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¿Qué dice usted del campo?

Ignoramos que nuestros campesinos son nuestro propio blindaje contra la inanición y el desamparo.

Cristian Valencia
Luego de leer algunas cifras concluyentes del Censo Nacional Agropecuario, parece que los colombianos pensamos el campo de la misma manera que lo hacían Max Jacob y Julio Cortázar: “¿El campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?”. Nuestra ignorancia sobre lo rural es directamente proporcional al abandono en que se encuentran los campesinos en el campo y el campo mismo.
El penúltimo censo agropecuario, del que se desprendieron casi todas las políticas públicas del sector, se hizo en 1970, cuando languidecía el gobierno de Lleras Restrepo. Es decir, le dejó el estudio al siempre sonriente Pastrana Borrero, que aunque no hizo nada por el campo no paró de reír hasta terminar su mandato; después de Pastrana llegó López Michelsen, que tal vez se enteró del campo por una hacienda en los Llanos Orientales; después, Turbay, que a lo sumo habrá temperado en Anapoima; y Belisario, que mandó a pintar palomitas en el aire por todo el país; luego llegó Barco, que pasó a la historia por una diverticulitis en Corea; Gaviria, a quien muchos le achacan la quiebra de los cafeteros; Samper, que no pudo hacer nada por nadie porque se dedicó a defenderse del ocho mil; Pastranita bebé, que ocupó la presidencia por ‘ponequejas’ y trató de llenar la silla durante cuatro años; Uribe Vélez, que convirtió el campo en un teatro de operaciones militares; y ahora tenemos a Santos, que luego de un paro campesino decidió hacer otro censo agropecuario para que nos enteremos todos de lo mal que van las cosas en el campo. Lo mal que han pasado los campesinos durante todos estos años que nombro (antes de Lleras les fue mucho peor). Los resultados de este nuevo censo son de vital importancia a la hora de implementar políticas públicas.
Así como la mayoría de colombianos creen que el mar es la playa, muchos están convencidos de la misión terapéutica y relajante del campo en vacaciones. Parece que por estar pendientes de la finca de recreo, de las cascadas y hermosos atardeceres, casi nadie piensa de dónde vienen las zanahorias, las habichuelas, la papa, la arveja, la remolacha. Mucho menos en quienes se encargan de que broten de la tierra como por arte de magia, aunque la gran mayoría de colombianos tengamos un ‘tataracampesino’ en el árbol genealógico.
Cualquiera quedaría perplejo con los primeros datos que arroja el Censo Nacional Agropecuario. Cualquiera comprendería, de contera, por qué estamos agarrados de las mechas, por qué la guerra, por qué la corrupción, por qué todos los males que nos aquejan.
* El 69,9 % de la gente del campo tiene menos de 5 hectáreas. De las 113 millones de hectáreas censadas, la gran mayoría de campesinos del país son dueños de 6 millones de hectáreas.
* Terrenos de más de 500 hectáreas están en manos del 0,4 % de los propietarios. Ese 0,4 % de propietarios de tierra es dueño de 46 millones de hectáreas.
* El 83 % de las áreas rurales no están mecanizadas, no tienen maquinaria. Están atrasadas. Parece que la gran mayoría de los campesinos de este país practican su oficio como a comienzos del siglo XX, o antes.
* El 20 % de los niños y jóvenes entre 5 y 16 años (habitantes del campo) no asistió a ninguna institución educativa.
* El 11,5 % de los habitantes del campo es analfabeta.
Estos son algunos de los resultados de la primera etapa del censo. Sin duda reveladores, pero nada sorprendentes. Es mucho el trabajo que nos espera a todos, si entendemos que los campesinos, nuestros campesinos colombianos, son nuestro propio blindaje contra la inanición y el desamparo. La seguridad alimentaria del país depende de ellos, y ellos dependen de nosotros.
Cristian Valencia
cristianovalencia@gmail.com
Cristian Valencia
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