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Con Venezuela o sin ella

La crisis nos abrió puertas para ejecutar una política integral de fronteras, tantas veces ignorada.

Laura Gil
¿Qué haría usted si tiene un mal vecino y no puede vender su casa? No tendría usted más alternativas que las del Gobierno colombiano: la denuncia del ofensor, el arreglo de su morada y la espera del reemplazo del inquilino nocivo. A Colombia no le queda más que poner el énfasis en lo que depende de ella.
La Cancillería avanza en lo que puede en el plano internacional. Pone en evidencia las violaciones de derechos humanos de Venezuela contra nacionales colombianos en cuanto foro multilateral esté disponible e informa de la crisis fronteriza en el marco de las relaciones bilaterales con Estados interesados.
Los sobrevuelos militares que violan la integridad territorial de Colombia constituyen una trampa. Colombia hace bien en resistir estas provocaciones. Maduro pretende escalar el conflicto para forzar la cumbre presidencial. Él quiere su foto con Santos y nada más. Con una imagen quiere matar otra –esa que retrata el miedo de los colombianos en medio de un río y con sus enseres a cuestas–.
La crisis humanitaria existe y el régimen chavista lo sabe. La votación en el Consejo Permanente de la OEA mostró que Venezuela ha perdido terreno. No es la primera vez que clausura el paso de la frontera. Pero esta vez el precio del gesto inamistoso se le disparó. Caracas no previó la salida masiva de colombianos por trochas y senderos.
Bajo el gobierno de Uribe presenciamos cómo el régimen de Chávez usó el comercio como arma política. Hoy, su sucesor usa la frontera como estrategia electoral. El discurso del ahorro para Venezuela le da réditos. Dos mil quinientos millones de dólares, alega Maduro, y la gente le cree. Una mayoría de venezolanos apoya el cierre, según la empresa Hinterlaces.
Los estados afectados por la crisis manufacturada de Maduro, Táchira y Zulia, son ambos opositores. Según Venebarómetro e Infobae, en Táchira, el apoyo a la oposición bordea el 70 %; en Zulia, el oficialismo recoge menos del 30 %. ¿Por qué no se ha cerrado el resto de la frontera? En Apure, colindante con Arauca, Maduro consigue más del 60 por ciento; en Amazonas, contiguo a Vichada y Guainía, más del 70. Aun con encuestadoras tan cuestionadas de lado y lado como las venezolanas, estas cifras resultan sugerentes.
La responsabilidad de la crisis bilateral no es compartida. Solo el chavismo puede responder por el caos económico de Venezuela y los problemas de seguridad de la frontera, innegables como son, requieren de iniciativa conjuntas. Hasta el mismísimo gobierno de Rafael Correa reconoce que Colombia resultó un buen socio en materia de seguridad.
El cierre de la frontera podrá ser un acto hostil, pero sí es soberano, como lo recordó la canciller Holguín. Venezuela puede hacer lo que quiera con su pedazo de frontera. Puede hasta “autosuicidarse”, como diría Maduro.
La prioridad de Colombia no puede estar centrada en el estatus de una relación sujeta al antojo del vecino y de sus necesidades políticas, sino en nuestra respuesta como país ante el abandono de la frontera.
Más vale tarde que nunca. La crisis nos abrió puertas para ejecutar una política integral de fronteras, tantas veces redactada y tantas veces ignorada por Bogotá, llevarles institucionalidad, comprometer a un gabinete que peca de centralista y afrontar de una vez por todas los problemas que las aquejan.
Bogotá despertó; aprovechemos la oportunidad. En un mundo ideal, la construcción de nuestra mayor frontera debería ser asumida por Colombia y Venezuela; en el que vivimos, debemos emprenderla con Venezuela o sin ella.
Laura Gil
Laura Gil
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