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¿Los últimos días de la caza furtiva?

Luego del asesinato del león Cecil a manos de odontólogo, autoridades dan la espalda a esa práctica.

Sonríe, y en su rostro hay un halo de satisfacción, de triunfo. A sus pies, como una serpiente enredada, yace doblegada la jirafa que acaba de asesinar. Detrás de ella, está su rifle colgado en un trípode. El paisaje desértico de la Sabana africana es el fondo de la escena. Esta misma imagen se repite con un antílope, un búfalo y otros animales salvajes.
Sabrina Cortagelli, la estadounidense protagonista de esta cruenta galería -que ella misma publicó en su perfil de Facebook-, luce orgullosa. Técnicamente, no está haciendo nada ilegal. Viajó hasta Sudáfrica, como otros cazadores, bajo la guía de la agencia Old Days Hunting.
“Día 1. Ya tengo el primer animal de mi lista ¡Qué maravilloso!”, escribió esta mujer que debió pagar hasta 120.000 dólares para ir de cacería a África.
Las fotos de los 'trofeos' logrados en África por la estadounidense Sabrina Cortagelli han aumentado la polémica sobre la necesidad de controlar la caza masiva.
Las fotos de sus ‘hazañas’ causaron revuelo en redes sociales, porque revivieron la indignación de cientos de internautas que se conmovieron con el viral caso de melenudo Cecil, el león más querido de Zimbabue, que murió a manos de Walter Palmer, un odontólogo de Minnesota (Estados Unidos) que pagó 50.000 euros por acometer su práctica: cazar con un arco y una flecha al león. (Lea también: Cecil, el león)
Como Cortagelli, Palmer se creía inocente, haciendo algo entre los marcos legales de la ley. Más de 50.000 miembros del Safari Club International, como publican en su mismo sitio web, lo creen así. Incluso, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) estipula que setenta leones pueden matarse al año en el país africano. (Lea también: El estadounidense que mató al célebre león Cecil)
Pero la muerte de Cecil no sucedió bajo esos parámetros. El león de trece años, macho dominante de su manada, fue atraído con un cebo fuera de su reserva, en el parque natural de Hwange: fue herido con una flecha, se desangró durante dos días, fue decapitado y su piel, arrebatada.
El auge mediático de este caso puso en evidencia la delgada línea entre las prácticas ilegales y las acciones permitidas por la ley, y cómo estas, a su vez, esconden horrores contra los animales, a pesar de las multimillonarias ganancias que generan.
El caso de Cecil despertó la irritación de miles. Más de un millón de personas en total firmó dos peticiones, a través de portales como avaaz.com o change.org, dirigidas a las autoridades de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) para que se prohíba la importación de trofeos de caza y se extradite a los responsables de la misma.
En change.org, por ejemplo, se completaron 400.000 rubricas de usuarios que le pedían al consejero delegado de la aerolínea Delta Airlines prohibir el transporte de trofeos de caza en sus aviones. La empresa, ante la presión, accedió. United Airlines y American Airlines también siguieron su ejemplo. Antes, Air France, Iberia, Singapore Airlines, Emirates Airlines, South African Airways y Quantas habían hecho lo propio. En sus vuelos no se pueden llevar ‘los cinco grandes de África’: leones, leopardos, elefantes, rinocerontes y búfalos.
La indignación global llegó a tal punto que, en una histórica decisión, Naciones Unidas emitió una resolución que busca combatir de manera eficaz el comercio ilegal de especies salvajes en riesgo de extinción, como elefantes y rinocerontes. Y aunque no es vinculante, fue firmada por 139 países.
Ambientalistas protestaron en Washington por el crimen de Cecil y exigieron prohibir la importación de animales que han sido cazados.
Zimbabue también frenó todo tipo de cacería en las áreas cercanas al parque, en plena temporada de campamentos y safaris. Políticamente, la decisión no fue fácil: esta industria emplea al menos a 5.000 personas y se estima que generará ingresos por cerca de 45 millones de dólares este año.
Operadores y cazadores salieron en su defensa. Emmanuel Fundira, director de la Asociación de Operadores de Safari en Zimbabue, aseguró que “los amantes de los animales tienden a olvidar los beneficios que se consiguen al gestionar correctamente un recurso”, y agregó que su oficio se rige por “estrictas reglas destinadas a preservar el medioambiente y las poblaciones locales”.
