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Soy colombiano, ¿cómo voy a negarlo?

Entrevista de Revista BOCAS con John Leguízamo, el colombiano que conquistó Hollywood y Broadway.

SERGIO RAMÍREZ
La primera vez que lo arrestó la Policía en las calles de Queens su madre lo puso en un avión y lo envió de regreso a Colombia, el lugar donde nació el 22 de julio de 1964, pero del que conservaba pocos recuerdos. “Mis padres me secuestraron cuando yo tenía cuatro años y me llevaron a Estados Unidos”, aseguró hace algún tiempo, medio en broma, medio en serio.
Sin saberlo, John había llegado a Nueva York en busca del sueño americano. Sueño que se convertiría en pesadilla poco tiempo después, cuando Alberto Leguízamo (su padre) salió por la puerta del pequeño apartamento familiar de Jackson Heights, en la calle 90 con Roosevelt, y solo regresó esporádicamente para descargar sus frustraciones en forma de una férrea disciplina a la que sometía a su familia, hasta que Luz, la madre de John, pidió definitivamente el divorcio cuando el pequeño tenía 12 años.
Esa experiencia, más un ambiente difícil, rodeado de pobreza, en un barrio multicultural y violento, en el que muchas veces le tocó abrirse paso a golpes, por ser uno de los primeros latinos en el vecindario, parecían llevar al pequeño John por el mal camino. Creció tratando de adaptarse a un lugar que a veces sentía propio y a veces no, hasta que la actuación le dio un verdadero sitio en el mundo. Estudió en el Actor´s Studio donde, asegura, el mismísimo Lee Strasberg (una de las leyendas de la actuación en los Estados Unidos) le dio clase durante la jornada inaugural de 1982. “Al otro día murió”.
Dos años después, en 1984, un pequeño papel en la serie de televisión Miami Vice marcaría el inicio de una envidiable carrera que le ha permitido trabajar con algunas de las figuras más importantes de Hollywood. Leguízamo golpeó a Sean Penn y a Patrick Swayze (a este último en la vida real) y le disparó a Bruce Willis, a Harrison Ford y a Al Pacino. “Soy el único que lo ha matado en el cine”, recuerda el colombiano, cuyo personaje, “Benny Blanco, del Bronx”, asesina al personaje de Pacino, Carlito Brigante, en el final de la recordada cinta Carlito’s Way (1993).
Leguízamo guarda por Pacino una admiración inquebrantable. “Nunca he conocido a alguien que estuviera tan presente en el set –aseguró en una entrevista con el periodista estadounidense Dan Rather–. Listo para ir a cualquier parte en el momento en que lo necesitaras. Era hermoso verlo. Yo podía sentirlo porque yo también estudié método, sé que vive en ese mundo de estar siempre
presente”.
De Sean Penn, con quien trabajó en Corazones de fuego (1989), su primera aparición en el cine, asegura que es uno de los mejores actores de su generación. “Es muy metódico en su forma de actuar. Durante la filmación ni siquiera te saludaba, porque él era el sargento y siempre estaba metido en su papel, 24/7, pero a él le gusta la gente fuerte; si te paras firme, te respeta. Es un tipo rudo que ha creado un personaje, es su propio personaje”.
A Leonardo Di Caprio, con quien trabajó en la versión de Romeo y Julieta dirigida por Baz Luhrman (1996), lo describe como un chico increíble. “Tenía 19 años cuando hicimos Romeo y Julieta y yo nunca había visto a alguien tan comprometido. Era como James Dean, tenía esa capacidad, a lo James Dean, de ser tan crudo y abierto, era un chico muy emocional, y le encantaba la fiesta”.
Incluso sobre Patrick Swayze, con quien se agarró a golpes durante la grabación de Reyes y reinas (1995), tiene palabras agradables. “No todo fue su culpa, también tengo mi responsabilidad. Yo era muy pesado, era realmente muy arrogante. Era una película sobre drag queens, todos vestidos de mujeres, y yo la vi como mi gran oportunidad en la vida, pero nadie iba a soportarlo. Estaba improvisando, agregándole cosas al personaje, haciendo toda esa locura, improvisando como loco y Patrick dice: ‘¿Por qué no dices la línea como está escrita y ya?’, y yo le digo: ‘¿Por qué no me obligas?’. Realmente no quería decir eso, pero esas cosas hacen que el verdadero tú salga a flote. Así que estábamos ahí, vestidos de mujer, con las uñas pintadas y la directora, que estaba embarazada, poniendo su vientre entre nosotros; finalmente tuvieron que separarnos, luego nos arreglamos y nos dimos un beso. Creo que teníamos síndrome premenstrual o algo así”.
