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Morir a los pies de Europa

Olvidan Europa y EE. UU. su pasado colonizador, donde eran ellos los extranjeros.

Su marido le dice que trate de mantener la cara del niño fuera del agua. El hombre, sumergido en el agua con su esposa y sus dos hijos, intenta sobrevivir al naufragio de un bote inflable en medio del mar. Huyen de los horrores del Estado Islámico, huyen para evitar que sus niños mueran decapitados, para evitar que decenas de terroristas conviertan a su esposa en una esclava sexual. Intentarán llegar a Turquía y luego viajar a Canadá, pues la tía del pequeño Aylan es peluquera allí y puede acogerlos. Vienen de Siria.
Su bote enclenque ha hecho agua y los ha dejado a la deriva a medio camino entre su tierra y Europa, pero luchan por seguir a flote con sus dos pequeños de cinco y tres años. Y de repente, el sueño de huir de una pesadilla y empezar su nueva vida en otro país se desvanece. Su amada esposa, Rehan, y sus dos niños, Aylan y Galip, ya no están en la superficie. Han muerto ahogados en el oscuro vientre de ese mar. La próxima vez que los verá será en la morgue. La foto del niño, boca abajo en una playa turca le dio la vuelta al mundo y dio un viraje a las políticas migratorias de Europa. Demasiado tarde para ellos.
El hombre, Abdulá Kurdi, es uno de los miles de refugiados que están llegando a las costas de Turquía, Italia, Macedonia, Grecia y España y que ha obligado a Europa a dejar su desdén frente a un drama humanitario que suma ya décadas y miles de víctimas.
Miles han muerto en las costas de la silente y boyante Europa, enriquecida, vaya paradoja, gracias a la extracción de recursos, mano de obra barata y al sometimiento de continentes enteros colonizados en el pasado.
España consolidó su hegemonía católica y castellana muy poco después de haber ocupado Suramérica a la fuerza. El Reino Unido amasó fortunas exorbitantes con la ocupación de India y de inmensas regiones de África, entre otras. La indolente Europa, movida por la codicia, aún hoy explota las economías subdesarrolladas, reducidas a ser productoras de materia prima de las superpotencias.
Estados Unidos no se queda atrás, reconocido matoneador de sus vecinos del sur, amigo de dictadores como Pinochet y silencioso frente a la violación de niñas en Colombia por parte de sus soldados, negociante de inequitativos tratados de libre comercio con países como Colombia (TLC) y México (Nafta), experto subcontratador de maquilas. Y hoy, gran paradoja, se alinea con la actitud paternalista de Europa: “Vamos a ver cómo, en nuestra infinita generosidad, les regalamos una carpita y un pan a los refugiados”.
Olvidan Europa y Estados Unidos su pasado colonizador, donde eran ellos los extranjeros, los indeseables que ocuparon tierras ajenas y borraron del mapa civilizaciones enteras. Nadie tiene menos autoridad moral para juzgar el éxodo de miles de refugiados desesperados que un país con un pasado colonizador. Tampoco lo tienen aquellos países que también han vivido éxodos, como la España de la Guerra Civil, con más de 400.000 exiliados republicanos diseminados por Alemania, Francia y América Latina a finales de los años 30.
Sin embargo, son ellos, con un pasado sangriento de varios genocidios a cuestas, los que construyen murallas y cierran los ojos ante los efectos de guerras e inestabilidad que, de una u otra forma, ayudaron a incubar. Tuvo que morir un niño al frente de una cámara para que el desdén de Europa quedara en evidencia. Europa cargará siempre en su conciencia haber callado ante la emergencia humanitaria que ha convertido al mar Mediterráneo en un camposanto.
María Antonia García de la Torre
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