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Perdiendo terreno

Colombia está perdiendo terreno en la discusión internacional del respeto a los derechos humanos.

RUDOLF HOMMES
El tratado de libre comercio con Corea del Sur, después de un difícil tránsito en el Congreso, ha quedado varado en la Corte Constitucional, donde igual número de magistrados votaron a favor y en contra de declararlo exequible. Para resolver el empate nombraron conjuez al profesor César Rodríguez. Esta designación es inexplicable porque este distinguido abogado ha sido opositor de los tratados de libre comercio. De antemano se conoce en qué sentido va a inclinar la balanza. No es la persona indicada para dirimir un empate. Esto lo deben conocer los magistrados que votaron a favor, que debieron haberse opuesto a que lo nombraran, a menos que hayan mediado razones como la amistad, en el mejor de los casos. También cabe la posibilidad de que alguno de ellos esté secretamente opuesto, como el personaje de un relato de Jorge Luis Borges.
Lo preocupante no solamente es que los enemigos del tratado con Corea, que resultaron vencidos en el Congreso, pueden actuar exitosamente tras bambalinas en la Corte, sino que el libre comercio esté perdiendo terreno en ese espacio, como lo ha perdido en los medios de comunicación y en la discusión de políticas públicas. Hoy vemos con enorme preocupación que los gremios han abandonado el ámbito pacífico de la concertación y el de confrontación de ideas o de razones técnicas, y han pasado al de la agresión verbal y las amenazas para presionar.
También se forman las más asombrosas alianzas en contra del libre comercio. Por ejemplo, la de senadores de izquierda, tradicionales enemigos de la agroindustria y de la inversión privada en grandes extensiones de tierra, con gremios de ese sector para oponerse a las políticas públicas, conformando coaliciones faustianas que no son concebibles a menos que uno de los aliados le venda su alma al diablo.
Otro campo en el que Colombia y su gobierno están perdiendo terreno es en la discusión internacional del respeto a los derechos humanos de los colombianos en Venezuela. Con la asistencia permanente de TeleSUR y de RT, el canal ruso de noticias, el Gobierno de ese país ha logrado desviar la atención mundial a la problemática de los millones de colombianos desplazados a zonas marginales de las ciudades por la violencia rural, para que no se enfoque en los abusos que ha perpetrado el Gobierno venezolano contra nuestros compatriotas. Funcionarios de entidades de las Naciones Unidas como la Acnur, que deberían tener la obligación de actuar equilibradamente, están cuestionando públicamente, en el contexto del conflicto binacional, nuestras políticas para los desplazados y no mencionan los atropellos de Venezuela contra nuestros compatriotas.
Es asombroso que Colombia no responda en forma convincente y efectiva a la ofensiva mediática del Gobierno de Venezuela, que Maduro tenga mejores asesores que nuestro gobierno para tejer con aparente éxito esta telaraña interpretativa, y que le haya tomado la delantera a Colombia llevándole personalmente el cuento cuidadosamente armado por ellos al Secretario General de las Naciones Unidas. También es increíble cómo les atribuyen los perjuicios causados por las distorsiones de la política económica venezolana a las casas de cambio de Cúcuta y a vendedores ambulantes de esa ciudad. ¿La cola menea al perro?
Sin desconocer que el desplazamiento forzoso ha sido un fenómeno que no recibió el tratamiento que merecía un desastre social de esas proporciones, o que no había atraído hasta ahora la atención mundial, no podemos renunciar a denunciar ante el mundo que haber marcado con una D las casas de colombianos para proceder a derruirlas con buldóceres ha sido un acto oficial ejecutado para aterrorizar a los colombianos que residen en Venezuela, una población civil indefensa.
RUDOLF HOMMES
RUDOLF HOMMES
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