Su primer papel en la gran pantalla fue en 1989, como el soldado Antonio Díaz en la película Corazones de fuego, dirigida por Brian de Palma. Luego tuvo una serie de pequeños papeles en cintas como Duro de Matar 2 (1990) y Recordando a Henry (1991) –donde interpreta al hombre que le dispara a Harrison Ford en la cabeza–, Leguízamo comenzó a ser reconocido en 1991 gracias a su encarnación de un joven puertorriqueño del Bronx que sale con sus amigos un viernes por la noche (muchos en Estados Unidos aún creen que Leguízamo es boricua). La película se llamó Hangin’ with the homeboys y fue dirigida por un prometedor director de origen latino llamado Joseph Vásquez que murió de sida cuatro años después de haber realizado su ópera prima.
Siguió adelante y sumó a su palmarés, además de las ya mencionadas, producciones como Super Mario Bros. (1993), Spawn (1997); S.O.S. Summer of Sam, de Spike Lee (1999), como un católico italoamericano con graves conflictos internos; Moulin Rouge (2001), otra vez al lado de Luhrman, como el pintor Toulouse-Lautrec; El amor en los tiempos del cólera (2007), donde encarnó a Lorenzo Daza, el padre de la protagonista; y al lado de Mark Wahlberg y bajo las órdenes de M. Night Shyamalan en El incidente (2008).
Ha actuado en más de cien largometrajes y series de televisión: House of Buggin, All That, The Brothers García, E. R., en el papel del doctor Víctor Clemente, y My name is Earl, son algunos de sus créditos televisivos.
Aparece como productor en más de una docena de proyectos (incluyendo Piñero, la vida del poeta y actor puertorriqueño Miguel Piñero, interpretado por Benjamin Bratt; Empire, una historia de gánsteres en Queens, donde además actúa al lado de Peter Saasgard, Denise Richard, Isabella Rosellinni y Sonia Braga; Joe the King, ganadora del premio a mejor guion del Festival de Sundance en 1999, y Paraíso Travel, del colombiano Simón Brand.
Y publicó en 2008 una especie de autobiografía a la que llamó The works of John Leguízamo y en la que retoma apartes de sus obras unipersonales. Es esa su verdadera pasión, el teatro, el lugar donde se refugió para no seguir interpretando gánsteres y el medio que eligió para exorcizar sus demonios, incluyendo su difícil historia personal y familiar.
No ha quedado títere con cabeza desde que en 1991 decidió burlarse de todo y de todos con su primera obra, Mambo Mouth, en la cual se va de frente contra los estereotipos, interpretando siete personajes, desde un adolescente hasta una prostituta travesti. Sus tristezas, sus frustraciones y hasta sus familiares más cercanos han pasado por el escenario, lo cual le ha creado no pocos problemas con sus allegados. En 1993 volvió a la carga con Spic-O-Rama, una obra basada en seis personaje de apellido Gigante que, casualmente, también viven en Jackson Heights. “Esta familia latina no es representativa de todas las familias latinas. Es un caso único e individual. Si su familia es como esta, por favor busque ayuda profesional”, es la recomendación con la que comienza la obra.
En 1998 logró debutar en Broadway con su tercera obra, Freak, una pieza “demi, semi, cuasi, seudo autobiográfica” que le valió dos nominaciones a los premios Tony, un premio Emmy (a su versión televisiva) y una amenaza de demanda por parte de su padre, que no se mostró muy contento con la manera como era descrito en la obra. Es que hasta su madre, que siempre lo ha apoyado, le reclama que a veces se le va la mano. Al parecer decidió no hacer caso y continuó con esa especie de striptease interno por capítulos que son sus obras de teatro. Siguió en 2001 con una narración de sus relaciones amorosas en Sexaholix... a love story (también nominada al Tony) y en 2011 presentó su versión de cómo se convirtió en actor con Ghetto Klown (que presentó en Colombia ese mismo año con el nombre de Pelado de barrio).
