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'Siempreviva', un filme que reabre conciencias sobre los desaparecidos

Laura García interpreta a la madre de una joven que desapareció en la toma del Palacio de Justicia.

SOFÍA GÓMEZ G.
El punto de partida de la actriz Laura García en su preparación para convertirse en Lucía, en el filme 'Siempreviva', fue buscar en sus recuerdos. La bogotana vivió de cerca la violencia delirante de este país.
“Era vecina del Palacio de Justicia hace 30 años (cuando sucedió la toma). Y colindaba con el Club El Nogal, en 2003, cuando el atentado. Viví el horror, el desaliento, el miedo, la melancolía en la que uno se sume luego de presenciar ataques violentos que cobran vidas humanas y cercenan familias. Contenía a nivel inconsciente todo ese arcoíris sombrío en mi chip emocional”, le cuenta García a EL TIEMPO.
Ella figura en el reparto de la película colombiana 'Siempreviva', que se estrena este jueves y que reabre las consciencias acerca de los desaparecidos en los trágicos hechos ocurridos entre del 6 y 7 de noviembre de 1985, en Bogotá.
Su personaje es una mujer con una cotidianidad difícil, viuda, a punto de perder su casa (por una deuda que no ha podido pagar) y que ha cifrado su esperanza en su hija Julieta, que para terminar de costearse su carrera de Derecho acepta un trabajo en la cafetería del Palacio de Justicia, días antes de la toma.
La consagrada actriz de cine, teatro y TV habla de 'Siempreviva' –la película que se inspiró en el clásico de las tablas–, en la que comparte con Andrés Parra, Enrique Carriazo, Laura Ramos, Andrea Gómez y Alejandro Aguilar. Detrás están el realizador caleño Klych López y las productoras Clara María Ochoa y Ana Piñeres (CMO).
¿Se reunió con familiares de víctimas reales?
Conversé con un familiar de una joven desaparecida. Más que para saber –porque ya sabía, puesto que había escudriñado lo relacionado con el tema: películas, fotos, documentales, artículos, videos–, para sentir cómo le había transformado a esa persona su vida, su halo, su manera de hablar, mirar, moverse, toda su energía vital. Fue un encuentro en medio del temor de ese familiar, que todavía no transita tranquilo por las calles. Al final, le pregunté para qué seguía buscando a alguien cuyos restos no iban a aparecer quizás nunca y me contestó: “Por el honor. Por saber y que se publique la verdad algún día”.
Lucía es la piedra angular de esa casa, de la historia…
Lucía, la madre de la desaparecida y propietaria de la casa donde viven los otros personajes, es todas las madres, padres, hermanos e hijos que han perdido un familiar de manera oscura y violenta. No solo en Colombia, en el mundo entero. Así, Lucía, mi personaje, es la patria acribillada, humillada, arrastrada, violada, robada, intimidada. Se convierte, tras la desaparición forzosa de su hija, en una especie de trashumante zombi. Ella solo clama por claridad y rechaza perentoriamente la idea de una indemnización monetaria, porque le parece deshonroso y porque eso no le va a devolver a su hija. Finalmente, encuentra un refugio para el ripio de existencia pasmada que le queda, en la solidaridad de los otros familiares de desaparecidos.
Acaba la película y Lucía sale a una demostración a la plaza de Bolívar de Bogotá, donde se une al ejército de familiares con la misma pregunta: “¿Dónde están mi hijo, mi marido, mi hija, mi esposa? Nadie sabe. Nadie contesta.
La película sucede en un solo escenario y se filmó en planos largos. Sin duda, está cimentada en sus actores.
Ensayamos en la casa de La Candelaria donde iba a ocurrir el rodaje y a modo de una obra de teatro que debía ser capturada por el sensible lente de una cámara. La preparación previa a la filmación tenía que ser poderosa y vital, pero exacta, justa, milimétrica. Y era el tiempo para conocernos los actores y los personajes, para entrar en la cotidianidad del día a día de la estrecha convivencia que el proyecto necesitaba. Éramos siete personajes en busca del flujo y hábitos de vida que cada uno había adquirido dentro de la casa, de manera individual y colectiva.
¿Podría decir que se parece mucho a una puesta teatral?
En algo, sí. No en vano el reparto de la película cuenta con actores y actrices que trabajan o han trabajado en teatro y cuyas personalidades son fuertes. Tal vez los planos secuencia se parecen a una escena de una obra de teatro, pero se parecían a la vida real también. Los personajes caminábamos por esos planos como caminando por la casa; por las habitaciones. El aire, la atmósfera, los utensilios… nos pertenecían. Creíamos que estábamos en casa. Protegidos y luego huérfanos de patria.
¿Qué fue lo más difícil de lograr en un personaje con la humildad, la fe y un relato tan desgarrador?
Lo más difícil al interpretar cualquier papel es que no se note la interpretación. Que no se note dónde está la actriz y dónde el personaje. Se requiere de una total transformación, de una franca y humilde inmersión espiritual y física. Hasta tonal. Trabajamos mucho con el director la tonalidad de los personajes. Cómo debían sonar. Y si esa musicalidad vocal le iba al personaje o no. Ese trabajo fue uno de los más difíciles porque uno podía sentir la frontera entre la actriz y la madre de la película. Y debía estacionarme del lado de la frontera y en el país donde habitaba Lucía. Del lado de su profundo dolor. De su origen popular, del símbolo universal que representaba, de su manera de relacionarse con los demás, antes y después de la toma y retoma del Palacio. Debía hallar esa curva entre la Lucía del comienzo y la Lucía del cierre de la película. Y no tenía muchas escenas para explayarme. Eso ya lo sabía. Estaba en el guión. Pero tenían que ser contundentes esas escenas. Al final propuse que Lucía, por ejemplo, debía haber encontrado un pequeño consuelo a su ansiedad con el cigarrillo. Pequeños detalles siempre. Funcionan bien. Completan el paisaje.
‘La Siempreviva’ es una obra icónica del teatro colombiano. ¿Hubo algún temor o sintieron una enorme responsabilidad al llevarla al cine?
Ambas cosas las sentí y mis colegas también. Yo había visto la obra una vez. La leí antes de filmar, pero sabía que era cosa del pasado y debía que dejarla del lado de mi cerebro que conviniera y no estorbara. No me podía imponer ninguna cortapisa en el momento de crear a Lucía. Mi Lucía.
Y, sí, claro que sabíamos de la responsabilidad que 'Siempreviva' tendría con el país. Entonces mi madre, mi Lucía, tenía que responder a múltiples y altas exigencias.
¿En qué está trabajando?
Vuelvo al teatro, de donde una actriz nunca se debe ir del todo. Se estrena la obra 'Almacenadas', del laureado dramaturgo español David Desola, el 18 de noviembre en el Espacio Odeón (antiguo TPB, donde di mis primeros pasos como actriz). Somos dos actrices –Mercedes Salazar y yo– y la dirige José Domingo Garzón, un animal de teatro. Estaremos en el Festival Iberoamericano el año entrante también.
SOFÍA GÓMEZ G.
Cultura y Entretenimiento
En Twitter: @s0f1c1ta
SOFÍA GÓMEZ G.
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