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Muerte por omisión

En Estados Unidos aún hay quienes se oponen a ejercer controles más estrictos de la venta de armas.

Enojado e indignado por la inacción del Congreso para aplicar controles más estrictos de la venta de armas, el presidente Barack Obama hizo un llamado a la ciudadanía a que reflexione por qué hay una masacre en el país casi cada dos meses.
Desafortunadamente, su mensaje fue desoído por los candidatos a la nominación presidencial por el Partido Republicano. La respuesta de Jeb Bush fue de antología. “Esas cosas pasan –dijo Bush– y el impulso a hacer algo no siempre es lo correcto”. Digno corolario de quien años antes dijo: “El sonido de nuestras pistolas es el sonido de la libertad”. Una frase que le valió el aprecio eterno de la National Rifle Association, quien lo calificó con un 10 en sus listas de políticos amigos. “El problema es la salud mental de los asesinos, no las armas”, dijo Donald Trump, desplegando sus dotes de psiquiatra amateur. Marco Rubio pidió tiempo para pensar el asunto: “No hablemos inmediatamente de lo que se utiliza para matar gente y enfoquémonos a analizar por qué está ocurriendo esta violencia”.
Cualquiera diría que ninguno de los candidatos republicanos se ha percatado de que antes de la matanza en la Universidad de Umpqua, en Oregón, sucedió otra en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur, y otra en las calles de Isla Vista, en California, y en un cuartel de Fort Hood, Texas, y en el kindegarten de Newtown, Connecticut, y en un cine en Aurora, Colorado, y otra, y otra. Tampoco saben que en ningún otro país del mundo suceden tantas masacres como en Estados Unidos, 133 entre el 2000 y el 2014; y, según las autoridades federales, en los últimos años las masacres van en aumento. En ese mismo periodo, en Rusia y 13 países europeos hubo 23 masacres.
En Estados Unidos, sin embargo, los asesinatos masivos, definidos como aquellos en los que mueren más de cuatro personas, no cuentan la historia de violencia armada del país en su totalidad. En por lo menos dos tercios de los más de 12.000 homicidios registrados por el FBI en el 2011, se utilizaron armas de fuego. Y se calcula que los estadounidenses poseen aproximadamente 310 millones de armas de fuego, lo que significa que el número de americanos que tienen más de una es alto.
Parte del problema es que el país está completamente polarizado en este tema. Según el Pew Research Center, un 50 por ciento de los ciudadanos pide mayor control de la venta de armas, mientras que un 47 por ciento piensa que es más importante proteger el derecho a poseerlas. Lo peor, no obstante, es que hoy más congresistas están en el bolsillo de la NRA que cuando sucedió la masacre de Newtown, en diciembre del 2012.
El control de la venta de armas que los republicanos tanto desprecian sí ha dado resultados en otros países. En Gran Bretaña es tan estricto que la mayor parte de los policías van desarmados y hasta el año pasado, en un país con 65 millones de habitantes, solo se habían emitido 1,8 millones de permisos para poseer un arma. En Australia está prohibida la venta de armas semiautomáticas, y en Canadá, donde se requiere un permiso para comprar armas, la última masacre ocurrió hace más de 25 años. No es casual que el índice de homicidios per cápita en EE. UU. sea infinitamente mayor que el de los tres países juntos.
Admito que en ninguno de estos tres países se vive la cultura de violencia que se vive en EE. UU., y que no se pueden trasplantar las leyes de un país a otro, pero abogo por expandir la verificación de antecedentes de los compradores de armas y su prohibición a personas con trastornos mentales. Los problemas mentales del asesino de Oregón no le impidieron comprar legalmente seis de las 13 armas letales que poseía. También espero que para cuando esta columna se publique en este periódico no haya sucedido otra lamentable matanza en Estados Unidos.
Sergio Muñoz Bata
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