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¿Qué pasó con el caso de la niña que murió al caer a una alcantarilla?

Desde hoy publicamos historias de víctimas de tragedias con el mismo hilo conductor: el abandono.

CAROL MALAVER
Esas muertes que en su momento colmaron los titulares de prensa, inundaron las redes sociales con mensajes de aliento y contagiaron a cientos de ciudadanos con el mismo sentimiento de indignación de las víctimas han pasado a ser otro capítulo más en contra de inocentes.
Aunque no todas fueron producto de un crimen, ni cometidas con sevicia, ni paralizaron a pueblos enteros, sí se convirtieron en referentes de desidia y frustración. La razón es que hoy, meses e incluso años después, conservan el mismo hilo conductor de la tragedia: el abandono.
Todos los casos siguen en el limbo jurídico; sus protagonistas se sienten olvidados y no han parado de luchar para que los escuchen.
A través de varias publicaciones, daremos a conocer esta serie de historias que no pueden quedarse solo en los archivos de un periódico. Deben convertirse en un referente para que no se vuelvan a repetir, para que se tomen medidas eficientes que eviten tragedias similares o, incluso, para comenzar un cambio personal que evite que muchas más personas sean víctimas o victimarios.
‘Quién me puede juzgar si vi morir a mi hija’
Caminaba despacio, con la timidez de la gente de su región, Pisba (Boyacá); se aferraba a la mano de su esposo. Temor, eso reflejaba su rostro, quizá de recodar ese maldito día en el que un hoyo negro arrastró con una fuerza inclemente a su hija de 2 años, el día en el que fue más blanco de juzgamientos que de ayuda.
Así llegó Brigith Ramírez Araque, de 21 años, a las escaleras de la Catedral Primada de Colombia; allí también rompió en llanto con la primera pregunta. El viento arrastraba el polvo de las obras y la basura de la plaza de Bolívar, ese mismo remolino de nada la devolvía en el tiempo.
Hace solo cuatro meses pudo retornar a la ciudad. Vive en Usme, pero cuando ocurrió la tragedia, el 19 de octubre del 2013, pasaba sus días en el barrio Juan Rey, en San Cristóbal Sur, con toda su familia.
Ella quería coger del calendario el número del día en que todo pasó, borrarlo, desaparecerlo para siempre. Se repite la misma frase de tantas noches de llanto.
“Ese día no teníamos planeado salir, pero mi mamá quiso comer hamburguesa con mis hermanitos”. Ese día también su hermana quería comprar un televisor; entonces, el destino más cercano era el centro histórico. “Dejamos a mi sobrina con la madrina y nos fuimos. Al centro llegamos al mediodía, y esperamos a que a mi hermana le pagaran”.
La familia, unida, comió hamburguesas en un sitio cercano al parque de los Periodistas; luego decidieron caminar por Las Aguas. “Mi hija se antojó de jugar con las palomas. Como solo tenía 2 añitos, yo la cuidaba todo el tiempo. Ella jugaba con su tío pequeñito, que era cuidado por mi mamá”.
Michel hacía fuerza para soltarse de su madre, como lo hizo su tío, que pronto empezó a corretear a las palomas. No era más tarde de las 3:30 p. m. cuando Brigith, a solo dos pasos de su bebé, vio cómo fue succionada de la nada. “Había palomas, no vi el hueco; es más, el otro niño pasó sin que le pasara nada. Había era una laguneta, agua empozada”.
La reacción de la madre fue inmediata. Se quitó el bolso y se sumergió en el hueco de aguas putrefactas. Ella solo veía basuras acumuladas, sentía un olor nauseabundo y gritaba con una voz ahogada de angustia. La sintió llorar. “Medicina Legal dice que murió al instante, pero cuando el agua me arrastró dos o tres metros abajo, yo escuché su vocecita”. No supo cuánto tiempo pasó hasta que vio a un hombre, con apariencia de militar. “Ya no siga más”, le decía mientras le ayudaba a alumbrar la escena con una linterna de celular. “Yo llamaba y llamaba a mi hija, pero no la pude encontrar, lo juro”.
Ya eran casi las 7 de la noche cuando salió a través de ese inmenso hueco redondo, en medio de gritos de auxilio que se escuchaban desde la calle. “Al comienzo no había ambulancias, bomberos, nada. Llegaron mucho tiempo después de la caída”, dijo Brigith.
