 los episodios de crímenes de periodistas que han prescrito. Debe ser el primer paso en una nueva senda que conduzca a terminar con tanta impunidad, antes que un suceso aislado, una golondrina que no hizo verano. De hecho, falta todavía dar con el paradero de los hermanos Fabio y Jorge Hernando López Escobar, quienes fueron los encargados de contratar a los sicarios que ultimaron a Sierra.
Aun con esa tarea pendiente, se puede decir, tal y como lo afirmamos en su momento, que la imagen de Tapasco esposado debe, además, enviarles un mensaje a otros tantos personajes oscuros que en distintas regiones del país tienen un pie en la legalidad y otro en el bajo mundo, situación de la que se aprovechan no solo para amasar poder político y económico, sino también para amedrentar a todo aquel que ose cuestionar o denunciar sus conductas, en particular desde los medios de comunicación.
Y que sea la oportunidad de reiterar que el panorama en este campo sigue siendo deplorable. A los más de setenta casos de homicidios sin resolver se suma la falta de respuesta efectiva de la Fiscalía y la Procuraduría cuando se presenta una amenaza. Aquí el reto es disuadir. Recordemos que el mismo Tapasco, personalmente, intimidó a Sierra poco antes de pasar de las palabras a los hechos, sin que hubiese forma de impedirlo.
editorial@eltiempo.com