Las tierras del Vichada son dos paisajes en uno: el que se conoce en época de lluvias y el que emerge cuando el sol está en su mayor punto. Los árboles, los delfines, los peces, las flores y los pescadores se habitúan al vaivén de las aguas que los inundan un par de meses, y que luego los vuelven a dejar al desnudo, sobre la superficie, cuando llega el verano.
En Puerto Carreño, en un extremo de la geografía colombiana en pleno límite oriental del país con Venezuela, todo se rige por las aguas del majestuoso río Orinoco.
Él es el creador del paisaje y de todo lo que ocurre alrededor de la economía de la capital de este departamento, que además es responsable, junto con el Guainía, del 85 por ciento de las exportaciones de peces ornamentales del país.
Como un triángulo, las aguas de los ríos Meta, Bita y Orinoco se entremezclan en esta esquina remota, a donde ni siquiera llega la conexión a celular y cuya luz eléctrica proviene de Venezuela.
El río no es sinuoso, como el Amazonas, ni ocre, como el Magdalena. El Orinoco se extiende como un gran planchón sin límites ni bordes. Como un afluente de agua dulce que quiere volverse mar.
Se esparce por las selvas y alcanza las copas de los árboles, donde los frutos caen y dan alimento a los peces, que se acumulan en las inundaciones, y allí son presa fácil para los pescadores. La inundación, antes que ser un desastre, es el ciclo armónico de esta tierra.
Es el ritmo propio de las sabanas, y que cientos de pobladores quieren proteger de que lleguen barreras para el agua como la contaminación minera, las plantaciones agrícolas y la forestación poco sostenible.
La cuenca del Orinoco, es decir, ese sistema de ríos que la proveen y nutren, es una área de vasta biodiversidad que comparte Colombia y Venezuela.
En sus caminos se hallan 17.420 especies de plantas, 1.300 de aves, más de 1.100 especies de peces, 250 de mamíferos y 119 de reptiles. Además, podría considerarse la cuenca menos habitada de todo el continente.
Por esos atributos, en los últimos meses su cuenca fue seleccionada como la primera del mundo a la cual le van a evaluar la salud.
“Es como una libreta de calificaciones. De los aspectos que están bien, los que se deben mejorar y los que deben preservarse”, explica Luis Germán Naranjo, director de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza en Colombia (WWF, por sus siglas en inglés).
El proyecto, liderado por el WWF, se hace en compañía del Centro de Ciencias Ambientales de la Universidad de Maryland (UMCES, su sigla inglesa), el Instituto Alexander von Humboldt y Corporinoquia.
¿Cómo evalúan la salud?
Si se compara con el cuerpo humano, para evaluar la salud de un río se necesita de ‘médicos’ especialistas, para determinar la calidad de su agua, como si fueran sus pulmones; a otros para que midan su capacidad hidráulica, como si se tratara de sus músculos; además, requiere otros exámenes para medir su biodiversidad; en un símil, la vigorosidad y estado de sus sentidos.
En este caso, el paciente no solo son las aguas, sino las vertientes que la abastecen y las comunidades que viven de ellas.
El equipo de expertos inició hace tres meses visitas a tres ríos tributarios del Orinoco: el Bita, el Guaviare y el Meta. Dependiendo de cómo estén ellos, se sabe cómo está la Orinoquia.
De cada río, según explicó Simón Costanzo, de la Universidad de Maryland, se eligen los indicadores que prioricen por cada río; esa información se recopila, se analiza en Estados Unidos y se unifica en unos indicadores básicos que determinaran en qué aspectos goza de un buen estado, en cuáles debe mejorar y qué debe continuar preservando para estar bien.
Estos criterios van desde el índice de oxígeno disuelto en las aguas de cada vertiente o el cálculo del material orgánico que no se puede disolver (esto permitirá conocer qué tanto los fertilizantes han contaminado el líquido vital) hasta otros factores culturales, como el valor del paisaje que tienen para las comunidades las playas de sus afluentes.
Para Clarita Bustamante, encargada de los proyectos de esta zona del país por del Instituto Humboldt, aunque se tienen datos generales de la macrocuenca de la Orinoquia, por primera vez con este estudio el país tendrá elementos para conocer cómo está este río, del que poco se conoce en los compendios científicos y los registros académicos.