Cuando los rescatistas arribaron, ya el cuerpo de la bebé navegaba por las redes subterráneas. La encontraron cerca del parque Tercer Milenio. “Ella fue arrastrada por la fuerza de un río que baja de Monserrate. Yo tuve que ir a mirarla cuando la sacaron”, contó.
‘Nadie sabe lo que sentí’
Michel Dayana Barrera nació el 13 de septiembre del 2011. Fue un embarazo sin tropiezos. “Después de que me la entregaron en el hospital nunca supe qué era tenerla enferma, fue una niña sana, solo íbamos a ponerle las vacunas”, recordó Brigith.
El resto de su corta vida la vivió a lado de su madre, y por eso mismo, tras el accidente, quienes la juzgaron le abrían una y otra vez su herida. “Aunque yo no veía noticias, uno termina por enterarse. ¿Usted sabe lo que yo sentía cuando decían que yo era una culicagada de 19 años, irresponsable? Sí, yo era joven, pero nadie sabe lo que yo viví con mi hija. Yo era mamá, a mí se me destrozó la vida. Se atrevieron a decir que yo la había empujado”.
No obstante el apoyo de su familia, Brigith sintió una soledad inmensa, no tenía ni cómo enterrar a su bebé. “No supe lo que era una llamada del alcalde Petro o de la Empresa de Acueducto. Ni siquiera un gesto hipócrita de disculpas. Esperaba otra actitud del Distrito”.
Solo los periodistas atiborraron su teléfono de llamadas insistentes, incluso un año después de la muerte de la niña. “No tuve tranquilidad. Solo querían la noticia, pero, aunque no digo que todos, me pedían información como si no tuvieran sentimientos”.
Brigith quiso despedirse de su hija. “No me dolió tanto cuando la vi hundirse en el hueco como haberla encontrado en esa bandeja de metal. Su boquita, su cuerpo estaban cocidos. De todas formas nos despedimos”. Ella sintió la suavidad de su piel, su rostro divino y, a solas, en esa fría sala, la dejó partir.
Luego de la ceremonia, a la que toda la familia asistió vestida de blanco, Brigith se fue de la ciudad. Quiso perderse del mundo en la casa de sus suegros en Boyacá. “No me sentía capaz de entrar a la casa en donde compartí tantas cosas con mi hija. Yo culpaba a Dios, me culpaba a mí, no creía en nadie”.
En su retiro, ella supo de otros niños que murieron igual que su hija. Solo conciliaba el sueño con pastillas. “Qué doloroso que siga pasando lo mismo, que los ladrones no se den cuenta de la tragedia que hay detrás del robo de una tapa de alcantarilla y que el Acueducto no responda con rapidez a un llamado”.
De la demanda contra el Acueducto nada ha prosperado hasta el momento; el abogado que asiste su caso, que es de la familia, sabe que será un proceso largo y tortuoso, sobre todo cuando no se tienen contactos o influencias.
Brigith trata de recobrar su vida sola, ya terminó el bachillerato y hace cuatro meses volvió a Bogotá.
Ha buscado trabajo en todos lados, pero su ideal sería poder estudiar contaduría y que nadie le vuelva a recordar su tragedia. “A veces comienzo a trabajar y, cuando se dan cuenta de que soy la de la noticia, vuelven a preguntarme todo; es como vivir ese día mil veces”.
Por ahora, la idea de tener hijos está descartada. Aún le duele ver los juguetes de su hija, oler su ropa, recordar cada gesto que le provocaba una sonrisa. “Sabía varias palabras, los números del 1 al 5, el nombre de todos los miembros de la familia, era muy expresiva para la edad que tenía”. Todo eso se lo llevó un hoyo negro en el piso.
148 demandas, 26 por alcantarillas dañadas
Según la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAB E. S. P.), al 7 de octubre del 2015 hay registradas en el Sistema de Información de Procesos Judiciales de la Alcaldía Mayor de Bogotá 148 demandas activas en su contra presentadas por personas naturales, discriminadas en las siguientes causas: reparación directa: 74; acción popular: 42; acción de grupo: 21, y acción de tutela: 11, para un total de 148 demandas.
De estas, se sabe que hay 18 interpuestas por personas que dicen haber sufrido daños por culpa de infraestructura o
mobiliario urbano de dicha empresa.
EL TIEMPO también conoció que hay 26 demandas de personas que narraron hechos relacionados con rejillas y alcantarillas en mal estado, como la que cobró la vida de la pequeña Michel Dayana Barrera.
Carol Malaver
Redactora de EL TIEMPO
* Escríbanos a: carmal@eltiempo.com
CAROL MALAVER
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