El voto útil va a pesar en estas elecciones para la alcaldía de Bogotá como nunca antes.
El funesto triunfo de Petro en las últimas elecciones nos dejó una lección rotunda. Evitar a toda costa otro escenario de dispersión de candidatos con vocación de repartirse los votos entre los mismos nichos de electores.
¿Pero qué hacer si nuevamente nos tienen colocados en la misma disyuntiva? A muchos de quienes se inclinan a votar por Enrique Peñalosa no les parecería una hecatombe que ganara Rafael Pardo, y viceversa. Pero si dividen al electorado en facciones reduccionistas, ambos se arriesgan a perder.
Soy de los empeñados en romper con el modelo que desde hace 12 años viene manejando a Bogotá, y que nos tiene sumidos en esta frustración. Por eso no votaré por Clara López. El peligro es que ella puede volverse a colar por el medio, como Petro, con el 30 por ciento que, más o menos, registra regularmente en las encuestas.
No tengo antipatía personal por Clara. En muchas cosas la admiro. Valoro su amistad. De lejos, ella no es Petro, ni está inspirada por la mala fe de este personaje ladino que gobernó a Bogotá como un dictador, aprovechó las gabelas del poder como un principito, tomó todas sus decisiones como un déspota y cultivó sus proyecciones políticas como un populista. Pero no podría acompañar a Clara por la sencilla razón de que instalaría nuevamente al Polo en el poder. Y tiene que existir alguna sanción social para las pésimas y corruptas administraciones de Bogotá que han producido sus experimentos. También soy una convencida, y se lo he dicho personalmente, de que ella se demoró en neutralizar a Samuel Moreno cuando era evidente que él y su equipo se estaban robando descaradamente a la ciudad.
Voy a votar por Enrique Peñalosa. El otro día, por un programa del Discovery Channel sobre las ciudades del futuro, desfilaron los grandes sabios del planeta y entre ellos estaba este bogotano. ¿Cómo nos podemos dar el lujo de volver a desperdiciar sus ideas, conceptos y consejos que se valoran en tantas ciudades del mundo? La ciudad no resistiría una nueva improvisación. Peñalosa es uno de los mejores urbanistas del mundo. Se ha ganado ese mérito por la transformación que ya hizo en Bogotá una vez y que podría hacer dos veces; devolverla a la senda de una ciudad con futuro, viable, de donde la gente desesperada no se quiera salir para vivir en otra parte. Peñalosa puede y sabe cómo construir desarrollo con equidad, entiende el espacio público como factor de igualdad social, valora la trascendencia de la educación con calidad, y no contribuirá a la falacia de que la conservación del medioambiente es necesariamente conflictiva con las metas de construcción de la infraestructura para desencajonar esta ciudad.
También podría votar por Pardo. Si él no es mi primera opción es porque representa una ambivalencia. En el afán de sus asesores de presentarlo como un candidato moderado, no conflictivo, sereno y “siempre disponible”, no marcó desde el principio sus distancias con el proyecto político de Petro. No ha sido capaz de censurar con claridad suficiente su funesto legado en Bogotá y tampoco ha logrado desligarse de las organizaciones que sostienen, desde la maquinaria, al Alcalde capitalino, a cambio de prebendas burocráticas y de jugosos contratos a dedo de los que se ha alimentado primordialmente esta administración, para sostenerse en su cuestionada gobernabilidad.
Votaré por Peñalosa, que para mí sería el alcalde ideal. Pero como no siempre lo ideal es lo más factible, si faltando pocas semanas para las elecciones Pardo está tan adelante en las encuestas que no apoyarlo signifique el riesgo de que gane Clara, optaré por el voto útil.
Evitar que los destinos de la capital del país queden otra vez en manos del Polo, que ha sido funesto para la ciudad, es un objetivo que está por encima del capricho personal de que a uno le guste más un candidato que otro, y entre los cuales no existe opción catastrófica.
Lo que está en juego en estas elecciones es una de las decisiones que más podrían repercutir en la Colombia del futuro, y tanto en Bogotá como en Caracas está probado que cuando la izquierda, por lo menos la que conocemos, llega al poder, es casi imposible que lo devuelva.
Entre tanto… Por encima del Fiscal y del Procurador, el presidente Santos debería reclamar su jefatura en el manejo de las relaciones internacionales.
MARÍA ISABEL RUEDA