Lo único sagrado para John Leguízamo es la felicidad de sus dos hijos, Allegra, de 15 años, y Lucas, de 14, fruto de su segundo matrimonio, con Justine Maurer. Es su manera, dice, de romper el ciclo de abuso y abandono que sufrió en su infancia. Quizás la misma razón que lo lleva a ser incluso obsesivo con su trabajo. Duerme poco y trabaja mucho, porque, asegura, le cuesta desconectar el cerebro. Prefiere la noche para pulir sus obras. Es como si la creatividad se le multiplicara con la oscuridad.
Harold Trompetero, quien lo dirigió en El paseo 2 (2012) y ahora en Perros, asegura que, aunque un poco cascarrabias, es un ser generoso que, durante el rodaje de su más reciente película, nunca olvidó la promesa que le hizo a una familia campesina de compartir con ellos y tomarse una foto. “Todos los días nos decía que teníamos que ir, pero siempre terminábamos muy tarde. El último día de rodaje, tan pronto cortamos se puso sus botas de caucho y su ruana y se fue caminando a las afueras del pueblo, en medio de los cultivos, para cumplir su promesa”.
Con igual seriedad enfrenta todos sus compromisos. Durante el rodaje no mira a nadie, se concentra en sus escenas y, de vez en cuando, sale a hacer ejercicio en una barra colocada de forma improvisada entre dos muros. No parece darse por enterado de la nube de periodistas que siguen con la mirada todos sus movimientos. Sin embargo, a las siete de la noche, en medio de una fría noche en Facatativá, a unos 50 kilómetros al noroccidente de Bogotá, nos atiende después de una extenuante jornada. Se pone una ruana sobre su camiseta de la selección Colombia y responde las preguntas sin afanes, con un español que, a pesar de sus esfuerzos, aún conserva el acento.
Latino en un mundo anglo, Leguízamo decidió hacer lo posible por triunfar, y en el camino se alejó de sus raíces y su idioma, hasta el punto de que lo acusaron de haber negado su procedencia, algo que, asegura, nunca ha hecho. “Todo el mundo ha sabido siempre que soy colombiano, ¿cómo voy a negarlo?”.
Un colombiano que, digamos, se tardó un poco para descubrir a su país. ¿Cuándo empezó ese proceso de volver sobre sus raíces?
Para llegar al éxito que alcancé en los Estados Unidos tuve que concentrarme muy fuerte en lo que estaba haciendo, enfocarme en esa carrera, mejorar mi inglés, especialmente mi actuación en inglés, y eso me tomó toda la vida; pero cuando llegas a los 40 piensas en otras cosas. Me di cuenta de que había logrado muchas cosas, pero necesitaba encontrarle un significado real a mi vida y parte de ese significado tenía que pasar por recuperar mi español, recuperar mi cultura, quería traer a mi familia a Colombia, a que conocieran, yo mismo quería conocer más mi país: Ya he viajado a Cali, a Medellín, a Santa Fe de Antioquia, muchas veces a Cartagena, quería eso, y también buscar la manera de actuar en español. Fue difícil. Lo primero que hice en español fue una película que se llamó Crónicas (2004), en Ecuador. Después hice Paraíso Travel (2008), decidimos que el personaje tartamudeara mucho porque así podía esconder el acento y eso me ayudó muchísimo. Después con Harold Trompetero en El paseo 2 mejoré mucho el español gracias a él, porque yo a veces me pasaba y trataba de sonar muy colombiano, o por lo menos lo que yo creía que era sonar colombiano, y Harold hacía muchas tomas para ayudarme y me decía: “No, no, qué estás haciendo”. Él trataba de que sonara un poco más neutral.
Creció en Queens, en Jackson Heights en los setenta. Era un barrio duro...
Sí y muy colombiano. Era como una pequeña Colombia. Aunque no era así cuando nosotros llegamos. Yo la pasaba muy rico con mis amigos, pero me tocaba pelear mucho en esos barrios. En esa época éramos los primeros latinos en el barrio, y nos tocaba pelear con los irlandeses, con los alemanes, con los italianos. Me la pasaba peleando todo el tiempo. Eso me formó de alguna manera. Me llevó a ser fuerte y me enseñó a pelear contra el sistema de los Estados Unidos, que era muy racista, sobre todo contra los latinos. Sigue siendo. Ya escucharon lo que dijo Trump. Yo disfrutaba mucho con mis amigos latinos y mis amigos morenos, la pasábamos delicioso, nos burlábamos de todo, jugábamos, tuve muchas novias chéveres, pero no era fácil.
Era un latino que no hablaba español. ¿No se sentía un poco como que ni de aquí ni de allá?
