En el closet de su apartamento, en el barrio Quinta Camacho, en el nororiente de Bogotá, Luis Ernesto Gómez guarda cuatro pares de tenis: unos azules y otros blancos, que alterna para hacer deporte y salir a bailar cada fin de semana; otros negros, que lució en febrero pasado en la posesión como viceministro de Trabajo ante el presidente Juan Manuel Santos; y otros cafés, los mismos que lleva puestos para dar esta entrevista.
En su visita a EL TIEMPO, a sus cómodos zapatos los acompaña con un traje café de Zara y una camisa blanca. Nada de corbata. Dice que las 10 que tiene las usa cuando le toca, cuando la alcurnia del evento lo obliga. O cuando se lo solicitan, como aquella vez que la mamá de un buen amigo se casó y ella personalmente le pidió que se vistiera de etiqueta.
Y es que Gómez, paisa, de 33 años, insiste en que vestirse así no es un capricho, ni intenta vender una falsa idea de frescura. Al contrario, el mensaje que busca dar con su pinta es que si un viceministro puede ir a un debate del Senado en tenis la pinta de los jóvenes debería ser lo de menos a la hora de conseguir trabajo. Es una afirmación propia del ambicioso programa de primer empleo que impulsa desde el Gobierno. “Así se da conciencia de cuántas puertas pueden cerrarse por una simple apariencia”.
Está tan seguro de esta convicción que en febrero pasado tomó posesión ante el presidente Santos en tenis, desafiando las conservadoras normas de protocolo de la Casa de Nariño. “Me decía a mí mismo que era impresentable, pero para el presidente era un mensaje, pues él es auténticamente liberal y el vestir de las personas es parte del libre desarrollo de la personalidad que, mientras no vulnere a nadie, debería ser garantizado”, manifiesta.
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Su primer empleo
Esa imagen de Gómez jurando ante el mandatario en tenis es tal vez la más representativa de una carrera pública en el país que comenzó en el 2012, cuando asumió como director de planeación del Ministerio de Trabajo. A ese cargo llegó luego de tomar en 1999 una decisión arriesgada, con apenas 17 años.
En ese entonces, Gómez perdió a su padre. Su familia, que se movía en el negocio de la construcción, afrontaba una grave crisis económica. Por eso, con poco dinero, emprendió un viaje a Alemania, donde la educación es gratuita, y se inscribió a economía y ciencia política en la Universidad Humboldt, en Berlín.
Hoy recuerda que sus primeros empleos en esa ciudad fueron lavando platos o baños -lo que saliera- antes de poder comenzar a estudiar. Esa anécdota se las cuenta a los jóvenes cada vez que puede, “para que entiendan que el éxito siempre va de la mano de los riesgos”.
El riesgo del que habla lo motivó más tarde a enviar 18 cartas a parlamentarios alemanes que trabajaban en comisiones de relaciones exteriores. Quería conseguir una pasantía y lo logró, sin palancas, cuando ya estaba en sexto semestre. Fue el comienzo de tres años de trabajo con el Gobierno alemán.
Dentro de sus funciones estaba recibir a las delegaciones diplomáticas de países de América Latina y así comenzó a relacionarse con círculos políticos de Colombia, los mismos que amplió cuando pudo radicarse en el Reino Unido para hacer una maestría en la prestigiosa London School of Economics, de donde también es egresado el presidente Santos.
Pese a que su carrera pública recién comenzaba en Europa, Gómez decidió regresar a Colombia. Primero como responsable de la campaña liberal en las elecciones regionales de hace cuatro años y luego dentro del Ministerio de Trabajo, donde sus éxitos en la creación del servicio público de empleo lo impulsaron al cargo actual, a la vida de traje y tenis, siendo la mano derecha de Lucho Garzón.
La burocracia le saca la piedra
Gómez afirma que siempre ha mostrado un espíritu contestatario, de rebeldía, de vocación al cambio, de cuestionamiento. Por eso sonríe cuando se le pregunta cómo se desenvuelve y lidia con una clase política como la colombiana, añeja y paquidérmica.
Confiesa que no es fácil y que si hay algo que lo descompone de la vida pública, que le “saca la piedra”, es la burocracia que muchas veces hace lentos los procesos que les pueden cambiar la vida a las personas. “La burocracia es el arte de hacer difícil lo fácil a través de lo inútil”, parafrasea y trata de explicar: “Es como una bicicleta estática, es querer hacer algo pero encontrarse con procedimientos o personas que hacen que todo se demore más. No todos en el sector público piensan con la urgencia de sacar las cosas adelante”.
![]() Foto: RODRIGO SEPÚLVEDA / CEET |
Y cuestiona directamente, con enojo, que las leyes del país “estén hechas pensando que todos los servidores públicos somos unos ladrones, como si todas las carreteras fueran creadas pensando que todos somos borrachos”.
Por eso mismo, por la burocracia, asegura que ha vivido varias tensiones en el interior del Gobierno: “soy economista, pero me ha tocado volverme abogado para decirles a la personas que sí se puede, sin saltarse la ley sino buscando salidas a los obstáculos”.
Si bien Gómez reconoce burocracia en su trabajo, destaca que en lo que se refiere al programa del primer empleo hay todo un batallón de jóvenes, empresas y entidades públicas enfiladas a favorecer este año a unos 40.000 beneficiarios de entre 18 y 28 años, recién graduados y sin experiencia de todo el país. Por esa razón, asevera, no siente miedo de no llenar las expectativas.
“Si se trabaja bien, ¿por qué no rumbear?”
El viceministro tampoco teme reconocer que trata de salir de rumba todas las semanas. “Me parece que es sano, eso se lo merece todo el mundo y, si se trabaja bien, ¿por qué no se puede hacer?”, dice y detalla que ya no es tan salsero como antes y que ahora es más “crossoverista”.
El baile es una pequeña porción de una rutina semanal que cambió hace tres meses, cuando nació Julieta, su primera hija, a la que le dedica las madrugadas y le debe las ojeras.
En el día, temprano, Gómez revisa medios de comunicación y lee textos distintos a noticias “para no perder claridad mental”, según manifiesta. De resto, su agenda se llena con citas, reuniones, viajes y jornadas de trabajo con su equipo en el Ministerio.
Gómez dice que odia el gimnasio y no juega fútbol desde que se rompió los ligamentos de una rodilla. Su actividad física se reparte entre pedalear de su apartamento a la sede de su trabajo en el norte de Bogotá escoltado -pues fue amenazado por intentar impulsar empleo en zonas petroleras- y salidas de ecoturismo los fines de semana.
![]() Foto: RODRIGO SEPÚLVEDA / CEET |
Actualmente dicta clases en la Maestría de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Externado y, afirma, eso le sirve para mantener el contacto con los jóvenes, para saber cómo acercarse a “una generación difícil de estimular”.
Si no es política, a vender motos
Gómez sentencia que aún no ve posibilidades de una carrera electoral. “Hay que tener buenos recursos o buena trayectoria. Prefiero esperar y ver si más adelante las condiciones se dan”, apunta.
Precisa, eso sí, que deberá compartir ideales con cualquier proyecto político en el que se vincule, como el de ahora en su Ministerio y en el Gobierno Santos.
Con humor concluye que si no continúa en la vida política se dedicará a vender motos, una labor que no desconoce, pues luego de un viaje de dos meses por tierra por la India logró hacerse con la distribución en Colombia de la marca Royal Enfield. “Prefiero regresar al sector privado y vender motos”, concluye.
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