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Las amenazas a los amigos

Quiero sentar mi protesta, por la protección de un amigo, frente a las amenazas a Pascual Gaviria.

EDUARDO ESCOBAR
No se me ocurre pensar ahora en otro oficio que como el del escritor merezca amenazas cuando se hace bien, con independencia de criterio, sin aferrarse a las ideas fijas del rebaño. Algunos ejercen el derecho de escribir con la ilusión de cosechar aplausos en alguna capilla de autistas de izquierda o de ser invitados a un coctel de señoritos derechistas. Pero esos no son escritores en propiedad, sino relacionistas públicos, lagartos mondos y lirondos que convierten el ministerio de la palabra en la escalera del arribista. Uno escribe para decir lo que piensa, no lo que le conviene, para tratar de desentrañar una pizca de realidad en la maraña de las palabras.
Con mucha frecuencia, Pascual Gaviria revisa en sus columnas de El Espectador, en Universo Centro, su periódico antioqueño, y en sus opiniones irradiadas en La Luciérnaga, las cosas de la política antioqueña. Y como sabe para qué se escribe, a veces no tiene más remedio que señalar las podredumbres en el ambiente mefítico que es la política en todas partes. Un politicastro de malas pulgas de su región lo llevó una vez ante los tribunales. Un hombrecito que cuenta entre sus retorcidas diversiones de potentado la de citar en las fiscalías a los escritores que insisten en creer, contra sus protestas de rectitud e inocencia, que existen en su personalidad y en sus actividades zonas oscuras que es inevitable señalar. Hace poco obligó a Héctor Abad al cómico ritual, con muchas camionetas de lujo y guardaespaldas de mala cara, según dejó escrito la víctima del atropello.
El dinosaurio representa en Antioquia una casta de ávidos caballeros de industria que hacen política para enriquecerse, oscuros y perennes, adjetiva Pascual, aunque quieren convencernos de que son la reencarnación de Francisco de Asís o el espejo del Papa, un día, y otros el de José Mujica. Sin sentir vergüenza. Porque la vergüenza es un sentimiento pasado de moda en el estado moral de un mundo sin conciencia, regido por las apariencias y los avispados.
Ahora a Pascual se le complicaron las cosas con amenazas anónimas, aunque él y sus amigos sospechamos de dónde vienen. La vieja cobardía de los poderosos de apariencia intocable acude otra vez a la amenaza del sicario, como si la extinción del otro les limpiara la mala fama o su miedo los purificara. En una nota de El Espectador, publicada antes de emprender sus vacaciones españolas, Pascual dice, con una conmovedora confianza en la justicia que muchas veces noté en nuestras charlas, que el asunto ya está en la Fiscalía. Pero supongo que lo dice por pura deformación profesional o por la candidez que a veces distingue a las buenas personas. Aquí, la Fiscalía nada garantiza. Es un ente endiablado.
Lástima que en Medellín, con unos cielos ardientes tan azules y con unas mujeres tan bellas, sobrevivan las viles costumbres de los años del imperio de los barones del narcotráfico. Yo solo quiero sentar mi protesta, por si ayuda a la protección de un amigo, frente a las amenazas a Pascual, solo porque cumple el deber del periodista de escribir lo que le da la gana, lo que le parece que se debe decir, aunque sus reflexiones afronten el bochorno y molesten a los torcidos demagogos de su provincia paisa.
Ojalá ahora, cuando deberá espaciar las visitas a El Guanábano, la taberna de sus relajamientos sabatinos, saque tiempo para leer por fin mi libro, Cuando nada concuerda, que ha venido aplazando por no descuidar la bohemia de los intelectuales de la Plazuela de los periodistas. Puede comprarlo en la librería Marcial Pons, de Madrid, de paso al aeropuerto, antes del regreso. Entonces, algo ganaremos los dos. Yo, un lector que me interesa. Y él, un libro apreciable, a pesar de sus pecas, sobre una generación que conoció en su tiempo las animadversiones de los fariseos de esa ciudad que queremos tanto. Aunque, por fortuna, era menos inclemente entonces...
EDUARDO ESCOBAR
EDUARDO ESCOBAR
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