Sí, claro. Lo primero que te genera eso es un gran sentido de inseguridad, pero eso mismo te forja. Es en los momentos duros cuando surge el talento, cuando uno no lo tiene fácil hay que buscar otras cosas y a mí eso me ayudó mucho. Ser un outsider, estar siempre como fuera de todo, te da una visión diferente y te da la oportunidad de comentar lo que está pasando, porque uno siempre tiene un punto de vista diferente.
Sí, claro. Los ambientes difíciles forjan el carácter, pero también pueden hacer que la gente termine mal...
Sí. Muchos de mis amigos terminaron mal.
¿Por qué usted no terminó como sus amigos?
Creo que a mí lo que me salvó fue el sentido del humor. Eso fue lo que me ayudó a sobrevivir a muchas cosas en mi casa, a muchas cosas en el barrio, en el colegio. El sentido del humor fue lo que salvó mi vida. Cuando creces en un barrio como ese, no puedes salir adelante solo, necesitas mucha gente que te ayude, que te toquen el hombro y te digan: “tú puedes”. Yo tuve mucha gente que me ayudó, de diferentes maneras. Mi papá me presionó mucho, más de la cuenta. Era demasiado estricto, casi militar, imponía una disciplina tremendamente fuerte en la casa. Yo siempre fui muy rebelde, no aceptaba la autoridad, ni en la casa, ni en el colegio, en ninguna parte, y claro, eso me causó muchos problemas, pero me ayudó también a ser libre y tener mis propias ideas del mundo. Por eso nunca me obsesioné con llegar a Hollywood, por eso, porque nunca quise hacer las cosas como todo el mundo las hacía.
Sus padres lo enviaron a Colombia para que la cosa no se dañara...
A los 14 años me mandaron a Colombia porque tenía muchos problemas en los Estados Unidos, estaba fracasando en el colegio. Yo nunca me metí en “gangas” porque no era tan rudo como para estar en una pandilla. No era tan fácil. Para entrar a una “ganga” tenías que pasar muchas pruebas, una de ellas era que todos los miembros hacían filas a lado y lado, tú pasabas por el medio y te pegaban con palos, varillas, con lo que fuera, y para salirte tenías que pasar otra vez, y yo no tenía el coraje para hacer eso, mucho menos para hacer todo lo demás. Mi temperamento no daba para todo eso, entonces yo no me metía, pero tenía muchos amigos en las pandillas, amigos que me protegían mucho cuando me daban palizas. Por esos amigos fue que mis padres decidieron enviarme a Colombia.
¿Sirvió el viaje?
Sí, porque me quitaron de ese grupo. Cuando regresé a los Estados Unidos muchos de mis amigos se habían mudado a otro barrio y ya no pude contactarlos, y eso cambió mi vida.
Usted no quería ser actor, lo que realmente quería ser era deportista...
Cuando chiquito quería ser boxeador o jugar baloncesto. Obviamente con mi altura era muy difícil, pero yo me la pasaba jugando baloncesto todo el tiempo, desde que salía el sol hasta la noche, me encantaba, y era realmente bueno, pero no tanto como para llegar a ser profesional, hasta que un profesor de matemáticas me dijo que en lugar de joder tanto en el colegio, yo realmente era muy gamín, ¿por qué no me volvía un cómico?, y le hice caso. A los 17 años me busqué una escuela de actuación, empecé a estudiar y me di cuenta de que tenía talento. Muchos estudiantes de cine de NYU (Universidad de Nueva York) me pedían que estuviera en sus “cortos” y yo creí que ya era exitoso, ja, ja, ja, ja. La verdad es que esos cortos ganaron premios y muchos de esos estudiantes hoy son grandes directores; uno, Alan Taylor, acaba de dirigir Terminator Genesis, hizo Thor 2 y dirigió algunos capítulos de Mad Men, The Sopranos y Sex and the City. Haber participado en todos esos cortos hizo que me viera un agente, que me ayudó a entrar a Miami Vice, y ahí empezó todo.
Usted ha convertido en arte el burlarse de sí mismo, especialmente de su juventud, pero la historia real supongo que no es tan divertida...
La verdad es que éramos muy pobres, y en la calle y en la escuela siempre se burlaban de mí, de mis pantalones que eran los mismos durante años y me quedaban cortos, porque yo había crecido y mi mamá no tenía dinero para comprarme pantalones. Se burlaban de mis tenis baratos. Eso fue duro durante algún tiempo, pero toda esa burla hizo que me volviera muy chistoso, porque era la única manera que tenía para devolver lo que me hacían a mí y empecé a volverme el cómico del colegio. Todas esas palizas y ese abuso me formaron y me convirtieron en la persona que soy ahora. Yo no cambiaría nada.
