El emblemático parque Santander, entre las carreras 6.ª y 7.ª, y entre la avenida Jiménez y calle 16, ha visto pasar la historia de Bogotá por sus terrenos. La más reciente lo convirtió en orinal y lugar de encuentro de indigentes, consumidores y vagos.
Para contrarrestar esa degradación, y dentro del Plan de Revitalización del Centro Histórico, el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) decidió intervenirlo. Por estos días, el sitio luce cercado, parte de su área en obra y con la estatua de Francisco de Paula Santander cubierta por un plástico.
Sin embargo, el panorama de los últimos años no se borra de una semana para otra. Al caminar por allí, se encuentran dos constantes. Una, más que todo sobre la carrera 6.ª, las ventas ambulantes que ocupan parte del espacio público, incluidas bancas que deberían estar libres para los caminantes que deseen descansar; además de lustrabotas que por años han desempeñado su oficio en este sitio. Y la otra, más hacia a la carrera 7.ª, recicladores, indigentes y un insufrible olor a berrinche.
En torno a este parque, que en la década de 1540 nació como plaza de mercado, hoy aparecen edificios de corte empresarial e institucional como el Museo del Oro, el Banco de la República y los edificios de Avianca y BCH (antes Banco Central Hipotecario).
Paradójicamente, la construcción de estos y la demolición de otros tradicionales, entre 1957 y 1970, dio inicio al deterioro. Según el libro Recuperación espacial de la avenida Jiménez y el parque Santander (Universidad de los Andes) este cambio abrupto del espacio “no dio tiempo a que los habitantes asimilaran en forma paulatina cada nuevo edificio”.
Lo que antes estaba rodeado de viviendas y pequeños comercios, dio paso a una población flotante de oficinistas con menor sentido de pertenencia.
Ante la falta de apropiación cívica y presencia policial, se empezó a ver un uso del lugar como baño público por parte de habitantes de la calle, además de mutar a punto de encuentro para el consumo del llamado ‘chirrinchi’, bebida alcohólica artesanal que hoy todavía beben allí.
Un paso rápido basta para observar, entre vendedores, emboladores y vagos, a quienes chupan de envases plásticos y botellas con el mencionado bebedizo.
Por supuesto, el menoscabo tampoco fue de un día para otro. Se tardó al menos unas dos décadas. Esto se revela en el mismo escrito de Los Andes, que revela cómo en 1997 la Administración distrital ya precisaba la urgencia de intervenir.
“Se ha manifestado (1997) interés especial por intervenir el espacio, como una forma de recuperar la calidad ambiental del sector, modificado negativamente con el cambio de los usos del suelo y la falta de control”, refería el estudio.
Y en cuanto a una estrategia integral para recuperarlo, se mencionaba “la necesidad de desarrollar programas con los edificios, para estimular actividades que permitan su integración a la dinámica urbana”.
Finalmente, el trabajo de la academia advertía sobre la urgencia de comenzar con dicha intervención, bajo el riesgo de consecuencias mayores como la pérdida de valor del suelo. Aunque en la misma época se contrató a los reconocidos arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec para diseñar un plan de acción, lo que se hizo benefició más a la avenida Jiménez y fue de tipo físico. Pero esto no se acompañó con control social y los efectos son el panorama actual.
Percepción
Más allá de la impresión que queda al visitar –y oler– el parque Santander, los asiduos visitantes extranjeros del Museo del Oro no expresan tan malas percepciones, claro, en comparación con otros destinos más enrarecidos.
“Aunque hay gente que aquí me ha pedido dinero, la verdad es que no me siento molesta ni perturbada, porque yo he visitado Marruecos y allá sí es insoportable la insistencia de los mendigos”, indica Aurelia Comti, francesa. “Huele mal, pero no grave”.
En sintonía, Simone Schluter, alemana de 30 años que está en Bogotá acompañada de su esposo, comenta: “Es cierto que hay personas que habitan la calle, pero me parece que la gente bogotana es respetuosa”.
Mientras tanto, el IDPC precisó que la inversión para recuperar el aspecto físico del parque llega a los 701 millones de pesos. En esta se mejorarán “acabados de piso, fisuras y agrietamientos, fractura de tapas de servicios públicos, rejillas deterioradas, zonas de empozamiento, iluminación deficiente, mobiliario urbano y vegetación con necesidad de tratamiento”.
Si se cumplen los plazos, el próximo 5 de noviembre se entregará la obra. Será el primer paso, que si no se acompaña de control urbano, podría resultar en vano.
Clave en la historia de Bogotá
El parque Santander no siempre tuvo el nombre con el que actualmente se denomina. En sus inicios, primera mitad del siglo XVI, se le llamó plaza de Mercado, pues en él confluían los comerciantes de la aldea.
Hacia 1557 la Orden de los Franciscanos obtuvo varios predios vecinos y levantó edificaciones insignes, como su monasterio y la Iglesia San Francisco, que en la actualidad es la única estructura sobreviviente de esa época. A propósito, y por su influencia, hacia 1560 se le comenzó a llamar al sitio plaza de San Francisco.
El libro Historia del parque Santander, publicado en 1926 por la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, reconstruye las diferentes etapas que ha tenido el lugar.
Durante la Guerra de Independencia, el prócer Francisco José de Caldas fue fusilado allí, públicamente, junto a otros patriotas. En los años siguientes, sus restos fueron dispuestos en el hoy desaparecido templo de La Veracruz, convirtiéndolo en una suerte de panteón nacional.
Tras la victoria frente al imperio español, el Libertador Simón Bolívar le entregó a Francisco de Paula Santander una casona emplazada junto a la plaza, la cual habitó hasta su muerte, ocurrida en 1840. En 1851, en honor al héroe colombiano, el sitio pasó a llamarse parque Santander, y en 1875 el Congreso encomendó la fabricación de la estatua monumental en bronce que hoy se aprecia allí. Esta fue elaborada en Múnich (Alemania) por el artista Lamarmora y fue ubicada en su actual podio en 1878.
Tales hitos históricos son los que le dan tanta importancia al mencionado parque.
FELIPE MOTOA FRANCO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter @felipemotoa