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Un año después del emblemático caso de adopción homosexual

A Verónica Botero la Corte le dio el derecho de adoptar a los hijos de su pareja.

Un año después de la sentencia de la Corte Constitucional, que declaró la adopción gay cuando en la pareja homosexual está el padre o la madre biológica, Verónica Botero y Ana Elisa Leiderman no han podido ejercer su derecho.
Para ellas lo primordial es tener la certeza de que sí Ana –la madre biológica de los dos niños que crían y educan juntas– llegase a faltar, Verónica podría tener la patria potestad y todos los derechos que esto conlleva.
“Con los hijos uno quiere tener todo claro, que todo sea bien pensado. En este momento, si por algún motivo algo me pasara a mi los niños quedarían en manos del Estado y no de Verónica. Mi familia vive en Estados Unidos y no podrían hacerse cargo de ellos inmediatamente. Tenemos esa incertidumbre de no saber qué va a pasar”, dice Ana.
Por este derecho han luchado durante seis años, cuando, después de regresar al país, la pareja quiso registrar a Raquel –nacida en Medellín–, pero solo les permitieron que llevara los apellidos de Leiderman, la madre biológica.
Buscando una alternativa, acudieron a la figura de adopción consentida, que contempla que el cónyuge adopte el hijo del otro; sin embargo, la petición fue rechazada por el Instituto de Bienestar Familiar de Antioquia(Icbf).
Durante este tiempo nació Ari y han sido una familia normal, con las rutinas diarias y el afán de educar a los dos pequeños con amor, ternura y los mismos valores que les fueron inculcados a ellas.
De ahí que los libros de cuentos y las enciclopedias no puedan faltar en su apartamento, además de las salidas de campo, donde cada hoja, piedra o río es una oportunidad para explicarles a los niños sobre ciencia, historia o el sentido común de algunas acciones humanas.
“Es muy emocionantes verlos crecer, mostrarles la vida, las letras y la literatura. Es lindo ver cuando se les prende el bombillo y comienzan a preguntar del mundo y uno se vuelve un experto en responderles y desmenuzarles cada cosa”, dice Ana.
Tanto ella como Verónica son maestras natas. Verónica ha trabajado en la Universidad Nacional durante más de seis años y Ana presta asesorías en el manejo de software a empresas internacionales que buscan lograr eficacia en sus negocios.
Por ese deseo de enseñar, educar y dar amor, Ana soñó desde pequeña con tener una familia con muchos hijos, mascotas y una casa grande o una finca para poder criarlos.
Los años pasaron, Ana tuvo varios novios, relaciones fallidas, estudió finanzas y negocios en Estados Unidos y viajó por el mundo. Solo fue cuando se reencontró en Alemania con Verónica, su mejor amiga del colegio en Medellín, que volvió a soñar con tener un hogar.
Allí se enamoraron, viajaron y por medio de la inseminación artificial concibieron a Raquel, su pequeña de 7 años, y un año después a Ari, de 4, que ya sabe leer y está aprendiendo a escribir: “en estos días me dijo: esa es una panadería mamá, ¿y sabes por qué sé? Porque lo leí”, narró Ana.
Para ella, lo más frustrante es que Verónica, que ha estado involucrada desde siempre en el proceso de crianza, que ama a los dos pequeños con el mismo fervor que cualquier padre o madre, no pueda tener los mismos derechos sobre los niños por el género.
Cuenta que la decisión de quedar en embarazo fue de las dos, no se trató de una determinación unánime o instintiva, pues ella ya era una mujer madura de 38 años de edad y había tenido mucho tiempo para pensarlo.
En Alemania, donde vivía, lo vieron más fácil, pues en el 2005 ya se casaron por las leyes de ese país y mantenían una relación de pareja, vivían juntas, se entendían y eran las mejores amigas. Lo único que deseaban era tener hijos y las dos estaban comprometidas con eso.
“Éramos bastante adultas, teníamos los recursos económicos, así que nos preparamos: nos dedicamos a leer sobre la gestación, el embarazo, el posparto y sobre todo acerca del proceso de crianza”, cuenta Ana.
Para ella, educar es muy difícil y la situación perfecta es tener a una pareja que ayude en todas las fases del desarrollo de los niños. Verónica es su complemento y con ella, discute cada determinación que se toma sobre la casa, el colegio y las cosas más básicas.
“Para tener hijos se necesita la ayuda de la pareja, de la familia y hasta de los amigos. A veces uno está cansado y llega la otra persona a colaborar y a solucionar el problema. Sucede cotidianamente, cuando estoy ofuscada y Verónica me dice ‘tranquila, déjame yo soluciono esto’. Eso reconforta”, agrega Ana.
Aunque la pareja aún no tiene el documento de adopción que los pondría al nivel de familia para el Estado colombiano, en su apartamento en el sur de Medellín se ven los indicios inequívocos de que son una familia: fotos, juguetes, colores, dos gatos y olor a comida casera. Un hogar.
PAOLA MORALES ESCOBAR
inemor@eltiempo.com - @paoletras
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