¿Qué aprendió?
Usar lo que tienes, reconocer que uno no puede solo. Si no fuera por la gente que me ayudó seguramente no lo hubiera logrado, por eso hoy en día yo voy y muestro mi espectáculo en cárceles en los Estados Unidos, donde casi el 40 % de los presos son latinos. Yo voy a la cárcel a hablar con los jóvenes, a decirles que tienen que tener esperanzas y prepararse, leer, que fue algo que a mí me ayudó mucho.
¿Cuándo pasó de ser el cómico del colegio a ser un actor?
A los 17 años en una obra de la escuela hice el papel de un muchacho que tenía muchos problemas en el barrio, conflictos con su padre y termina yendo a terapia. Cuando hice esa escena me di cuenta de que realmente tenía talento. La profesora me estimuló mucho y fue a partir de esa escena que comenzaron a llamarme para hacer esos cortos. En ese momento decidí que eso era lo que quería para mi vida, y que quería hacerlo bien. No me importaban la fama ni el dinero, lo que quería era ser un buen actor.
En ese momento no era fácil ser un actor latino en los Estados Unidos...
No, era muy duro, pero yo disfrutaba mucho lo que hacía. Siempre, durante toda la carrera, en la universidad y en Lee Strasberg, fui el único latino en mis clases de actuación, y eso, aunque era difícil, me llenaba de orgullo. Además, yo sabía que todos mis amigos eran muy inteligentes, muy capaces y que ese estereotipo que veía uno en las producciones de Hollywood no era la experiencia latina que yo tenía, por eso me puse a escribir mis obras, y eso ayudó a cambiar mucho la imagen del latino en los Estados Unidos, y ayudó a que la gente se interesara en nuestra cultura, en nuestra literatura, en nuestro teatro, se dieron cuenta de que podíamos ser muy graciosos y las cosas empezaron a cambiar, aunque seguía siendo difícil.
Tan difícil que usted mismo tuvo que comenzar a escribir sus propios personajes para salir del estereotipo...
Sí. Llegó un momento en que dije: “Okey, fui a la universidad, estudié mucho, puedo escribir, ¿por qué tengo que seguir actuando de matón, drogadicto o narcotraficante? ¡No!, yo no quiero más esa mierda, yo quiero que los demás vean a los latinos como yo los veo”.
Pero hubo momentos en que renegó de ser latino...
Claro, muy pequeño, como hasta los ocho o nueve años, pensaba: “por qué no soy gringo, por qué no nací en otra familia”. Uno es muy vulnerable a la televisión y a la presión de los demás.
Dejar los papeles tradicionales para escribir sus obras fue algo arriesgado. Habría podido hacer una exitosa carrera siguiéndole la cuerda a Hollywood, pero usted decidió irse al teatro...
La ventaja es que a mí eso nunca me importó, yo lo que quería era expresarme libremente con mi arte, y el teatro me daba esa oportunidad. Nadie se metía, nadie me decía lo que tenía que hacer, yo hacía lo que quería y eso me ayudó más. Claro que el teatro puede estancar tu carrera en el cine, porque yo cuando hago mis obras me paso años sin hacer películas, porque me tardo mucho en crear mis espectáculos, pero a mí me sigue encantando el teatro.
Su primera obra fue Mambo Mouth, en 1990. ¿Cómo logró un desconocido jovencito colombiano de Queens que le facilitaran un teatro para hacer una obra?
Yo realmente empecé a hacer mi obra en clubes, y la gente aplaudía y disfrutaba, y me fui así, de club en club. Eso me dio mucha confianza y me convenció de que lo que estaba haciendo tenía valor. Les gustaba a la gente blanca, morena y latina, a todos les gustaba, y de pronto encontré un lugar que aceptó poner la obra de Mambo Mouth, pero en un lugar pequeño, ni siquiera era realmente un teatro, sino en un pasillo lateral del teatro donde ponían 70 sillas, que se doblaban y guardaban al final del espectáculo. Yo tenía que salirme del pasillo antes de que empezara el verdadero espectáculo. La verdad fue como un ensayo, porque los dueños del teatro no creían que eso fuera a funcionar. Igual yo seguí haciendo mi trabajo y la crítica me ayudó muchísimo. En esa época The New York Times tenía más poder que nadie, y cuando dijeron que mi obra era importante todo explotó. De un momento a otro ahí estaban, sentados en mi pasillo, Al Pacino, Olympia Dukakis, John F. Kennedy Jr., Gloria Estefan, Raúl Julia, Sam Shepard, Arthur Miller. Conocí a Arthur Miller, uno de los escritores más importantes de los Estados Unidos vino a mi pasillo, eso fue increíble.