Estas exóticas actividades pueden costar entre 60.000 y 120.000 dólares, durar entre siete y veintiún días, y, de acuerdo con el Safari Club International, también financian el mantenimiento de parques naturales y reservas en los mismos países donde acaban con la fauna. (Lea también: El cirujano que salva las especies que antes cazaba)
El Safari Club International colecta cerca de 3,17 millones de dólares por las membresías anuales y alcanza hasta 7 millones de dólares para su convención anual.
Por otro lado, sus formas de premiar a sus adeptos son aberrantes para cientos de grupos ambientalistas: los cazadores se ponen metas para alcanzar trofeos, como las cinco cabezas de los cinco grandes mamíferos, completar veintinueve especies africanas o el grupo de felinos del mundo. Este último ejercicio incluye acabar con la vida de leones, leopardos, jaguares, panteras y otros.
Hermann Meyeridricks, presidente de la Asociación Profesional de Cazadores Profesionales de Sudáfrica, resaltó que el caso de Cecil no es representativo y que su actividad incluso contribuye a los esfuerzos por preservar el medioambiente, “al dar un motivo para mantener un alto número de leones… vivos”.
Hoy, Zimbabue tiene una población de 2.000 leones y ha emitido cuotas que permiten la caza de 70 de estos felinos al año. Las medidas también prevén 50 guepardos, 500 leopardos, 200 cocodrilos y 500 elefantes, de acuerdo con Cites.
Sin embargo, Luke Hunter, presidente de la fundación Panthera, defensora de los felinos alrededor del mundo, explica que “la muerte de Cecil es absolutamente reprobable y que, por desgracia, este caso no es una anomalía”.
Esta misma ONG ha advertido que el número de leones se redujo de 30.000 ejemplares a 20.000 en las dos últimas décadas. Lion Aid, otra organización global de defensa de los animales, estima que el 93 por ciento de la población de leones salvajes murió en los últimos cincuenta años.
Los leones no son los únicos. El panorama global es desolador: cada año se matan ilegalmente en el continente africano 30.000 elefantes para alimentar el comercio de marfil, sobre todo de China y otros países asiáticos.
En el 2014, según el Fondo Mundial para la Naturaleza, se registró la desaparición de cerca de 250 rinocerontes blancos por cuenta de la caza ilegal y en sus cuentas solo 3.200 tigres siguen vivos y en estado salvaje por cuenta de esta misma actividad criminal.
Expertos de Lion Aid explican que la idea de que la caza pueda ser una influencia positiva desde el punto de vista ambiental, solo tiene sentido cuando la población de animales de una determinada especie está creciendo más allá de la capacidad natural del entorno para sostenerlos, lo que casi no pasa en África.
“Hay una urgencia global de lograr un conteo independiente de los leones que existen actualmente. Que no esté financiada por organizaciones procaza”. El temor de Lion Aid es que ahora haya menos de 15.000, según el último estimado de 2012, y se cree que solo cinco poblaciones de leones tienen más de 1.000 animales, lo que reduce su esperanza de supervivencia a largo plazo.
Además, advierten que el caso de Cecil también expone la corrupción de esta industria, que no logra ser controlada por las autoridades nacionales de los países africanos.
Paul Watson, un reconocido ambientalista canadiense y fundador de la Sociedad de Conservación Pastores del Mar, denunció que “muchos de los cazadores ‘negros’ no pueden costear el papel de sus actividades legalmente, pero que los ‘blancos’, sin embargo, sí tienen el dinero para comprar la legalidad”.
El espaldarazo de la industria aeronáutica, la presión diplomática para hacer más fuertes los controles de caza y la voz de cientos de miles de personas que con un clic les están diciendo ‘no más’ a los trofeos de caza, ponen hoy contra la pared a los cazadores furtivos.
Pero, ¿lo hará la justicia? Todavía, Walter Palmer sigue escondido, y ya tres veces se ha aplazado la audiencia de los operadores, que ilegalmente planearon la macabra muerte del león más querido de Zimbabue.
LAURA BETANCUR ALARCÓN
Redactora de Medioambiente
Con información de Efe, Afp, Reuters y Bloomberg
Laubet@eltiempo.com
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