Sara Friedman, ingeniera de aguas para WWF en Washington (Estados Unidos), explicó que este piloto permitirá que se evalúen otras cuencas en el mundo y que sea fácil para las comunidades y gobernantes saber cómo están las aguas de las que viven su territorio.
Una gran despensa
Hoy, del Orinoco no depende solamente la seguridad alimentaria de las comunidades de Vichada y Meta, sino que de su cuenca se deriva la vertiente de Chingaza, que abastece de agua a más de 10 millones de habitantes en Bogotá.
La producción de petróleo, la extracción de los aceites que surten la industria cosmética, las cosechas de arroz y las exportaciones de peces ornamentales son otros de los beneficios de esta región para todo el país.
Esta área, como detalló Saulo Usma, coordinador de proyectos de agua dulce de WWF, recoge una amplia variedad de ecosistemas: alberga desde asentamientos rocosos del macizo guayanés, milenarios en la Tierra, hasta parte de la cordillera andina, más reciente en la edad del planeta, y las llanuras, consideradas suelos más jóvenes.
Usma también explica que, en sí mismos, los ríos que nutren la cuenca son dispares. En el caso del Meta, por ejemplo, se encuentra que sus aguas contienen mayores nutrientes, por lo que son óptimas para albergar peces de mayor tamaño, que sirven para el consumo.
El Guaviare, por su parte, constituye una frontera natural entre la región amazónica y la Orinoquia, por eso sus aguas son claves para la transición entre estos dos tipos de ecosistemas.
Por último, el Bita, el de menor extensión –se calcula que mide cerca de 450 kilómetros– se caracteriza por ser el menos intervenido y por albergar, en su desembocadura, al Orinoco, al delfín rosado de agua dulce.
Río protegido
Si se trata de ir a consulta, en el caso de un río al médico deben asistir todos los que viven de él. En el caso del Bita, especialmente, hay un interés por conservarlo. Desde hace más de un año, este afluente es el protagonista de una iniciativa que busca convertirlo en el primer río protegido en el país.
Es una figura sui géneris, porque regularmente la legislación colombiana y el Sistema Nacional de Áreas Protegidas contemplan áreas continentales en su protección, y las aguas de los afluentes quedan sin mayor atención.
El Humboldt, WWF y las comunidades locales firmaron un pacto para convertir a este hilo de agua en un bastión de la conservación y, ante la presión que desde hace dos años se está viviendo por transformar las sabanas, esta no se haga de forma incontrolada.
El Bita, sus aguas claras, sus peces ornamentales y otros muy apetecidos por los pescadores deportivos, así como las extensas llanuras y los bosques de galería que lo rodean, podrían verse afectados por los nuevos usos de la tierra.
Desde el 2007, cuando el gobierno de Álvaro Uribe Vélez proyectó inversiones y aprovechamientos en estas tierras, la llegada de agroindustrias, de proyectos de forestación, de explotaciones de petróleo y otros químicos están transformando el paisaje.
Así, por ejemplo, fue como llegó Dexter Dombro, un inversionista canadiense, a Vichada, con la idea de implementar un aprovechamiento forestal con especies foráneas. Aún no se saben las consecuencias para el ecosistema que tendrá esta introducción.
Sin embargo, Dombro conservó 1.200 hectáreas de su predio, conocido como la Reserva Natural La Pedregoza, y hoy también hace parte del grupo de actores que están contando cómo ven las aguas de su río y cuáles son las prioridades para conservarlo.
Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, que tiene en comodato otra de las grandes reservas de la zona (cerca de 4.600 hectáreas), conocida como Bojonawi, también exalta que la tarea de saber cómo está el río permite tener una visión no solo de sus aguas, sino también de la biodiversidad que lo circunda, hecho que ha estado alejado de los planes de ordenamiento.
Después de tener una radiografía de este lado del Orinoco, el reto será que desde la otra orilla, en Venezuela, también se comiencen procesos de conservación y análisis.
Este afluente es una de las tantas conexiones ecológicas que comparte el país con el vecino venezolano y que los hacen hermanos, a pesar de las difíciles relaciones diplomáticas que hoy se presentan.
LAURA BETANCUR ALARCÓN
Redactora de Medioambiente
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