¿Cómo se siente de haber recuperado esa parte latina en su vida y actuar en castellano?
Para mí era muy difícil leer en español, porque hay muchas palabras larguísimas que yo nunca había visto en mi vida, pero de un tiempo para acá he estado leyendo y leyendo, y últimamente apoyándome en David Noreña, que es mi profesor de español. Él me ayudó con el acento en El paseo y nos la pasamos haciendo trabalenguas todo el día. “Una marranita culicrespita tuvo diez marranitos culicrespitos, el que los desculicrespe muy buen desculicrespador será”. Me la paso diciendo esas cosas todos los días para desenredar el idioma. Lo chévere es que cuando ya tengo los diálogos memorizados ahí se pierde mucho el acento. Fue un reto increíble poder hablar tanto en español y tratar de ser chistoso como lo soy en inglés. Es muy duro y muy difícil, y me ha tocado estudiar como un verraco, pero lo disfruto mucho y me siento muy cómodo con lo que he logrado. Por ejemplo esta película, Perros, es una historia tan bonita, tan bien escrita que tengo muchas esperanzas de que ganemos muchos premios y podamos llegar a Cannes y ser importantes con una película colombiana.
Tengo la sensación de que gran parte de su éxito se debe a que es muy disciplinado, pero también una persona absolutamente terca...
Sí, tiene razón, no es un insulto. Totalmente. Pero fue la vida la que me volvió así, mis experiencias en Queens, los problemas que tenía en mi casa y todo ese abuso me hicieron una persona con un carácter muy fuerte. Por eso pude lograr todo, sin ese carácter no hubiera alcanzado nunca lo que alcancé, habría sido imposible, cualquier otra persona se habría derrumbado, pero yo no. No tuve la fuerza para hacerme pandillero, pero pasé por tanta iniciación brutal, que a mí no me importaba nada, no me importaba lo que dijera nadie, yo tenía mis retos y eso era lo único que tenía en mi cabeza.
Fue una vida difícil afuera, en la calle, en la escuela, pero también fue difícil en casa. No había donde esconderse...
Sí, pero tenía mi imaginación, mi sentido del humor y la afición por las películas, que me ayudaban a escaparme de mi realidad. No tenía dinero para ir al cine, éramos muy pobres, entonces veía mucha televisión. La televisión en Nueva York en esa época era buenísima, yo veía todas las películas clásicas en blanco y negro, y también extranjeras, podías ver de todo y eso me ayudó muchísimo para formarme como actor.
Después de salir de casa, ¿cómo fue la relación con sus padres?
Con mi mamá ha sido muy cercana. Ella siempre me apoyó mucho. Con mi papá tuvimos una relación muy difícil; es más, no me hablo con él desde hace siete años, pero antes tampoco hablábamos mucho, así que la cosa realmente no ha cambiado. La verdad es que desde que me fui de la casa no tuve mucho contacto con él, nos hablábamos de vez en cuando y alguna vez llegamos a tener buenas relaciones, pero realmente la mayor parte del tiempo no nos
hablamos.
Pero usted intentó que esa relación mejorara...
Sí, la verdad es que fui yo quien lo intentó varias veces. Siempre me tocaba a mí buscarlo y tratar de tener una amistad con él, hasta que decidí que no valía la pena, que yo igual estaba bien con él o sin él, entonces era mejor sin.
¿Cómo ha influido en su familia su búsqueda de lo colombiano?
Mis hijos se sienten muy colombianos. Es algo muy interesante, porque ellos realmente son gringos, y se ven como gringos, pero mi hijo se la pasa con la camiseta de la selección Colombia. Me rogó que quería conocer a Falcao y a James, me puso a conseguir boletas cuando jugaron en el estadio de los Red Bull, la verdad es que él y mi hija se sienten muy latinos, estudian español, todos los proyectos del colegio son sobre lo que significa ser latino y colombiano, llevan comida colombiana al colegio, eso era realmente lo que estaba buscando cuando comencé con todo esto.
SERGIO RAMÍREZ
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